Obituario

El hombre que aprendía chino en el metro

El homenaje de un hijo al ingeniero ovetense Ángel Arias, fallecido el pasado sábado

El hombre que aprendía chino en el metro

El hombre que aprendía chino en el metro / Miguel Arias Bermúdez

Miguel Arias Bermúdez

Miguel Arias Bermúdez

El cáncer no es una lucha, es una convivencia cruel con un monstruo que lo va arrebatando todo. Lo que no consiguió el monstruo fue quitarle a mi padre, Ángel Arias, la dignidad ni las ganas. Incluso en los momentos más duros, daba lecciones a los doctores sobre estudios clínicos experimentales o regalaba su libro "Sonetos desde el Hospital" a sorprendidas enfermeras. El cáncer reforzó aún más su cruzada por la trascendencia, por entenderlo todo, implicarse a conciencia y explicar un poco el mundo, marcando las fronteras entre lo que está bien y lo que está mal, con su ejemplo.

El hombre que aprendía chino en el metro

El hombre que aprendía chino en el metro / Miguel Arias Bermúdez

Hemos tenido un padre que lo hacía todo bien, con un ordenador cuántico por cerebro y una aproximación renacentista a las artes y las ciencias. Autor de varios libros de prosa y poesía, pintor prolífico, bloguero perseverante, ensayista políglota, encarnizado defensor de los ingenieros de minas, abogado, doctor en economía, pescador, cazador de fotos de pájaros, micólogo y filósofo. Javier González Canga decía que sus hijos estudiarían a Ángel Arias en el Colegio. No ha sido así, y no sé si mis hijas o nietas estudiarán a su abuelo en la escuela algún día, aunque seguro que lo harán en casa.

Papá ejercitó a diario una mente que ya era superlativa, dirigiendo su pasión y dedicación obsesiva a tareas tan diversas como estudiar la carrera entera de derecho en tres años, mientras trabajaba, o aprender chino en el metro. Y siguió hasta el último día, venciendo a la morfina. Me lo imagino ahora en su despacho, rodeado de libros y papeles desordenados, enfrascado en una de sus múltiples aficiones, como si no hubiera nada más en el mundo. Y huele a pipa en esos recuerdos, aunque estuviera apagada.

Se lanzó siempre con decisión a nuevas aventuras profesionales y personales. No siempre con éxito. Y si no se hubiera arriesgado, no tendríamos tan claro cómo no montar un restaurante. Estoy seguro de que he sido emprendedor porque sabía que estaría siempre en mi esquina, esperando y animando. Y sus nietas han aprendido lo importante de seguir sus pasiones y que no pasa nada por equivocarse, sobre todo cuando eres joven, aunque pueda parecerle que ya eres mayor a un niño, absuelto de todo don y sin herencia precisa, sin cosa suave que te acoja en la caída.

La gente le adoraba, empezando por la familia y los amigos, nuevos y de añares. Entregó su tiempo y conocimientos para otros, a los ingenieros de minas, a los enfermos de cáncer a los que donó las ventas de su libro, a los amigos a los que ofrecía asesoría legal pro bono, a los lectores que entendieron cómo tratar a un enfermo con algo de humor o se animaron con sus poesías y conferencias.

El cáncer no es una lucha, pero esta historia sí que tiene épica y héroes. El primero, él, con su capacidad para dar un paso hacia atrás y ver las cosas en perspectiva. Después, sus médicos, con su dedicación, conocimientos y apuesta por la vida, aunque cueste.

Y sobre todo, mi madre. La mejor compañera que ha podido tener durante casi cincuenta años, la fuente de inspiración de su arte y el pilar sólido, hercúleo, sobre el que ha podido alcanzar tanto. Mi madre ha vivido puertas para adentro la parte más difícil de este viaje, pero también hermosa en su intimidad, cuidando y cuidando, con miedo y siempre con esperanza. Sin perder la sonrisa y la capacidad de hacer las cosas como tienen que ser hechas, incluso las más pequeñas. Gracias, mamá.

Nos toca ahora ser albaceas de sus enseñanzas, transmisores de esa visión lúcida, abierta y generosa de un mundo que recompensa el trabajo y el respeto por todo y por todos. Y dentro de 100 años, algún sociólogo que busque entender la loca realidad de nuestro mundo entre siglos, encontrará Alsocaire, su blog, con cientos de textos lúcidos y afilados, se reirá con los comics del antihéroe Linkweak, disfrutará de poesías y dibujos, leerá los cuentos para preadolescentes y tendrá, de golpe, todas las respuestas.

Miguel Arias, hijo menor de Ángel Arias, es ingeniero de Caminos y una de las voces más autorizadas en el mundo del emprendimiento en España. Actualmente es General Partner de K Fund, el fondo de venture capital para startups más relevante del Sur de Europa.

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