Vivimos tiempos complejos en los que la realidad adelanta a toda velocidad a los análisis y previsiones; tiempos en los que las certezas han dejado de existir, en los que nada se parece a lo que había sido hasta hace un momento? Tiempos en los que las calles se llenan de diversas manifestaciones del descontento, entre las que se encuentra el movimiento de los «indignados». Reconozco que me ha costado escribir sobre el tema, porque sobre este movimiento me asaltan sentimientos y pensamientos encontrados y, claro está, más dudas que respuestas.

Leo el texto de Stéphane Hessel «¡Indignaos!» Y me conmueve. Su llamada a los jóvenes para formar parte de la gran corriente de la Historia, la de la lucha por los Derechos Humanos, la de los valores democráticos basados en la ética, la justicia y la libertad. El recuerdo de los valores que inspiraron la creación de la Seguridad Social para garantizar a toda la ciudadanía los medios de subsistencia, la organización de la economía para servir a los intereses generales y no a los particulares, la libertad de prensa y su independencia con respecto del Estado, la posibilidad efectiva de acceso a la educación universal y de calidad para la infancia. Me conmueve porque son mis valores, los de la socialdemocracia, los que han inspirado muchas de las políticas que los socialistas hemos puesto en marcha? Cómo es posible, entonces, que partiendo de estos presupuestos eminentemente democráticos se haya derivado en un movimiento que grita a los parlamentarios «¡no nos representas!»; cómo es posible que compartiendo los mismos valores hayamos perdido la conexión con quienes se manifiestan aglutinados por la «indignación»; cómo en paralelo con las concentraciones convocadas al calor del manifiesto de Hessel se ha registrado una abrumadora victoria de la derecha en las municipales y las autonómicas.

Desde un punto de vista estrictamente personal y con la convicción de que como senadora y socialista debo intentar ofrecer algunas respuestas me atrevo a exponer algunas aproximaciones a las demandas del 15-M.

Sobre la cuestión de la no representación cabe señalar que desde una perspectiva meramente formal la formulación «no me representas» pone en evidencia un profundo desconocimiento del modelo de democracia representativa definido en nuestra Constitución, la ignorancia de lo que es el parlamentarismo y del alcance de las elecciones legislativas. Cabe añadir, teniendo en cuenta los fundamentos de la convivencia democrática, que en democracia la libre decisión de cada ciudadano o ciudadana de votar o de no hacerlo, y de escoger unas u otras opciones, termina donde empieza la del resto de los individuos. Por tanto, no sentirse representado por los parlamentarios libre y democráticamente elegidos no invalida, en modo alguno, la calidad y representatividad de nuestras Cortes Generales, parlamentos autonómicos o corporaciones locales, cuyos representantes han sido elegidos por sufragio universal, libre y directo.

Por eso, no quisiera interpretar la posición «indignada» como un acercamiento a postulados antidemocráticos; por el contrario, me inclino a pensar que el grito de los «indignados» tiene que ver con la demanda de reformas que hagan posible un mayor y mejor contacto de los políticos con la ciudadanía. Eso me llevó a acercarme ya hace semanas a la plaza Mayor de Gijón, mi ciudad, y brindarme a recoger y estudiar las propuestas del movimiento (he de decir que aún no me ha llegado ninguna). Sin embargo, a través de los medios de comunicación he podido saber que se pide una reforma de la ley electoral para que obtengan representación parlamentaria aquellas fuerzas políticas que aunque no hayan alcanzando suficientes votos en cada circunscripción, sí obtengan suficiente en el conjunto del Estado. Personalmente, creo que debemos buscar la forma de que esta demanda sea atendida. Evidentemente, debemos hacerlo a través de un cambio en la ley electoral, para lo que se necesita que los parlamentarios de Cortes Generales la apoyen. En este sentido, estaría bien que los indignados estudiasen los programas electorales con los que las distintas fuerzas políticas concurren a las elecciones generales y votasen en consecuencia. La democracia se mejora democráticamente. Asimismo, creo entender que se aboga por las listas abiertas para que se profundice en el método electoral por el que se eligen los senadores y senadoras. Sobre el Senado también se vierten críticas, algunas muy ácidas, que piden su desaparición por inservible. A quienes sostienen esta postura les invito a conocer realmente lo que se hace en el Senado y las muchas mociones aprobadas en esta legislatura instando al Gobierno de España a desarrollar diversas políticas -entre ellas, y a iniciativa del Grupo Socialista, gravar con tasas los movimientos de capital internacionales-, así como las modificaciones sustanciales que sufren muchas leyes tras su tramitación en el Senado, que amplía, modifica y mejora muchos de los textos legales que llegan del Congreso.

Creo que el Senado es una Cámara con presente y con futuro, que mejoraría su imagen y completaría sus funciones si se procediese a su reforma para convertirla en una verdadera cámara de representación territorial que permitiese la puesta en común y el acuerdo sobre los contenidos y aplicación de las leyes entre Cortes Generales, comunidades autónomas y administraciones locales. Ésta es una de las propuestas con las que el Partido Socialista concurrió a las pasadas elecciones generales, que no ha podido llevarse a la práctica por la disconformidad del Partido Popular, fuerza imprescindible para alcanzar la mayoría suficiente que impulsase la reforma.

Otra de las peticiones «indignadas» es la eliminación de los «privilegios» de los parlamentarios: pensiones vitalicias, falta de control sobre el cumplimiento de sus obligaciones, incompatibilidades? Sobre todos estos asuntos se han realizado críticas, en ocasiones basadas en la falta de información o, incluso, en la desinformación misma. Hacer demagogia con estos asuntos es muy fácil. Pero lo cierto es que no hay tales pensiones vitalicias, que se exige el cumplimiento de la asistencia a plenos y comisiones por parte de las direcciones de los grupos parlamentarios y se sanciona a quien no cumple, que la mayoría de los parlamentarios se dedican en exclusiva a la actividad política y que a partir de ahora ya no se permitirá la compatibilidad con ejercicio profesional alguno.

Todos los progresistas queremos más democracia y más participación; a todos nos indignan las injusticias, y trabajamos para que la educación y la protección social con la que Hessel soñó no se menoscaben con la crisis. Hemos oído el grito de los ciudadanos indignados; compartimos muchas de sus preocupaciones y esperamos que nuevas formas de participación política nos permitan acercarnos y construir juntos propuestas de futuro.