Suena la emisora. Aviso por el 16: las embarcaciones deben separarse al menos una milla (1.852 metros) de la isla de La Erbosa por seguridad. El mensaje va dirigido a los patrones de lanchas de recreo y también de pesca que faenan en las inmediaciones de la isla donde en la madrugada del lunes embarrancó el arrastrero "Santa Ana". En la "zona cero" del siniestro trabajan estos días y sin descanso profesionales de salvamento que desde lo alto del acantilado se distinguen a duras penas por los colores que visten: naranja, Salvamento Marítimo; rojo, Cruz Roja; verde y negro, la Guardia Civil. Ayer la jornada fue ardua para estos trabajadores, del alba al ocaso.

Pero el tiempo pasa lento para quien ve de lejos y entre una densa niebla los movimientos del remolcador "Alonso de Chaves", el patrullero de altura "Río Miño", el salvamar "Capella" o el guardamar "Concepción Arenal". Desde los acantilados que se elevan por encima de los cien metros de altura, los allegados de los tripulantes todavía desaparecidos se muestran nerviosos. Siguen atentos los movimientos de las naves de rastreo con prismáticos, y los ojos hundidos por el dolor. Algunas voces claman "agilidad". Los vecinos -muchas personas que estos días visitan el cabo Peñas para seguir las labores de rastreo- son gentes de la mar y también exigen "más rapidez" a los equipos de salvamento.

En el agua, a sólo unos metros de los profesionales, guardias civiles y profesionales de Salvamento Marítimo son una piña y no ceden tiempo a las casualidades. LA NUEVA ESPAÑA se desplazó en una lancha hasta el lugar donde ahora reposa el pecio del "Santa Ana". Eran las tres y media de la tarde. Más de una decena de buzos llevaban ya varias horas protagonizando inmersiones en Peñas, siempre en pareja. Su misión: estabilizar el buque para acceder al interior, a los camarotes, donde se cree que están los seis tripulantes desaparecidos. Pero cada movimiento se hace complicado: el Cantábrico que desde el acantilado parece una piscina, bate contra las lanchas y forma corrientes a capricho. Los buzos, aún así, colocan un cable de remolque de veintidós pulgadas y una carga de rotura de unas sesenta toneladas para anclar el buque. Pero el sistema falla. Por la tarde prueban de nuevo suerte con una cadena más gruesa. Eran las cinco cuando el "Alonso de Chaves" -con una potencia de unos 6.000 kilovatios- tensa la cadena y ruge hasta romper el cable como prueba de éxito. El "Santa Ana" queda entonces encajado en una grieta, con la popa apoyada en el fondo, a costado de babor y completamente seguro. Se oye entonces un mensaje por la emisora: "Completamente estable".

Luego un grupo de buzos se aproxima a la isla de La Erbosa y en una zodiac mantiene un breve encuentro, una especie de reunión. Acto seguido los profesionales se sumergen en la mar. Poco después se conoció que los " rana" -como los definen sus colegas de tierra- llegaron a la puerta del arrastrero, la misma que hoy intentarán sortear siempre sin poner vidas en riesgo. Al caer el sol, los equipos de salvamento regresaron a sus bases; en el acantilado un nutrido grupo de personas seguía su trabajo. Entre ellos estaba el delegado de Gobierno en Asturias, Gabino de Lorenzo.