Hace un año por estas mismas fechas, coincidiendo con la Feria Internacional de Muestras de Asturias, en Gijón, veíamos las primeras luces al final del túnel de la pandemia. El acuerdo europeo para regar de millones a los países más castigados por los contagios multiplicaba la confianza en una rápida recuperación. La realidad se encargó posteriormente de desbaratar las esperanzas con el estallido de la guerra de Ucrania. En la inestable época actual sirven de poco los pronósticos porque siempre surgen "hechos desconocidos que desconocemos", como enigmáticamente sentenció aquel secretario de Estado norteamericano. Aun cargando a la espalda con la incertidumbre, no queda otra que remar con mayor fuerza. Nada resulta tan necesario para hacerlo como activar la economía. En especial en Asturias.

España es el único país de la UE que no alcanza todavía el nivel de PIB previo a la aparición del covid. La Seguridad Social avisa de un descenso significativo de cotizantes cuando termine agosto. Mantener el nivel de servicios obliga a batir sistemáticamente récords de deuda. Un recurso insostenible e injusto: tendrán que devolver los créditos las próximas generaciones. Tambores de recesión suenan en las principales potencias. 

La inflación no da tregua, el 11,1% en Asturias, y empobrece a los europeos. En este caso, mal de muchos no supone consuelo. Aunque nuestros vecinos occidentales padecen también las consecuencias de la guerra que inició Rusia, primer detonante de un cambio de calado en el tablero geoestratégico, este país sufre las tensiones en una versión aumentada. 

Los mismos e incorregibles defectos estructurales de siempre, la pereza de las administraciones, un sistema educativo con alergia al mérito, un mercado laboral encorsetado, unas débiles empresas, el clientelismo rampante y la sumisión de las instituciones, sitúan de mano a la nación en desventaja frente al resto. Mucho más ante la irrupción de cualquier eventualidad, sea la burbuja inmobiliaria, la emergencia sanitaria o un inesperado conflicto cerca.

Estos desajustes endémicos tienen una repercusión especial en Asturias porque la comunidad añade a la lista algunos inconvenientes propios. El dopaje de sus principales indicadores, la exigua tasa de actividad y el desempleo juvenil resultan particularmente dolorosos.  

Es tan peculiar la economía asturiana que su fragilidad se convierte en las épocas de bonanza en un hándicap y en las de crisis, en una fortaleza

Es tan peculiar la economía asturiana que su fragilidad, la dependencia de la transferencia pública de rentas, se convierte en las épocas de bonanza en un hándicap para propulsar el despegue, y en las de crisis, en una fortaleza para capear los temporales. Si el Gobierno central mantiene su intención de subir las pensiones conforme al IPC, Asturias saldrá de rebote favorecida al conservar una parte importante de su población, los 270.000 jubilados, su poder de consumo. 

Así el Principado ni se hunde ni progresa. Navega en una zona de confort -aquí se vive muy bien- inviable a largo plazo cuya peor consecuencia sería inundarnos de conformismo. No cabe engañarse. Si nos quedamos ahí, estaremos despistándonos ante otro trampantojo, como en su día el de los conglomerados estatales, que como tal nos hace ver lo que no somos, una autonomía dinámica, y retrasa el aprovechamiento de las oportunidades ciertas que ofrece esta tierra.  

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En imágenes: Así es un día en la Feria de Muestras de Gijón Ángel González

No existe mejor termómetro que la Feria de Muestras para medir las capacidades de la región. Esta, la de la vuelta a la plena normalidad, echa hoy el cierre con éxito. Recuperó la totalidad de los expositores, amplió las zonas para disfrute de los visitantes y aprendió de su propia experiencia a gestionar impecablemente las aglomeraciones. Bulleron las ventas. Representantes del sector del automóvil hasta quedaron sin existencias. Este tesoro comercial, como guinda de un verano turístico exultante, necesita acompañamiento para eclosionar en plenitud en los próximos meses. 

El cambio va muy lento. Los emprendedores pierden tiempo y dinero llamando a múltiples puertas hasta dar con la correcta. Una queja común de los ciudadanos que se asoman a la serie "Asturianos", el gran retrato colectivo que en base a sus testimonios viene dibujando LA NUEVA ESPAÑA, es la del inmenso esfuerzo que se ven obligados a desplegar por trabas absurdas para sacar adelante sus proyectos. La Administración al menos ya asume la excesiva burocracia como una deformación a extirpar. Acaba la legislatura y todavía ni siquiera ha podido asentar la arquitectura jurídica que ayude a simplificarla. 

Con las medidas para agitar la actividad e impulsar otro modelo productivo ocurre lo mismo. La sociedad las reclama, la clase dirigente las promete, la incomodidad de pelearlas las relega y la miseria del rédito político inmediato las entierra. Por eso, a pesar del oscuro horizonte que muchos auguran para el otoño y después de una Feria que, por encima de cualquier otra cosa, lo que mostró fue una Asturias innovadora y llena de posibilidades, el Principado tiene que lanzarse de cabeza a despertar su tejido científico y tecnológico y rentabilizar el talento. La reconquista económica, ¿para cuándo?