Miles de pies en sus manos: historia de la zapatería de reparaciones Samartino, que echa el cierre este viernes en la Pola

"Mis padres tuvieron un mérito enorme, eran unos maestros de los que ya no quedan", explica el heredero, Alejandro Blanco, quien ha decidido aceptar otro trabajo para "tener un poco más de vida"

Alejandro Blanco entrega un par de zapatos a Mari Nieves Peña, en su negocio, a punto de echar el cierre

Alejandro Blanco entrega un par de zapatos a Mari Nieves Peña, en su negocio, a punto de echar el cierre / Luján Palacios

Podría decirse que Alejandro Blanco no llegó al mundo con un pan bajo el brazo. Más bien lo hizo con un zapato, porque al mes de abrir su negocio de reparaciones de calzado, sus padres le dieron a él la bienvenida. Este viernes, 37 años después de aquella feliz coincidencia, el heredero de uno de los negocios más queridos de Pola de Siero, la zapatería Samartino, bajará la persiana para siempre. Atrás queda toda su vida relacionada con un mundo de artesanía al que sus progenitores, ambos ya fallecidos, dedicaron décadas de desvelos. Y por delante, la promesa de "tener una vida mejor, con algo de tiempo libre", porque sostener él solo el negocio "ya no era viable, créeme que llevo años sin vida, trabajando todos los días y a cualquier hora", afirma.

Sus padres, Francisco José Blanco y María del Pilar Carrocera, él de Balbona y ella de Samartino, eran unos veinteañeros cargados de ilusión cuando abrieron el negocio el 2 de mayo de 1986. El patriarca se había formado en la profesión desde los 14 años en Oviedo, y con mucho tesón y coraje montó su propio local con su mujer, embarazada de Alejandro, en la calle Martín de Lugones, en la Pola. "Allí estuvieron algo más de diez años, antes de comprar este bajo donde hemos estado hasta ahora", en la galería comercial de las calles peatonales de la Pola.

Durante largos años desempeñaron el oficio con la perfección de un relojero, porque "nunca hubo ni un error, ni un retraso en una reparación, el estándar de calidad que impuso mi padre fue altísimo", subraya su primogénito. Él por su parte se dedicó durante mucho tiempo al fútbol, a nivel profesional. "Estuve en el Numancia, en Barakaldo, Alicante, Pontevedra, La Coruña... y ahora de forma amateur en el Siero", explica. Pero a pesar de los años que pasó fuera, la profesión de zapatero siempre fue con él. "Es que me crie aquí, entre las máquinas y las herramientas, y desde siempre supe hacer estas cosas", relata.

Hace diez años regresó a la Pola, donde siguió con el deporte "combinándolo con esto, me pasaba aquí las tardes echando una mano en el negocio". Y pronto su presencia se hizo imprescindible, porque su padre, Fran para todos los polesos, falleció poco después. Tocó hacerse cargo de la zapatería, en la que además de reparaciones de calzado se ha hecho "casi de todo". Copias de llaves, mandos, afilado de cuchillos, reparaciones de bolsos, cinturones, paraguas, "hasta de potas y joyeros, la gente traía aquí de todo, y si tenía arreglo, se arreglaba". Y la clientela llegaba "de sitios que ni te imaginas, de Infiesto, de Bimenes y hasta de Cangas de Onís, porque nadie hacía este trabajo".

Un nuevo golpe de la vida se llevó hace seis meses a su madre, María del Pilar, junto a la que siguió trabajando codo con codo en la última década, y la marcha del ayudante que tenían hace poco fue el detonante para que Alejandro pensara en otras opciones. "Me ha salido un trabajo en el sector del metal y tuve que decir que sí, con toda la pena de mi corazón", afirma emocionado. Porque "ha sido una vida entera, la mía y la de mis padres", y porque en el fondo ama la profesión de artesano de la zapatería, pero "no tengo vida; me quedé solo con esto y no encuentro a nadie que sepa trabajar con la calidad que prestamos aquí; pasaron por el taller muchos aspirantes y a todos les dije que no, porque no sabían hacer las cosas. Así que he tenido que tomar una decisión porque no puedo seguir trabajando a este ritmo, festivos, fines de semana, sin horario para acabar todos los arreglos a tiempo", explica mientras a su puerta llega un goteo constante de clientes.

"Ya no recogemos más encargos, cerramos el viernes", indica Alejandro Blanco a quienes acuden en busca de una reposición de tapas, de suelas, de plantillas o de nuevos agujeros en el cinturón. "¡Y ahora qué hacemos!", exclamaba una vecina. Porque "ya no queda nadie que haga estas cosas", se lamentaba otra clienta, Mari Nieves Peña, quien acudió a despedirse del joven y desearle "todo lo mejor; me da muchísima pena porque los conozco de toda la vida, pero la vida sigue".

El cierre no llega motivado por la falta de trabajo, sino por el exceso. "Calculamos que en una mañana pasaban por aquí entre 40 y 60 personas, una cada cuatro minutos. Llegaron a ser 4 personas reparando, sobrevivimos a todas las crisis", relata Alejandro. De hecho, "después de la pandemia, cuando volvimos a abrir, tenía una cola de gente esperando". Pero no hay relevo, y la realidad se impone.

El taller ya está casi desmontado y los últimos zapatos reparados, listos para la entrega. Algunos no volverán a sus dueños, porque "hay aquí cosas arregladas desde el 2018 y nadie ha venido a recogerlos, la gente es así", reflexiona. Y aunque quienes llegan para reparar su calzado "salen en muchos casos llorando literalmente al saber que cierro para siempre", el joven elige el optimismo. "Ya lloré todo lo que tenía que llorar, los que seguimos aquí tenemos que ser felices", sentencia, enormemente orgulloso de la semilla plantada por sus padres, que "como todo, en vida considero que nunca se vieron reconocidos". Por eso, en la hora de la despedida, "que esto sirva como homenaje a ellos". A dos emprendedores que dedicaron su vida a un oficio en extinción, dando siempre lo mejor y dejando un hondo vacío en el comercio local de Siero.