Opinión

La mayor fosa común del mundo

El cierre del cementerio de El Entrego retrata a una sociedad enferma de blasfemia

Además de ser la cuna de Onofre García-Argüelles, la esposa del gran Leopoldo Alas "Clarín", el pueblo de El Entrego, o L’Entregu, en llingua asturián, enclavado en el corazón del Valle del Nalón, tiene ahora un nuevo honor, dudoso este, que es el de albergar, en su seno, desde el 1 de abril de 2024, la que puede ser la mayor fosa común de España y, me atrevería a decir, del mundo. Y esto, como veremos, lejos de un triunfo, es una deshonra.

Esta notoriedad no se debe a que los compañeros antropólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Famyr o ARMH hayan descubierto un cúmulo de huesos aventados por la represión del franquismo, no. El trauma y el horror, en este caso, no han nacido en la dictadura, sino por la mercantilización de los derechos, sentimientos y emociones de los seres humanos. Aunque, en el fondo, viene a ser lo mismo.

Para no extenderme en demasía, pretendo utilizar esta columna como ariete de reivindicación y encarnizada protesta. De hecho, no quiero canibalizar lo que ya describí, en diciembre del año pasado, y volver a relatar lo ocurrido con el camposanto, durante los últimos treinta años. Ni como, en uso de una "rentabilidad" empresarial irracional, se ingresaba dinero, por cada entierro y no se invertía en la infraestructura. Y así, luce en estado de ruina. Sobre esta tropelía, hace unos días, el compañero Tomás Antuña fue más elocuente que yo, en este mismo medio de comunicación.

Al respecto, quien no lo haya visitado, lo tiene difícil, porque desde ese fatídico primero de abril, el entorno simbólico de recuerdo, cariño y rito a nuestros seres queridos está cerrado con cadena y candado. Un acto tan inhumano, que hasta se habría salido de la ironía de Berlanga, la sorna de Almodóvar o la sátira de Segura.

Pónganse en el lugar de todos aquellos vecinos que diariamente peregrinaban, cuesta de La Revenga arriba, para hablar con sus padres, hijos, abuelos… Y ahora, en un acto de suprema empatía, sientan la ansiedad y el trauma que les nace al tener ese desahogo impedido, no por la cruel cadena, que seguro arrancarían con las manos, sino por el despotismo de empresas, instituciones y una sociedad enfermos, todos ellos, de blasfemia. ¿A qué extremos estamos llegando…?

Se empieza invisibilizando a los muertos, ignorando la pena de sus familiares y derribando el derecho a tener un lugar para su recuerdo. El siguiente paso… ¿será la "rentabilización" de los ancianos, enfermos, disminuidos, marginados…?

Ojo, y las clases populares, que medias ya no existen. ¿Qué sociedad están "pre-fabricando" nuestros políticos, peones laboriosos del Sistema? ¿Qué esperar de quien usa los muertos para enriquecerse? Respondan ustedes mismos a estas preguntas. Por mi parte, siento asco y los repudio a todos ellos montados en sus caballos blancos.

Suscríbete para seguir leyendo