Opinión

Telones de acero

La muralla infranqueable de la desigualdad económica

Ilustración

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Salimos a la calle todos los días como autómatas, por caminos trazados desde la rutina. Y lo cierto es que, casi sin percatarnos, nos envuelven cortinas invisibles a cada paso. A veces, están echadas hasta abajo. No vemos nada y el pesimismo se apodera de nosotros. Otras veces, entra un poco de luz al quedar entreabiertas de la noche anterior y nos llenan de esperanza. Hay tramos en la vida que se hacen muy largos para recorrerlos en oscuridad; son secuencias diabólicas, interminables. Esto es una carrera de resistencia más que de velocidad, aunque es cierto que muchas de esas fronteras nos las ponemos nosotros mismos con nuestra percepción de las cosas.

No debe de haber nada más complejo que la mente humana. Dominarla es la llave del tesoro, la entrada al paraíso; lo que llaman los expertos “salud mental”. Cuando la disfrutamos conseguimos doblegar con más facilidad nuestras limitaciones, sortear los obstáculos que nos colocan los apriorismos y evitar malos entendidos o peores decisiones provocadas por falsos prejuicios. Al final todo cae, hasta los telones de acero. El problema es la energía que nos hemos dejado por el camino, aunque hay muchas otras adversidades que son tan reales como la vida misma.

Encaramos el último tramo de 2021 dejando atrás una pesadilla colectiva. Para muchos ciudadanos, su vida laboral ha dado un giro importante y no existe cortina de humo que echar, porque la realidad les está resultando muy cruda. Compañeros de viaje, en nuestro pueblo o ciudad, que no han podido sofocar el impacto de la covid. La pobreza –palabra que solo con leerla o escucharla nos causa un meneo interior– ha tocado a la puerta de muchos vecinos. En este mismo periódico de LA NUEVA ESPAÑA podíamos leer, semanas atrás, el informe Arope, el cual desvela que el 22,2% de la población asturiana vive con menos de 24 euros al día. Son los números que cuantifican el salto al vacío de gente cercana a nosotros. El movimiento brusco que transforma al tenedor de empleo precario en un excluido del mercado laboral.

Ya decía yo que tanta persiana vacía, tanta subida de la factura de la luz y de los carburantes, iba a elevar las cotas de desesperación de muchas familias. No, las cosas para muchos no son iguales que antes. Las ayudas económicas directas que perciben aproximadamente treinta mil personas en nuestra región (además de otros muchos auxiliados por instituciones como Cáritas, el Banco de Alimentos o la Cocina Económica) no dan abasto para tapar los costurones de la necesidad.

Pronto la pandemia será un mal recuerdo y, salvo para los que han perdido seres queridos, se ha convertido en un banco de pruebas incluso positivo para resetear nuestras ganas de vivir. No obstante, hay muchos ciudadanos que por lo que se ve, más que dibujar estrategias de futuro, bastante tendrán con mantenerse a flote.

El galardonado con el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales de este año, Amartya Sen, es un teórico del desarrollo humano. Pues bien, este pensador nos advierte de que no solo es importante saber cuántos pobres hay, sino también entender cómo son de pobres y de desiguales con respecto a los demás. Es decir, analizar y comparar cualitativamente para ir más allá de las meras cifras macroeconómicas. Durante la pandemia, asumimos aquello de que “o salimos todos o ninguno”, pero a lo mejor también hay que aplicar este razonamiento a la cuestiones cotidianas de supervivencia. Nada estabilizará nuestra sociedad mientras haya demasiada gente en el ostracismo socioeconómico.

Ha cambiado mucho el concepto de bienestar en las últimas décadas. Tomar el pulso a nuestra verdadera calidad de vida no es fácil entre la vorágine hiperconsumista. No sería, pues, mal momento ahora para practicar un ejercicio de inmersión profunda en la verdadera realidad. Así, con suerte, podremos impedir que la brecha social y económica construya una muralla infranqueable entre los que, por una parte, somos seres insignificantes pululando por el universo y los que, por otra, lo son aún más por no saber cómo llegar a final de mes.

Hemos alcanzado un nivel de desarrollo económico y tecnológico sin precedentes… a cambio de soportar bolsas de compatriotas descolgados y sin capacidad básica para vivir con dignidad. A pesar de la empatía y el apoyo social, la coyuntura poscovid amenaza con revertir logros pretéritos. Me da la impresión de que estas barreras entre ciudadanos están normalizando la anomalía y la desigualdad, convirtiéndolas en parte del paisaje. Pero, ojo, porque al igual que ha ocurrido en países alejados de nuestro entorno de prosperidad, las cifras de la pobreza, cuando se amontonan unas encima de otras, se transforman en telones de acero.

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