Entrevista | Ángeles Álvarez Banciella Fundadora de la Galería de Arte Amaga, en Avilés

"Avilés se volcó conmigo, la galería fue toda una novedad en la ciudad"

"Empecé a meterme en el mundillo de los artistas siendo secretaria en Cristamol, sin que nadie me lo mandara"

Ángeles Álvarez, sentada en un banco delante de la galería que  fundó hace cincuenta años.  |  RICARDO SOLÍS

Ángeles Álvarez, sentada en un banco delante de la galería que fundó hace cincuenta años. | RICARDO SOLÍS / Saúl Fernández

Saúl Fernández

Saúl Fernández

Ángeles Álvarez Banciella fundó hace cincuenta años la Galería Amaga, en la calle José Manuel Pedregal de Avilés. "Hace seis o siete que la dejé en manos de mi hija Angélica García", cuenta antes de iniciar el dictado de la primera parte de sus memorias.

Nacimiento

"Me llamo Ángeles Álvarez Banciella, nací en Oviedo en 1950, así que tengo 73. Nací en casa de mis abuelos, en donde estuvo el hospital. Aquello lo llamaban El Truébano. No tengo hermanos: soy hija única".

El Cristo

"Donde está el antiguo Hospital General, allí tenían mis abuelos un terreno todo de vacas, una granja. Luego les expropiaron para hacer el hospital y marcharon para El Cristo. Allí también tenían fincas, un poco más abajo de la iglesia, y pusieron un bar, el bar Montaña. Allí estaba un tío mío con ellos. Mi abuelo era Víctor Banciella, que se casó con mi abuela María. Tuvieron siete hijas y un hijo: la más pequeña era mi madre: Eloína Banciella, que ahora tiene 96 años. Ahora mismo. Mis abuelos son, por tanto, del siglo XIX".

La familia

"Mis padres fueron Joaquín Álvarez y, ya digo, Eloína Banciella. Mi padre pintaba coches. Dibujaba muy bien, sobre todo letras. Luego tuvo un taller de coches. A los cincuenta años le dio un cáncer de laringe y se retiró. Vivieron bien porque eran muy modernos para la época: eran de los moteros que se dice ahora. Ellos tenían su Vespa y se iban los fines de semana por Asturias: todo el día un montón de moteros. Mi madre fue de las primeras en vestir pantalones. En su época, además, no había chaquetas de moto. Compraban género de esto... tipo cuero, aunque no era cuero tampoco. Napa, escay... y hacían unas chaquetas. Pero mi madre llevaba una falda siempre cuando iban en la moto porque cuando entraban, por ejemplo, a Covadonga, o a otro sitio de esos, no les dejaban a entrar a ellas de pantalones por eso ponían una falda por encima. Eran los años. Ellos eran ya muy modernos, sí".

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Ángeles Álvarez abraza a su hija Angélica García. / Saúl Fernández

Oviedo de posguerra

"La modernidad es una cosa con la que naces. Mi padre, como andaba con lo de los garajes y todo eso, pues conocía a mucha gente. También es verdad que en Oviedo, entonces, nos conocemos todos".

Los primeros estudios

"Mi padre tenía el garaje en la zona de La Tenderina. Como decía, iba en moto a trabajar. Por entonces, vivíamos en Buenavista, donde la plaza de toros, exactamente. Mi padre me bajaba al instituto en la moto cantidad de veces. También al colegio, que yo fui a las dominicas, en Pérez de la Sala. Hice la comunión y todo allí. Cuando empecé el bachiller, nos fuimos al instituto. En aquella época no habían terminado el de chicas –entonces estábamos separados los chicos y las chicas–. Nos metieron donde la antigua Escuela de Comercio y nos dejaron unas aulas para nosotras. El primer piso todo. No me acuerdo si hacíamos primero, segundo y tercero. Debimos estar un año o dos, no sé, y ya nos fuimos para el instituto, para el Aramo. Aquella zona, lo que es hoy es Llamaquique, era una explanada, no era lo que es ahora, no había nada".

