Entrevista | Alberto Conejero Dramaturgo, autor de «En mitad de tanto fuego», el sábado, en el Niemeyer

"Tengo debilidad por los personajes secundarios, quizá por un reflejo de mi vida", dice Alberto Conejero

"No me gusta ser espectador de mis propias obras por una cuestión de fragilidad, porque estoy pendiente del restos del público"

Alberto Conejero

Alberto Conejero

Saúl Fernández

Saúl Fernández

Alberto Conejero (Vilches, Jaén, 1978) escribió "En mitad de tanto fuego", que es un monólogo que protagoniza Rubén de Eguía y que se presenta este próximo sábado (20.00 horas) en la sala club del Niemeyer. Conejero, premio Nacional de Literatura Dramática, y premio "Max" al mejor texto dramático, es uno de los dramaturgos más importantes del momento. Atiende por teléfono la llamada de LA NUEVA ESPAÑA.

–¿Cómo le pillo en este día del Trabajo?

–Pues currando.

–¿Qué es lo que está haciendo?

–Revisando la dramaturgia de un ballet que estreno en agosto en el Generalife, en La Alhambra. Estoy echándole un vistazo y esta tarde [por ayer] viajo a Estepona, a Málaga, que soy miembro de un jurado que se reúne esta noche [por ayer]. Así que sí, día de curro.

–Lo del ballet es algo nuevo en su obra, ¿no?

–No. Se trata de una dramaturgia de "Mariana Pineda", de Lorca. Hice una "Electra" con el Ballet Nacional de España hace cinco años o así. Es la tercera incursión en danza que hago. Y muy contento.

–¿Cuando escribe teatro lo hace ya con la perspectiva de verlo en escena?

–Escribo, ante todo, por lealtad al primer lector y espectador que siempre soy yo. Esa lealtad procuro siempre mantenerla. Si lo que estoy escribiendo es para mí sugestivo y es importante, considero que también lo puede ser para otros hombres y mujeres.

–¿Hacer monólogos es una necesidad del dramaturgo o la mejor manera de hacer teatro?

–En mi caso no hay ningún condicionante pragmático de producción de sólo un actor, al contrario, considero que mis monólogos son más exigentes tanto para el intérprete como para los espectadores, al menos desde la materialidad poética que yo trabajo. Cuando uno escribe un monólogo, realmente, no escribe una sola voz: escribe la voz que habla, escribe la voz a la que va destinada que en mi caso no es un cálculo de producción para hacer viable la puesta en escena: uno escribe un monólogo porque esa es una soledad poblada, es una soledad multitudinaria y escribe porque esa soledad poblada del personaje es el motor dramático, no por otro cálculo.

–Su monólogo de Montgomery Clift ha tenido muchas vidas desde que lo presentó hace quince años. ¿Las pensó todas cuando se puso a escribir?

–"¿Cómo no puedo ser Montgomery Clift?" cambió de título en este largo proceso escritura. Para mí hay obras que son como un taller: a las que a mí me gusta regresar, ver cómo se encuentra la obra, crecer con ella, envejecer con ellas... Tuvo una última edición, en la editorial Dos Bigotes: fue en la que cambié de título y también cambié el final. Para mí las obras siempre están inacabadas: las abandonaré cuando la vida me haga abandonarlas. "Cliff" es de esos textos que yo echo de menos en escena porque la última vez que se hizo fue en Brasil, el año pasado. En portugués, con una puesta, además, muy exitosa... ojalá vuelva, ojalá vuelva porque es un texto muy, muy amado. Fíjese, "Los días de la nieve", el otro monólogo, lleva siete años de gira.

–¿Le gusta ver sus obras?

–Soy muy mal espectador de mis obras porque soy un espectador inquieto: estoy atento a cómo reaccionan el resto de espectadores que a lo que se ve sobre la escena: soy muy sensible a eso. De lo que estoy muy pendiente es de los equipos. Siempre que se representa pregunto cómo ha ido hoy, cómo has sentido la respiración del público. No abandono ni a los equipos, ni tampoco las obras, pero no me gusta ser espectador de mis propias obras por una cuestión de fragilidad, porque estoy pendiente del resto del público, aunque siempre las acompaño.

–De todos los personajes de "La Ilíada" escogió a Patroclo como protagonista de "En mitad de tanto fuego" y eso que Aquiles es el gran héroe.

–Yo diría que Patroclo me escogió a mí en realidad y no tanto al contrario. Cuando leí por primera vez "La Ilíada" por primera vez, siendo adolescente, de todos los personajes de esa epopeya el que más me llamó la atención fue Patroclo. Tengo debilidad por los personajes secundarios de los grandes relatos: quizá por un reflejo de mi propia vida. Siempre me he sentido identificado por aquellos personajes que han tenido un papel secundario en las grandes historias. Así sucedió con este Patroclo: el compañero de armas y de cama de Aquiles. Ha llegado el momento de darle voz en lengua castellana o que él me dé voz a mí. En estos secundarios hay una suerte de autoficción especular.

–¿Se murieron del todo las lenguas clásicas?

–Tuve la fortuna de estudiar en un instituto del extrarradio de Madrid con una educación pública de mucha calidad donde tuvimos profesores de Literatura o de Griego Clásico e intimidad con ese material, nos hicieron comprender porque los clásicos se han salvado.

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