Velando el fuego

El viaje de la Santina

Reflexiones a propósito del viaje en tren del padre Ángel con una réplica de la Virgen, el día de Navidad

Javier García Cellino

Javier García Cellino

Las convenciones son normas o preceptos aceptados por la comunidad, de un modo expreso o tácito en otras ocasiones. Mas en todo caso están sujetas siempre a la muda de los tiempos, por lo que pueden sufrir alteraciones, desgarros en su piel e incluso llegar a desaparecer del todo sus huellas.

Quienes se enfrentan a los cánones al uso suelen estar apostados en la barandilla de las vanguardias, que, a fin de cuentas, son movimientos impregnados de rebeldía y con afanes rupturistas, pero que tienen siempre en el horizonte el ejercicio de la libertad y, al mismo tiempo, un rechazo de la burguesía. Ya sean vanguardias artísticas o de cualquier otro tipo, su cuestionamiento de los moldes clásicos es innegable. De ahí que su posición, siempre en primera línea de combate, no haya sido nunca bien vista por quienes ostenta el monopolio del poder.

Quizás por ello, contagiado de una súbita fiebre transgresora, el padre Ángel decidió subirse a un tren el día de Navidad para hacer el recorrido desde Madrid a Asturias. En principio nada habría que objetar a este tránsito desde la capital, si no fuera porque decidió acompañarse de una réplica de la Virgen de Covadonga, lo que indicaba a las claras que no se trataba de un viaje más, sino de un periplo iniciático con el que pretendía emular a los adelantados de su tiempo. Tal vez habría leído mucha literatura futurista o visitado algunas exposiciones de nuevos diseños experimentales, eso nunca lo sabremos en verdad.

Es fácil que, además de la Santina, le acompañara en su imaginación algún ensoñador surrealista o ciertos lienzos del fauvismo más estridente (Henri Matisse o André Derain entre otros), que le prestaran su carácter provocador. Así que, ataviado de esta guisa, comenzó a cruzar el Pajares con su sempiterna sonrisa puesta siempre al servicio de la Corte y su corazón ONG que no duda en servir cenas solidarias a las personas sin recursos y carentes de hogar. Lo que habla a las claras de su destreza en los juegos de equilibrio, actividad no precisamente fácil y para la que se necesita saber mover los grupos musculares a tiempo, no sea que nos equivoquemos de orilla y acabemos en el lado menos conveniente a nuestros intereses.

Si una elipsis permite al lector o espectador deducir o inferir lo que sucede a partir de lo dicho, en este caso habría que acudir al punto de vista de sus protagonistas, para completar el resto de la trama. Y a este respecto, sería muy interesante conocer la opinión de la Santina, una vez arrebatada de su cueva, pues tal vez, además de protestar por el imprevisto rapto, hubiera preferido hacer el viaje por otro medio más cómodo: pongamos por caso el avión, o habría echado en falta unas pastillas para prevenir el mareo debido a la alta velocidad y, como final del trayecto, a buen seguro que habría cambiado el recibimiento triunfal en la estación de Oviedo, con el acompañamiento de un coro de gaiteros, por otro agasajo más acorde con su carácter sacro: un salmo, un villancico o incluso el "Réquiem" de Mozart.

Además, sería conveniente, para cerrar la elipsis, que los vanguardistas que viajaban en el mismo vagón ofrecieran su versión del recorrido: si se trató de una viaje naif o de un itinerario dadaísta, repleto de excentricidades y tiznado con algunas pinceladas de patetismo. Y, como indispensable colofón, habría que preguntarles a los seguidores de la Virgen si se muestran de acuerdo con tantas idas y vueltas como dio la imagen, no sea que haya que dar la razón a Voltaire: "La religión mal entendida es una fiebre que puede terminar en delirio".

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