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Ángeles Álvarez con su hijo Amancio en brazos junto a Angélica García. / Saúl Fernández

Madre recta

"Siempre fui callada, una persona que me adapté a todo porque yo fui hija única, pero mi madre, en esto de la educación, era muy recta. Si hacía algo mal, bueno... quería que su hija fuera por un camino... Como decía, siempre fui una persona dócil. De estudiar, pues bien, bien. Cuando terminé el Bachiller, yo quería hacer Enfermería. Por entonces habían hecho el hospital y también, la Escuela de Enfermería. Convencí a todas mis amigas para hacer Enfermería, pero no lo sé por qué, porque tampoco es que tuviera una cosa seria por esto de la Enfermería. No, no. Pero, bueno, empecé a convencerlas y se matricularon y yo me matriculé también con ellas, pero cuando llegué a casa mi padre dijo que de enfermera que nada y, entonces, perdí un año. Eran otras épocas. Como la escuela estaba en El Cristo y no había muchos más bares que el de mis abuelos, las estudiantes de Enfermería, las enfermeras, los médicos, hacían comidas, iban mucho por allí y a mi padre no le gustaba que las chicas se juntaran con los chicos, tuvieran allí sus juergas. Me lo prohibió totalmente. Entonces yo no hice Enfermería, aunque estaba allí con ellas. Perdí el año en casa hasta que a mi padre le hablaron de unos cursos en Madrid de Informática y como me veía muy mal me dejó ir. Eran aquellas máquinas grandes, enormes. Estamos hablando de 1967, de cuando yo tenía diecisiete. Era el momento en que empezaron a venir los de IBM y todo aquello. Por mediación de gente a la que conocía mi padre, me mandaron para allá. Mi padre era muy inteligente y pensó que todo esto de la informática podía darme un futuro. Y marcho a Madrid sola".

Ángeles Álvarez, sentada en un banco delante de la galería que  fundó hace cincuenta años. |

Ángeles Álvarez, en Pajares. / Saúl Fernández

Madrid

"Me buscaron una casa por mediación de unos amigos de mis padres en Madrid, una casa de una señora viuda, una casa preciosa, un sitio muy bueno, por Cuatro Caminos. E iba todos los días a clase, que estaba en la Castellana. Caminando o en Metro

Algunas veces. Siempre fui muy tratable con la gente. Los asturianos somos dados a ser expansivos. Encontré a una chica que también era de Asturias, de la cuenca minera. Era mayor que yo. Hacía Medicina y estaba con la especialidad. Nos llevábamos muy bien y ella me cuidaba. Casi como quien dice. Me llevaba a sitios a tomar unas copas, vamos, copas, cocacolas. Siempre fui una chica buena. Tras terminar allí, volví a Asturias, pero allí no había nada de eso de informática. Bueno, había una. Que yo supiera, porque a lo mejor había más. Habían comprado un ordenador de esos de entonces, de los enormes. Llamarían a IBM, pedirían algún currículo, no sé, el caso es que empecé a trabajar con ellos".

Primer trabajo

"Estuve en aquel primer trabajo no sé si llegaría a seis meses porque no me gustaba nada. En aquellas naves hacía un frío... yo me congelaba. Siempre era lo mismo: aquello de perforar las tarjetas".

1. Ángeles Álvarez, en Pajares. 2. Amancio García y Ángeles Álvarez con sus hijos Amancio y Angélica. 3. Ángeles Álvarez con su hijo Amancio en brazos junto a Angélica García. 4. Ángeles Álvarez abraza a su hija Angélica García. |

Amancio García y Ángeles Álvarez con sus hijos Amancio y Angélica. / Saúl Fernández

Oviedo de la juventud

"Aquel Oviedo de mi juventud era maravilloso porque nos conocíamos todos. Me acuerdo, por ejemplo, de haber visto los osos del campo de San Francisco. Mi madre y las amigas que tenían hijas como yo nos venían a recoger a las dominicas y luego nos llevaban al parque y allí merendábamos. Siempre patiné muy bien, era una cosa que me gustaba mucho. Así como no soy nada deportista, los patines, desde siempre. Nos daban los bocadillos, marchábamos con los patines, saltábamos escaleras, saltábamos todo. Tendría siete u ocho años. Aquel tiempo no era el presente. Ahora a los niños los llevas con 12 años al colegio. Porque tienes miedo. Me acuerdo de ir andando a las dominicas desde donde yo vivía, en Buenavista. Me acuerdo de que cogíamos unas mojaduras tremendas cuando se ponía a llover. Pero íbamos solas".

