El salto turístico de Asturias

El atractivo de la región para los visitantes se convierte en una fortaleza y el reto no es solo preservar el paraíso, sino serlo

Adrián Barbón.

Adrián Barbón.

Vicente Montes

Vicente Montes

El Gobierno regional espera que 2024 sea el primer año de una nueva era para el turismo en la región. Los datos lo avalan. Por un lado, las encuestas de ocupación y visitantes reflejaron para el año 2023 un incremento muy notable, permitiendo a Asturias acercarse al hito de sumar casi tres millones de visitantes (se estimó en 2,7 millones) y elevar a 6,6 millones las pernoctaciones. El presidente del Principado, Adrián Barbón, cifró en un 11,9% lo que el turismo acabará representando en la economía regional, en parámetros similares a los nacionales pese a sus diferencias territoriales: un hito que anticipa un paulatino despegue después del éxito que ya supuso en 2007 alcanzar el 10%. Es indudable que la apertura de la variante de Pajares propicia un cambio de paradigma, convirtiendo Asturias en un destino cómodo y cercano, también para estancias cortas fuera de temporada.

El mensaje, sobre el que existe coincidencia entre actores políticos y empresariales, es que esa oportunidad no puede abrir la puerta a una masificación, sino que el reto está en distribuir en el tiempo y el espacio (en el calendario anual y en el territorio) ese aumento de turistas y la actividad económica añadida.

El Presidente suele invocar a este respecto a Pedro de Silva y su visionaria audacia para encontrar en el turismo rural un sello propio. Fue en los años 80 cuando, con el impulso del desaparecido Pedro Piñera, se acuñó el eslogan de "Paraíso natural", probablemente el mayor acierto de imagen surgido en la política asturiana. Tan bueno ha sido que casi 40 años después se ha adherido al ADN turístico de la región.

Asturias debe emprender ahora un salto relevante: elevar su atractivo turístico, ganar peso económico con él, preservar su riqueza natural (principal imán y fortaleza) y, al mismo tiempo, acuñar un modelo propio. La audacia de aquel Gobierno de Pedro de Silva estuvo en pensar en lo que nadie pensaba, en encontrar virtud y encanto en lo que podría parecer debilidad: un ámbito rural con deficientes comunicaciones, desconectado y virginal que tenía en todo ello su capacidad de atracción.

Es difícil a estas alturas inventar nuevas fórmulas; de hecho, en muchísimas ocasiones es mejor no hacerlo si algo funciona. Y la idea de "paraíso" debería impregnar esta nueva etapa con más fuerza incluso de lo que lo ha hecho hasta ahora. Con un sector primario cuyo peso está en descenso y otro industrial sometido a vaivenes inciertos, el turismo puede ser un motor económico clave en la región, más de lo que hasta ahora habríamos percibido.

Y si se saca pecho de ser "paraíso", bien estaría que ese orgullo no se limitase a una etiqueta para ensalzar la belleza de un paisaje, fruto del paciente trabajo de la geología y el clima, sino para un modelo de región.

¿Cómo gestionaría la sanidad el "paraíso"? ¿Y la educación? ¿Qué fórmulas aplica para hacer convivir la actividad agrícola y ganadera con sus recursos salvajes? ¿De qué modo administra sus espacios, ordena sus ciudades o aporta su grano de arena para combatir el cambio climático? ¿Cuáles son sus innovadoras fórmulas para reducir sus residuos, impulsar la sostenibilidad de su economía, garantizar el acceso a fuentes de energía o formar a investigadores de talento que puedan asomarse al futuro? ¿Qué mecanismos se propician en el "paraíso" para el desarrollo empresarial e industrial con garantías para preservar ese entorno? ¿De qué modo se habrían de relacionar sus agentes políticos entre sí y cuál debería ser su motor en la acción diaria? ¿Y qué conciencia sobre la defensa de esa tierra y el desarrollo colectivo tienen sus ciudadanos?

Sí, es el eslogan perfecto, no cabe duda. Es la percha para atraer visitantes y mostrarles que otro turismo es posible. Ya resultaría magnífico si sirviera para enseñarles que también es posible hacer las cosas de otra manera.

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