Investigar en el desierto

El monumental error de recortar las partidas universitarias de apoyo a la investigación para costear la subida de la luz y el gas en los campus

Francisco García

Francisco García

Si investigar en España era hasta hace poco tiempo llorar, hacerlo en la Universidad de Oviedo este curso supondrá para muchos investigadores y aspirantes a serlo un llanto a moco tendido, un berrinche «cum laude». El equipo rectoral ha decidido dedicar ocho de cada diez euros presupuestados para los programas de apoyo a la investigación a compensar la fuerte subida de la factura eléctrica y del gas, que se ha disparado pese a las medidas de reducción de consumo. Así, menguan a la mísera cifra de 200.000 euros los 1,8 millones destinados a partidas como las ayudas para contratos predoctorales, la realización de tesis y publicaciones, la movilidad del personal investigador o la promoción de proyectos de investigación internacionales. Un despropósito descomunal, un suspenso en toda regla.

Por mucho que suba la factura energética, recortar en investigación no es de recibo. No debería olvidarse que financiar la labor investigadora en el ámbito universitario no supone un gasto sino una inversión. De manera que reducir la asignación presupuestaria a ese cometido, sea justificado o no, se antoja un monumental error de cálculo que pone en entredicho el cacareado interés por la siembra de talento. El recorte anunciado esta semana por el Rector compungido cobra tintes unamunianos: que inventen ellos, que nosotros no tenemos ni para la luz. Y que nos rescate Europa, como hicieron con los bancos.

No es de justicia que investigar en esta región se convierta en una frecuente prédica en el desierto. Romper esa perniciosa dinámica es labor de la Universidad, pero sobre todo del Gobierno regional que con sus fondos la sustenta, que para más inri dispone de una consejería de Ciencia e Innovación. De ciencia infusa será, en todo caso.

Los investigadores asturianos parecen santones condenados a un ejercicio permanente de ascética, a vivir con lo puesto. En esa permanente inanición causada por la escasez presupuestaria sobrevenida se parecen a Simón Estilita, aquel anacoreta del siglo IV que permaneció 37 años subido en una columna, alejado del tráfago humano, como un científico loco encerrado en el laboratorio a la espera de una subvención que es corta o no llega. Se atribuye al Estilita la invención del cilicio. Los jóvenes talentosos a los que se obliga ahora a mendigar una ayuda reducida a la nada se los condena a la flagelación y a hacer las maletas. Sube la calefacción y hace mucho frío ahí fuera.

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