El milagro de los Andes
La capacidad de resistencia del ser humano
No conocí nunca a nadie que administrara mejor las palabras que mi padre. Decía muchas cosas, cuando se quedaba escuchando atentamente, sin necesidad de mover los labios. Su mirada transmitía reflexión, paz interior y esa prudente expresión de quien prefiere escuchar y meditar a reafirmarse ante los demás. Nos dejó hace tiempo y siento que me quedaron muchas cosas por hablar con él –mejor dicho, que comentarle– para que las evaluara con su silencio. Su vida no fue fácil pero siempre sentí que tras su abnegada personalidad había un retrato de quien, intuitivamente, sabía establecer en cada caso un orden de prioridades.
Como buen cinéfilo le hubiera gustado ver "La sociedad de la nieve", el filme de Bayona del que tanto se habla ahora provocando debates encontrados sobre la condición humana, pero que nos hace pensar. Una odisea que parece resistir al tiempo sin perder un ápice de dramatismo; episodio increíble de supervivencia que puso a prueba, hace ya medio siglo, a jóvenes –hoy ya abuelos– y que dejó claro, entre otras cosas, que hay una sola necesidad que prevalece sobre todas las demás: la de la supervivencia.
Llama la atención el viaje interior, la fuerza mental que transmiten los personajes de una película que, al parecer, ha sido rodada respetando escrupulosamente los detalles más nimios de lo sucedido. Pienso que ese milagro de los Andes ejemplifica la resiliencia ante nuestra vulnerabilidad, la lucha del hombre por combatir la adversidad. Aquellos chicos tuvieron muchísima suerte pero también una determinación mayúscula para salir adelante.
Hoy estamos ante una sociedad diferente y, como dicen algunos expertos, posiblemente más de "cristal", de propensos a depresiones por contrariedades inherentes a la peripecia vital. Pienso en la mayoría de nuestros jóvenes de hoy y en si hubieran podido afrontar una jugada del destino como aquella. Somos parte de la cultura del confort y del bienestar y admitimos estar poco preparados para superar situaciones descontroladas. Llama la atención, incluso, cómo somos capaces hasta de inventar los problemas, tal vez porque no tenemos uno verdaderamente real que solucionar, como el de aquellos uruguayos.
Hay que estar a los asuntos importantes y para los jóvenes del avión lo más urgente era salvar sus vidas. La frontera entre el ser y no ser sí que es un desafío y ahí sí que apuramos los límites de lo imposible. Una de las muchas enseñanzas de esta película llamada al éxito es que durante nuestra existencia cotidiana, tanto pública como privada, lo auténticamente sabio es saber tomar decisiones en función de su verdadera prioridad. Hay muchas necesidades diarias cargadas de emociones que son bastante prescindibles. Clasificarlas y ponerlas en orden es un síntoma de madurez. Además, la energía –al igual que los recursos– son materia finita y hay que saber economizarla según en qué y cómo.
Hay que amar la vida… pero no solo la de uno. Es una fórmula infalible para no dejar de soñar. Si algo me parece aleccionador en esta historia es el empeño colectivo en arrimar el hombro para salir adelante. Después, están los líderes clarividentes que emergen de manera natural. Una lección sencilla pero a veces difícil de aplicar, sobre todo en una sociedad con retos artificiales e individualistas. La intransigencia para con las ideas ajenas nos obliga a pedir un gran milagro para no fracasar.
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