Luanco, E. CAMPO

No deja tras de sí pelos, plumas ni huellas de ningún tipo, pero se cuela todas las noches en jardín ajeno y come limones. José Manuel Mayo y Lourdes Seco no saben si tomarse a risa o en serio el misterioso episodio que se repite desde hace ya más de dos semanas, y están deseosos de poner nombre y forma al animal que da buena cuenta, uno a uno, de los frutos de su limonero. Lo extraordinario del caso es la forma en la que el merodeador aprovecha los limones: los deja colgando del árbol, medio mondados, y sólo se come la pulpa blanca del interior de la cáscara, además del zumo. Vitaminado y adicto al cítrico.

Apostados tras los ventanales de su casa, los dos luanquinos intentaron descubrir varias veces la identidad del ladronzuelo, pero éste sólo actúa cuanto todas las luces se han apagado, con las estrellas del cielo como única guía. Al principio no le dieron importancia al robo de limones, pero como mañana tras mañana encontraban una nueva fruta abierta, su curiosidad subió varios enteros. Su primera idea consistió en podar el limonero y cubrirlo de una malla que ajustaron cuidadosamente al tronco. La primera noche funcionó, pero a la siguiente encontraron un agujero en la red, y en esta ocasión dos limones mondados. Cerraron el hueco con pinzas, pero a la noche siguiente otro agujero distinto les hizo desistir de su empeño. El siguiente intento consistió en embadurnar algunos limones con azúcar atrapamoscas, que hizo su función: atrapar moscas, pero no ahuyentar al misterioso visitante. Tampoco sirvió de nada colocar un bollo y una manzana sobre un cartón impregnado en una sustancia pegajosa: el comensal agradeció el regalo, que comió golosamente lejos del peligroso «mantel», como constatan las migas que encontraron los dueños del limonero.

«Es un animal muy inteligente, no deja ninguna señal», afirma Lourdes Seco. La familia decidió acudir al Principado de Asturias, que les envió a un guarda forestal. Pero ni esa voz experta pudo decir qué tipo de bicho hace suyo el «lemon tree» de Luanco. Ningún vecino más notó la presencia de este trasgu, y ni veterinarios ni amigos fueron capaces de ayudar a Lourdes y a José Manuel en su búsqueda de respuestas. Lo único que saben es que algo entra cada noche en su jardín y se alimenta con los limones maduros, cuyos restos dejan colgando del árbol. Según el guarda forestal que les visitó, no puede ser un animal autóctono, y apuesta por una mascota exótica que vague por los alrededores. Los afectados, después de pensar que era una gaviota o una martaleña, creen más bien ahora que es un ave o un mono de pequeño tamaño, como un tití. La respuesta está ahí fuera.