Dando la lata

Monstruitos y gazapos

Ricardo V. Montoto

Ricardo V. Montoto

Lo hablamos entre nosotros y nadie recuerda nada parecido a la actual lacra del acoso infantil y juvenil, en la escuela y fuera de ella. Siempre estuvo el gordo, la gafotas, el enano, la fea, el bizco, el amanerado, el empollón… Es muy cuestionable que los niños digan siempre la verdad, pero que son crueles, en especial cuando están en grupo –igual que los adultos–, no admite duda. Todos pasamos por esas edades, así que... Pero solía ser algo pasajero y de baja intensidad, muy lejos de las conductas psicópatas y delictivas tan de moda actualmente. Claro que padecimos a los envidiosos y a algún puñetero malintencionado, pero la maldad organizada no era nada común.

Sin embargo, por lo que cuentan, ahora no es raro enfrentarse a grupos de menores de edad que desarrollan y ejecutan estrategias para desgraciar las vidas de compañeros de clase. Con premeditación, intención y medios. O sea, dispuestos a causar todo el daño posible. Y hablamos de niños y jóvenes. Pero ¿qué ven en sus casas, en el cole y en su tiempo libre? Porque esto no pasa por casualidad sino que es el resultado de un aprendizaje, de la asimilación de estímulos criminales capaces de bloquear los sentimientos de empatía y piedad.

Y, por otra parte, también es preocupante la fragilidad mental de unos menores que, ante problemas en sus relaciones sociales por los que casi todos hemos pasado, pierden las ganas de vivir. Que una cría piense en suicidarse por algo tan tonto como ser ignorada en un grupo de Whatsapp es el reflejo de la extraña polarización en la que nos hallamos: por una parte, niños crueles como diablos y, por otra, niños con una increíble fragilidad anímica, que se derrumban a la más mínima.

Es obvio que como sociedad estamos fracasando estrepitosamente. Unos padres crían monstruítos cabrones y otros, gazapos, sus víctimas. Los dos extremos. Y para rematar, un sistema educativo desarmado, sobrepasado, incapaz de poner contra la pared a unos ni de infundir coraje a otros. Qué desastre.

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