La Herradura

"A los dieciocho años era la época de La Herradura. Yo salía poquísimo, nunca fui de mucho salir, pero la fiesta empezaba allí, en La Herradura, en el parque. La Herradura era una especie de baile que había que pagar para entrar. Esto era en septiembre, cuando las fiestas de San Mateo, las fiestas de Oviedo. La juventud andábamos por el centro de Oviedo: era la época de los discos bares. Había cuatro o cinco. Era la época de que a tal hora venían los chicos que nos gustaban. A unas horas sabías que tenías que ir al bar Pelayo, pero no tomábamos nada. Mi juventud fue la época de pasear por la calle Uría arriba y abajo, unos a la derecha y otros a la izquierda. Nos conocíamos todos: los de la Escuela de Comercio, los de no sé qué".

Cristamol

"Dejé la informática y al poco entré en una empresa que se llamaba Cristamol, que era de Madrid y que se dedicaba al vidrio. Estaba donde la iglesia de San Juan El Real, donde está ahora la Caja Rural. En el año que había perdido mi padre me metió a estudiar como secretaria, es decir, contabilidad, mecanografía,taquigrafía, que de eso ya no me acuerdo de nada. Lo aprendí. Iba todos los días. Necesitaban una secretaria para el jefe. A mi padre eso de que fuera secretaria no le gustaba nada, pero bueno, hubo exámenes para entrar allí. Esos exámenes, casualidades de la vida, los hacía una empresa en la que trabajaba Rubén Suárez, en crítico. Allí lo conocí, siendo una niña. Nos hicieron exámenes a unas cuantas y me dijeron que tenía que entrar pronto. Tenían una sala de exposiciones. Así empezó todo".

Aprendiz de galerista

"Cristamol, la empresa en la que había entrado en Avilés, no solo vendía cristal. Como era tan grande, aprovechó su sede para abrir la primera sala de exposiciones de Oviedo. La hicieron allí, en frente de la iglesia de San Juan, en el primero. Abajo pusieron el taller de Marcos, el despacho de pinturas. Tenían dos chicas. El director de Cristamol no llevaba prácticamente esa parte del negocio. Quería una secretaria porque venía igual a las ocho de la tarde, yo estaba allí todo el día sin hacer nada o, bueno, poco. Cuando era la hora de salir llegaba porque venía de las reuniones que había tenido fuera. Me metía en su despacho a escribir cartas a este o aquel, vamos, a prepararnos para el día siguiente. Efectivamente, como no hacía mucho por el día, iba para la tienda, estaba por ahí, me enteraba de todo, conocía a todos los artistas, porque, de aquella, los pintores que había entonces iban todos allí. No hacía nada en la tienda: ni vendía, ni nada de eso, solo aprendía".

Afición por el arte

"Siempre me gustó mucho dibujar. No sé de dónde me vino. Por ejemplo, en casa de mis abuelos, allí en el bar Montaña, no hacía más que pintar. Tenían unas aceras grandísimas y a todos los tenía locos; hacía murales con piedras. Otros iban con la bicicleta, yo casi no sé andar en bicicleta. Empecé con ellos, a leer, a estudiar pintores, vamos, a meterme en ese mundillo sin que nadie me lo mandara porque el jefe mío me adoraba. Siempre me pedía que le pusiera con no sé quién o con no sé cuántos –entonces, ya sabe, no había teléfonos móviles– y él me reñía:_«Apúntelo, Ángeles», pero no me hacía falta. Sabía todos los teléfonos, lo sabía todo. Tengo gran memoria. Menos para las fechas. Para eso no tengo memoria. Me acuerdo de él porque me reñía y me decía:_«Mire, Ángeles, dentro de unos años –porque claro, él era mayor– todo eso que tiene en la cabeza se le va a ir todo:_hay que apuntar las cosas".

El marido

"Mi marido se llama Amancio. Yo me reía porque se llamaba Amancio. Es de León. Se llama Amancio porque el abuelo o el bisabuelo se llamaba Amancio. Cosas de los castellanos. Con mis amigos nos reíamos:_‘Anda, guapa, que si tienes un hijo y lo tienes que llamar Amancio’. Y, al final, terminamos casándonos. Nos habíamos conocido en Oviedo: él salía con una cuadrilla y yo con otra. Él viniera de no sé dónde porque él trabajaba por muchos sitios de España. Trabajaba en el montaje. Antes de casarnos él puso una empresa aquí, en Avilés, con cuatro socios, Imasa".

