Velando el fuego

Cantando bajo la lluvia

La concepción mercantil del deporte y cómo los "paraguas" sólo protegen a quienes más producen

Javier García Cellino

Javier García Cellino

Existen varias maneras de resguardarse de un buen aguacero, entre ellas, cubrirse el cuerpo cuando comienza a caer agua. Por eso, en el musical romántico de 1952, del mismo nombre que el que titula esta crónica, Gene Kelly, Donald O’Connor y Debbie Reynolds se atrincheran debajo de un paraguas. Todos los que han visto la película, de gran éxito debido sobre todo a sus escenas de baile, guardan en el estuche de la memoria a los tres principales protagonistas protegiéndose de la lluvia, mientras cantan la canción que encabeza la cinta.

La imagen de una buena sombra protectora, o de la falta de la misma, acudió a mí en el momento en que estaba leyendo una noticia sobre las lesiones, cada vez más reiteradas, que afectan al mundo del deporte. Si bien, en esta ocasión, la referencia se dirigía a los futbolistas de élite que, por lo visto, se van repartiendo dolencias graves cada jornada: ligamentos cruzados, meniscos y otros problemas en rodillas y distintas zonas del cuerpo. No hace falta más que acudir al santuario de los famosos, para invocar nombres como Courtois, Oyarzábal, Vinicius y Gavi, entre algunas de las últimas muestras conocidas.

En lo que sí parece haber acuerdo es en el tipo de diagnóstico que propicia estas plagas. Y que se referencia en una acumulación de partidos, o lo que es lo mismo, en la exigencia de un calendario apretado que hace que los huesos comiencen a chirriar antes de tiempo.

Gene Kelly, en una escena de «Cantando bajo la lluvia».

Gene Kelly, en una escena de «Cantando bajo la lluvia». / LNE

Esta situación es manifiesta entre los principales responsables de los clubes: presidentes, directivos, entrenadores… Pero no hace falta insistir mucho en que no se toman medidas serias o las que se adoptan no van más allá de débiles excusas, en muchos casos culpabilizando a las selecciones nacionales por la participación en eurocopas y demás torneos. De modo que se cruzan los dedos para que regresen de los partidos sin muchas huellas visibles en el esqueleto, o incluso otras veces se desea que el futbolista no vaya convocado (algo así como "mejor que no salgas de casa por si te pilla la lluvia por el camino").

Sin necesidad de colocar una lupa delante de los ojos, vemos que no resulta difícil establecer en muchas ocasiones una relación de causa efecto, o viceversa, desde una línea que cruza delante de esguinces y roturas de todo tipo y que desemboca en la cámara de flotación de un sistema capitalista que, en cualquiera de sus fases, se ha caracterizado siempre por definir el deporte según su carga ideológica. Y así, la primera acción que se lleva a cabo a la hora de valorar el deporte como elemento de poder, es desposeerlo de su finalidad educativa y administrarle el carácter de actividad mercantil.

De ahí que no resulte extraño que cada vez se acumulen más partidos en los respectivos calendarios de las ligas, lo que a su vez produce un doble resultado: más posibilidades de hacer negocio, pero también a un tiempo más incremento de lesiones. En todo caso, como en cualquier actividad mercantil que se precie, lo que de verdad interesa son los movimientos del mercado, aquellas operaciones que redunden en la obtención de los mayores beneficios económicos posibles.

La otra parte de la moneda, el deporte como una práctica para conseguir una auténtica sociedad del bienestar, es una inversión baldía, un cántico en el aire para un sistema que necesita bombear dinero a todas horas en su aparato circulatorio. Y lo que no se vende, ya se sabe…

El capitalismo no es ninguna comedia romántica, precisamente. Y en cuanto a los paraguas, sólo se abren para proteger a los danzarines con mayor grasa patrimonial en sus caderas.

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