Puigdemont y el amor

Manuel Herrero Montoto

Manuel Herrero Montoto

¿Quién es el guapo que no tiene su trilema? Yo lo tengo, no sé si frecuento el bar de Paquita por la partida de dominó, por el debate de turno o por la sonrisa de la chigrera a través del clarete del porrón. Aquella tarde, como viene siendo habitual en estas fechas, seguimos en la tertulia dando la tabarra con el Puigdemont y la revancha que quiere cobrar al resto del país. Maquinona, el facha, a punto del infarto. Paqui, con buen criterio, nos bloqueó el debate desde la barra y nos amenazó en serio, si seguíamos con el tema del chantaje independentista, ni vino ni fichas de domino. Como la buena mujer es adicta a las series televisivas nos recomendó que hablásemos de otra cosa, por ejemplo, del amor. Así como suena. Después de un minuto de estupefacción silenciosa en la mesa, Maquinona soltó una carcajada punto energúmena. Ni tiempo nos dio a recriminarle su conducta, sin más preámbulo comenzó su discurso, lo primero que dijo es que las mujeres eran lo mismo que helados de cucurucho, los que se anuncian en los paneles de las heladerías, que uno los ve y se entusiasma con alguno, se enamora, a mí me va el de turrón, luego lo pides y lo pagas, te casas y lo llevas contigo dándole lametones, dijo que al principio era una gozada, dulce y placentero, pero cuando la bola va menguando y solo queda el barquillo la cosa pierde atractivos, no digamos cuando se acabó lo que se daba y los dedos te quedan pringados y pegajosos y no sabes donde leches limpiarlos. Ahí se acabó el amor. Y te compras otro. Concluye el machista con otra carcajada. A Paqui se le tuerce el gesto cosa mala. Zapatones le sale al paso. Tomó la palabra al estilo diputado y argumentó que el amor era un subproducto de diseño del capital, y añadió que detrás de la máscara del estúpido romanticismo que lleva parejo se le veían los colmillos al puto dinero. Y en tono elocuente aseguró que el amor era la criptomoneda de cambio virtual en la artificiosa compra venta del cariño entre hombres y mujeres. Y que los sentimientos y caricias que se instalan en la pareja son meramente espejismos. Paqui quedó lela, a punto de explotar. Entonces, llegó mi turno, lo vi negro, debiera mediar, atemperar entre aquellas dos versiones tan iconoclastas del amor, por algo soy el Bienqueda. Metí en danza a Freud, les hablé de las tres etapas del amor: la sexual, la erótica y la personal; y que el amor haberlo haylo y es preciso tirar de él como corresponde en cada momento de la vida en pareja. Explotó Paquita: "¡Haced el favor de seguir con el Puigdemont ese de los cojones!" Dio media vuelta hacia la cocina, no sin antes llamarnos a voz en grito ¡babayos! y lamentándose por el taco que soltó.

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