Avilés

"Casada, seguía trabajando en Cristamol. ¿Qué ocurre? Los principios de los negocios son muy duros. Muchas veces tenía que salir por la noche:_que si un horno de Ensidesa, que si no sé qué. Dormía la mitad de las veces en el coche esperando a no sé qué cosa que se producía a las cuatro de la mañana. Entonces dije: ‘Vamos a irnos a vivir a Avilés’. Y compramos un piso en Avilés, en frente de Ingenieros. Cuando me casé yo tenía 19 años. Y nos vinimos para acá y mi padre no venía ni a verme porque no lo llevaba. De manera inmediata cogimos este local porque, claro, yo sin trabajar no iba a estar".

Primeros días avilesinos

"Lo de que mi padre no venía a verme a Avilés era porque le parecía que vivía muy mal. Le parecía que la única hija que tenía debía vivir lo mejor posible y eso no sucedía en_Avilés. O eso creía. Sin embargo, Avilés siempre me encantó".

Abrir Amaga

"Mi jefe en Cristamol me apreciaba porque yo era muy formal, las cosas las hacía bien. Como sabía que estaba todo el día en la galería, que les hacía pedidos, ayudaba a mis compañeras porque, a lo mejor, ellas no podían, me propuso que cogiera un local aquí, en Avilés, ya que venía para acá. La idea que tenía era que cogiera un local para los dos y que lo llevara yo. Siempre oí a mi padre que lo mejor era trabajar para uno mismo, para evitar que las cosas terminen mal. Se lo dije al gerente:_‘Yo, si quieres, te busco un local’. No tenía otra cosa que hacer: no tenía críos, no tenía nada. Lo apreciaba muchísimo y él confiaba en mí totalmente. Le dije lo que pensaba y me respondió que si no lo iba a llevar yo que a quién iba a meter. En vista de que no estaba trabajando y de que me moría en casa –cuando me casé no sabía ni freír un huevo– pensé que era buena idea lo de la galería".

Primeros años de matrimonio

"Mi marido en aquellos primeros años estaba poquísimo en casa. Yo iba a hacer la compra a Oviedo porque aquí, en Avilés, no sabía ni dónde tenía que hacerla. En Oviedo iba donde iba mi madre. Hacía la comida por la mañana temprano por si acaso tenía que hacer dos o tres después, no fuera a ser que se me quemara. No tenía ni idea. Luego esa temporada pasó y me metí en la vida avilesina y me encantó".

Hace cincuenta años

"Cogimos el local casi un año antes de inaugurar la galería. Era un local sin nada. El Atrio, todos estos alrededores, no existían. A los pintores los había conocido en_Cristamol. Lo mismo me pasaba con las casas de marco, con los viajantes de pintura. Entre pitos y flautas había estado en Cristamol tres años. Igual. Cuando me casé, seguí y ya aquí iba de vez en cuando a ayudar. En Avilés no había ni una galería de arte, ni nada".

El negocio

"El primer local era esto de aquí abajo: no teníamos la parte de arriba. Aquí detrás teníamos el taller. Empecé yo sola en la galería, pero al poco metí a una chica para ayudarme. Con los marcos había un chico desde el principio. Lo llevé a Cristamol antes de inaugurar para que se formara con ellos. Estuvo allí como cuatro o cinco meses».

Ambiente artístico. «En Avilés siempre hubo ambiente de pintores, lo del ambiente artístico fue saliendo después. Costó mucho procurar que funcionase. Los tres primeros años cualquier negocio cuesta mucho levantarlo".

¿Por qué Amaga?

"Unos días antes de inaugurar la galería todavía no teníamos nombre. Los que nos hacían la publicidad, que hay que poner un nombre, que hay que poner un nombre. Un día por la noche hicimos como un juego de palabras y salió Amaga, casi Amancio García, el nombre de mi marido. ‘Oye, si al final salió el nombre tuyo’".

Los hijos

"En ese medio tiempo de abrir y no abrir, yo estaba embarazada de Angélica. Tengo otro hijo, se llama Amancio. Vino después. Al final, como se reían mis amigas, le puse Amancio".

La apertura

"Finalmente, abrimos la galería. Hace cincuenta años. Avilés se volcó conmigo como nunca. Siempre tuve suerte con la gente. Si puedo hacer un favor a cualquiera, lo hago. Lo pueden decir los pintores, lo puede decir cualquiera. Siempre fui muy humilde. Y se volcó todo el mundo porque este negocio era una novedad,_tampoco había otra galería. Estos locales eran de la parroquia. Vinieron a bendecirla. Vino el alcalde de entonces. Y hasta ahora, que llevo tiempo jubilada porque la galería la lleva mi hija Angélica y la lleva muy bien". 

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