En el palacio Valdecarzana, sede del archivo histórico de Avilés, han logrado que el viento de la Historia se haya parado. Consiguieron atraparlo -hasta finales de abril- y encajarlo entre láminas de plástico. De esa forma se exhiben las dos copias del famoso Fuero de Avilés.

Estos pergaminos medievales ya consiguieron engrandecer a la villa asturiana hace unos novecientos años. Luego el comercio y la pesca la convirtieron en «el puerto más importante de la cornisa cantábrica durante más de tres siglos», según el catedrático medievalista Ruiz de la Peña.

Los avilesinos han de saber que viven en una ciudad muy importante. Y tienen que creérselo. Yo creo que todo llegará. Cosas como la conjunción arquitectónica y cultural del casco histórico y el Niemeyer ayudaran a ello. Se asombrarían ustedes del asombro que Avilés produce en los miles de visitantes que a ella llegan.

Mientras contemplaba uno de los fueros, y sin moverme del sitio podía ver a través de una de las dos puertas góticas (antigua entrada al recinto y hoy selladas con cristal) la pasarela, también conocida como «la grapa», construida para saltarse la ría y comunicar el casco clásico de la ciudad con el vanguardista, con la intención de convertirlos en uno sólo.

Porque en este Valdecarzana, de arquitectura gótica depurada, y en la misma sala donde hoy se exhibe la muestra medieval, estuvo (en mayo hará tres años) el famoso alquimista literario Paulo Coelho, una de las puntas de lanza que magistralmente utilizó el director del centro cultural, Natalio Grueso para fundir Avilés y cultura, y difundir el producto por el mundo, estando aún el Niemeyer en planos. Hazaña, que creo, histórica.

El nuevo centro internacional empieza a revolucionar a esta ciudad milenaria. Creo que hay que verlo como continuación, como aportación vanguardista, a las muestras arquitectónicas de todo tipo y épocas que conforman el conjunto histórico-artístico avilesino.

La prestigiosa Saab Live Experience, vaticina que el Niemeyer convertirá Avilés en un centro de peregrinaje para los amantes de la arquitectura y la cultura.

Y lo ha hecho estos días, en los que está en lenguas, de algunos, la administración del Niemeyer. Y a mí, que llegaron a advertirme aquello de que «la revolución devora a sus hijos» les contesto que, a veces, a algunas revoluciones se les atraganta algún hijo, simplemente por Grueso. Pues ¡Ajo y agua! o bicarbonato. Y adelante.

Sugiero visitar el pasado y mirar al futuro con valentía e imaginación. Sin moverse del sitio. Algo que solo se consigue en lugares excepcionales.

Avilés ya es uno de ellos.