Divaneos

Así influyen en nuestras emociones

Los manipuladores buscan enganchar a la víctima

José Luis Salinas

José Luis Salinas

Detectar a un manipulador es una tarea complicada porque toda su estrategia está basada en ocultar sus intenciones. Aunque hay una serie de señales de alarma. Alertas rojas que pueden ayudar a evitar un problemón. Pero antes de entrar en harina, una precisión, aunque de forma genérica en los siguientes párrafos se vaya a utilizar el masculino, esta es una cuestión que no entiende de géneros. Ellas lo practican tanto como ellos. Así que al lío. En términos generales el manipulador es un experto en darle vueltas y más vueltas a la realidad creando una especie de desequilibrio de poder que le pone en ventaja para explotar a la otra persona. ¿Cómo lo hace?

Lógicamente, un manipulador busca poder influir sobre las emociones de los demás a su antojo para lograr sus propósitos. Puede hacerlo utilizando tácticas como la culpa, el chantaje emocional o hacerse la víctima. Suelen criticar a aquel que es objetivo de su manipulación haciéndole sentir inseguro o inadecuado. El objetivo es el de buscar una aprobación constante. Suelen usar expresiones del tipo "si realmente me quisieras, harías esto por mí" o "todo lo que hago es por ti". Así van tejiendo una red de dependencia emocional.

Una de las principales tácticas de los manipuladores emocionales es la de aplicar las recompensas de manera intermitente. Un día son extremadamente amables y al siguiente pueden ignorar al manipulado en cuestión. Es una estrategia muy similar a la que también utilizan los casinos para crear adición entre los jugadores patológicos. Los recompensan en una tirada y los ignoran a la siguiente o, en plural, en las siguientes.

Entre los juegos psicológicos que suelen mostrar los manipuladores emocionales figuran el desprecio y las críticas constantes. Tratan así de socavar la autoestima de la víctima haciendo que se sienta insegura y dependiente de una aprobación constante. Intentan aislarla de sus amigos y familiares para de esa forma tener un mayor control. Reducir las conexiones sociales hace que la víctima sea mucho más vulnerable. Al principio de la relación los manipuladores suelen ser extremadamente encantadores y halagadores para ganarse la confianza y el afecto de la víctima. Una vez que lo consiguen es cuando comienza el juego de la manipulación.

Las psicólogas Amanda Garrity y Julia Shaw publicaron hace un tiempo un libro publicado "¿Quién te está manipulando?" que es una buena guía para, más allá de las intuiciones, conseguir reconocer a los manipuladores. Las autoras distinguen tres tipos, los sutiles, los agresivos y los narcisistas. Los primeros son más difíciles de detectar –evidentemente– usan tácticas encubiertas como la de la victimización para controlar a los demás. Los del segundo grupo son ya mucho más directos, recurren a la intimidación, la crítica constante y el sarcasmo; mientras que los últimos tienen un alto sentido de superioridad y buscan constantemente la admiración y controlan a los demás a través de la invalidación y el menosprecio.

Otro psicólogo Robert Greene recogió en "Las 48 leyes del poder" algunas pistas sobre cómo los superiores (manipuladores de manual) influyen sobre sus subordinados, pero también da claves sobre cómo ser un manipulador. Por ejemplo, en su ley primera recomienda "no superponerse al amo", es decir, no revelar todas las intenciones ni mostrar ser más inteligente o ambicioso que un superior, para no generar envidia o desconfianza. También recomienda ocultar los planes, hay que mostrarse impredecible para manipular a los demás.

Un último apunte. En su libro "El arte de no amargarse la vida" el filosofo y psicólogo austriaco Paul Watzlawick explora los patrones de comportamiento autodestructivos de las personas, con lo que viene a decir, con cierto tono de humor, que en muchas ocasiones nosotros somos nuestros propios manipuladores. Aunque sostiene que esas estrategias autodestructivas pueden ser una especie de autoprotección para evitar asumir más responsabilidades. Entre lo que el autor define como "arte-factos" que son todas aquellas estrategias autodestructivas figura la necesidad de estar siempre en lo correcto, de tener la razón constantemente, la tendencia a preocuparse excesivamente por el futuro o el pasado o la incapacidad de aceptar el elogio o el aprecio de los demás.

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