Ganas de tocar las bolinas

Cuando los plásticos duran más que cualquier amor eterno

Francisco García

Francisco García

Por minúsculo que sea, el plástico dura más que cualquier amor eterno. Es como el cadáver de debajo de la alfombra: hay que quitarlo de la vista y no existe mejor escondite que el mar, que entre todos -aunque unos más que otros- hemos convertido en un sumergido estercolero, en un sumidero de bíblicas proporciones. El pobre mar tiene unas tragaderas más grandes que el presidente del Gobierno cuando se sienta a negociar con Puigdemont. Pero eso son otras inmundicias que no vienen ahora a cuento.

LA ONU declaró en 2017 que se contabilizan más de 51.000 millones de partículas microplásticas en los océanos. Para hacerse una idea, esas partículas nocivas que descansan bajo las aguas o flotan sobre ella multiplican por quinientos el número de estrellas de nuestra galaxia. ¿Cuántos Cogersas harían falta para almacenar semejante montaña de desperdicio? Seguramente rebosarían la fosa de las Marianas.

Los plásticos conforman la máxima expresión de la sociedad de consumo: su valor de mercado, despreciable, es inversamente proporcional a su demoledora repercusión medioambiental. También son ejemplo práctico del alcance de la globalidad: un carguero polaco bajo bandera liberiana, armado por una naviera radicada en Las Bemudas a la que representa una compañía ubicada en Chipre y de la que es propietario un alemán, pierde unos contenedores cargados de pélets en aguas portuguesas y las bolinas, por el efecto de las mareas, acaban en las playas de Galicia y Asturias, provocando una crisis en la Unión Europea que se debatirá la próxima semana en el Parlamento de Estrasburgo.

El asunto ha desatado fuerte marejada que echa espuma sobre las relaciones del gobierno central, del PSOE, con el autonómico gallego, del PP, aperitivo de la contienda electoral que se avecinan en esa comunidad. O sea, un “déjà vú” o suerte de paramnesia de lo que ocurrió años atrás con el Prestige, salvo que aquella marea era negra y la de ahora colorea en merengue. ¡Cuán gusto da a los políticos de este país tocarse unos a otros las bolinas!

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