La vida galáctica de Carlos González, el asturiano que escuchó antes que nadie la llegada del hombre a la Luna

El primer técnico español en la NASA, de origen asturiano, participó en el hito de la llegada del hombre a la Luna: "Fuimos los primeros en saberlo"

González, en primer término, en la estación de Fresnedillas. |  Carlos González

González, en primer término, en la estación de Fresnedillas. | Carlos González / Javier Sámano Lucas

Javier Sámano Lucas

Bien entrada la madrugada del 20 de julio de 1969, Carlos González Pintado salió a la calle a tomar el aire. Se encendió un cigarrillo y centró la mirada en el firmamento. El efecto de la nicotina y la visión de las estrellas aplacó el temblor de sus piernas, síntoma de los nervios que le consumían.

Aquella no había sido una noche más en la estación de la NASA de Fresnedillas de la Oliva, en Madrid. Apenas un rato antes de encender el cigarro, a Carlos le habían hablado desde la mismísima Luna. "Houston, aquí base de la tranquilidad, el águila ha aterrizado". Era Neil Armstrong. La humanidad acababa de completar uno de los hitos más celebrados de la historia, y, en la Tierra, nadie se enteró antes que Carlos. "Cuando Armstrong dijo la famosa frase –recuerda–, tardó 1,3 segundos en llegar a Fresnedillas. Pero luego esa información había que pasarla a Telefónica y ellos, a través de muchas conexiones por cable, la enviaban a Houston. Cuando Houston lo oyó había pasado medio segundo más, por lo que fuimos los primeros del mundo en saberlo".

Carlos González, en la estación de Robledo, junto a Charlie Duke, piloto del «Apolo 16» y décimo hombre que pisó la Luna. | Carlos González

González, en una imagen tomada en la estación de Robledo, aparece en el centro. | Carlos González| Carlos González / Javier Sámano Lucas

Por aquel entonces, Carlos tenía 22 años. Era el primer técnico español que trabajaba para la NASA. Esa noche, su misión consistía en mantener el receptor de la estación de Fresnedillas en buen estado para que no se perdiese la señal con la nave en la que se encontraba Armstrong junto a Michael Collins y Buzz Aldrin. La responsabilidad mutó en angustia durante un instante que duró una eternidad. "Para iniciar la maniobra de descenso a la superficie lunar, el módulo debía cambiar de postura para detener el motor y frenar. Pues bien, en ese momento perdimos la señal en Fresnedillas. Se me paró el corazón. Me dije: ¡Dios mío! Lo primero que pensé es que había ocurrido una catástrofe, que los tres habían muerto, ¡menos mal que no tardamos en restablecer la comunicación!", evoca más de medio de siglo después, con el reprís del que sigue con el susto metido en el cuerpo.

Los orígenes de Carlos no se encuentran en la Luna ni en Saturno sino en el concejo de Tineo. Aunque nació en Madrid "por accidente" –como acostumbra a decir–, se siente profundamente asturiano. Producto de una saga de agricultores, aún conserva familia en el Principado: primas en Gijón, en Oviedo y en las respectivas aldeas de sus padres: Folgueras de Cornás y Río Castiello. Le gustaría visitar la región más a menudo, pero el viaje desde su lugar de residencia, Navalcarnero, es largo y su salud "ya no es la que era".

Fue el primero de la familia en nacer lejos de Asturias. Sus padres emigraron a la capital en busca de una vida mejor. No se puede desligar la procedencia humilde de César de su desarrollo personal y profesional. En el año 1964, se marchó becado a estudiar el último curso de High School (Instituto) a California. Acostumbrado a la España gris de la dictadura, quedó prendado de los aires de libertad que se respiraban al otro lado del charco: "Fue como pasar de estar viendo una película en blanco y negro a ver una en color. Todo era diferente, un mundo nuevo. Me cambió completamente la vida".

La vida galáctica de Carlos González

Carlos González, en la estación de Robledo, junto a Charlie Duke, piloto del «Apolo 16» y décimo hombre que pisó la Luna. | Carlos González / Javier Sámano Lucas

De vuelta en Madrid, no había dinero en casa para sufragar sus estudios de Medicina, por lo que se tuvo que conformar con compaginar la carrera de Telecomunicaciones con un trabajo precario del que volvía todas las medianoches a casa haciendo autoestop. Hasta que un anuncio en el periódico le cambió la vida: "La NASA busca un técnico que sepa hablar inglés para la estación de seguimiento de satélites de Robledo". Aunque al principio reconoce que no le dio mucha importancia, hizo las entrevistas y le cogieron. "Pero no tenía la mili, que era indispensable. Me lo dijeron justo antes de firmar. Yo ya sabía que sin eso no me iban a dar el puesto, pero le eché cara. No lo conseguí, pero me prometieron que cuando terminase la mili me ficharían". Esa misma tarde, fue al Ministerio del Ejército a alistarse.

Después de 18 meses de formación en Móstoles, lo primero que hizo al volver a la vida civil fue presentarse en el mismo despacho donde, año y medio antes, estuvo a una mili de entrar en la NASA. "Me pusieron delante exactamente el mismo contrato y firmé, solo que, en vez de en Robledo, trabajaría en la estación de Fresnedillas". En ese momento, se convirtió en el primer técnico español en la NASA.

Era 1968, un año antes de ese medio segundo en el que solo él y sus compañeros de estación sabían de aquel pequeño paso para el hombre que era en realidad un gran paso para la humanidad. Sin embargo, esa no iba a ser la única jornada histórica de la que fue partícipe; le tocó vivir muy de cerca un episodio tan aciago que aún hoy le revuelve las tripas: la muerte a bordo del transbordador espacial Challenger de siete personas. Como en la misión del Apolo 11. Su cometido era recibir la señal de la nave. Tantos años después, recordarlo le sigue poniendo la carne de gallina: "Estaba sentado en la mesa de operaciones, escuchándolos hablar entre ellos y con la central, cuando, de repente, se hizo un silencio atronador. Llamé a Houston y una vez lacónica me dijo: Madrid, ha ocurrido un hecho excepcional. En ese momento, entraron en la sala los miembros del equipo que estaban viendo por la televisión el despegue y me confirmaron la tragedia".

Más feliz resultó enviar una canción de los Beatles ("Across the Universe") al Espacio. La NASA decidió conmemorar así el cincuenta aniversario de la red del espacio profundo, y fue Carlos quien disparó, en dirección a la Estrella Polar, la canción desde la estación de Robledo. "Aún le quedan unos miles de años para llegar, no creo estar vivo para entonces", vaticina entre risas. Cuando se jubiló, en 2011, la NASA le condecoró con la medalla al Servicio Público Excepcional. Tras una trayectoria siendo testigo de la historia, la terrenal y la galáctica, asegura que, si naciera otra vez, "volvería a hacer lo mismo, porque disfruté cada segundo". Seguro que algo así pensó mientras apuraba aquel cigarrillo después de hablar con Houston, aunque hace tiempo que ha dejado de fumar.

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