De paso

Tina Villar

Tina Villar

El aire de este pueblo tiene un delicioso aroma dulce – dice una joven con acento francés, mientras deja en el suelo la pesada mochila que carga a su espalda.

Siempre que paso por aquí mis ropas quedan impregnadas de un olor que persiste hasta que las lavo.

Creí que en esta ocasión atravesaría Villaviciosa sin encontrar a nadie. ¿No es muy temprano para pasear al perro? - pregunta.

Sí, pero solo a primera y a última hora del día puedo encontrar esta tranquilidad y este silencio – respondo.

Se presenta. Se llama Nicole. Se sienta en el suelo del porche de la iglesia de La Oliva y me cuenta que no está haciendo el Camino de Santiago, como pudiera parecer, que ahora vive en perpetua peregrinación.

No se trata de vagar sin rumbo por parajes solitarios - dice. El objeto de permanecer como una viajera errante es reajustarse al ritmo de la naturaleza, tratar con la gente que vive de manera sencilla y, como no, admirar la arquitectura de las poblaciones que va encontrando.

Lleva años viviendo en una especie de huida hacia adelante porque ya no soportaba el mundo moderno y globalizado. Tuvo que abandonar Lyon, donde era una ejecutiva de éxito en la empresa IBM. Cada día era más acuciante la sensación de estar perdiendo el valioso y contado tiempo que tenía de vida.

Un día no pudo soportarlo más. Ese día se dio cuenta de que no había un minuto que perder, que su existencia tenía una duración limitada, que ella estaba “aquí” solo “de paso”.

Por suerte aún no había quedado atrapada en la vorágine de crearse situaciones que la obligasen a permanecer viviendo para satisfacer ningún rol impuesto por quienes prefieren vivir dormidos.

¿Te gusta esta Villa? – pregunté, curiosa.

Oh, sí – responde. Siempre que paso por aquí me detengo al menos un día. No sólo la Ría la convierte en una joya, también están sus casonas y palacios. Me fascinan los balcones de madera tallada. Paseando por sus calles tengo la impresión de estar atravesando un lugar un poco irreal.

Que sepa usted – dice divertida – que he probado la fabada y he bebido más de “un culín”, como dicen los asturianos.

Sería usted tan amable de colocar esta esterilla sobre la mochila – me pide - mientras se levanta dando por terminada nuestra conversación. Cosa que hago.

Es usted de aquí? – pregunta.

No, pero ahora vivo aquí – le digo.

Claro, supongo que lleva usted poco tiempo viviendo en esta villa y aún no ha quedado integrada en ella como si fuera una de sus piedras.

Sonríe al tiempo que se explica. Cuando lo que nos rodea se convierte en algo cotidiano nos absorbe y hace que acabemos mirando sin ver.

La razón por la que tampoco me quedo a vivir en ningún lugar es que cuando uno no ha aprendido a mirar hacia adentro de sí mismo, solo puede hacerlo hacia afuera. Este es el origen de la costumbre de ocuparse de las vidas ajenas en lugar de invertir el tiempo en reparar las grietas que van surgiendo en las propias.

¡Qué ironía! Tanto tiempo perdido en banalidades. Vivimos como si fuéramos a durar para siempre cuando en realidad vamos todos “de paso”.