Es hora de irse de la fiesta

Medio país se plantea cómo escabullirse a la mayor brevedad posible de los convites navideños

Matías Vallés

Matías Vallés

Una información falsa procedente de Australia ha analizado el problema real en España de cómo abandonar una fiesta que ha cumplido sus objetivos. La investigación ficticia aseguraba que cada año se pierden dos días de vida, por el tiempo transcurrido entre la decisión de largarse del festejo y la culminación de esa intención. La estadística inventada es tan fría y plausible como dictaminar que un varón pierde un año de vida afeitándose. Se olvida que el rasurado puede ser placentero, o cuando menos anodino. En cambio, los minutos de incertidumbre en el umbral de la celebración acumulan una intensidad dramática que puede cursar con un fallo multiorgánico. En el mejor de los casos.

Sin necesidad de encuestar a los dos mil cobayas prometidos en la falsa información, Australia ha desnudado un problema más acuciante en España que la ley de amnistía. Medio país se plantea cómo escabullirse a la mayor brevedad posible de los convites que jalonan las fechas navideñas. La otra mitad está compuesta por los anfitriones de las fiestas en cuestión, que adquieren un perfil lindante con el sadismo. En la patria del género picaresco, no se debe desdeñar el peso de quienes anuncian su despedida sin ninguna intención de marcharse. Comunican su partida para darse pisto, se están preguntando en realidad qué poco futuro tiene esta fiesta sin su presencia.

Cuando una persona puede inventarse en el plazo de minutos una estadística tan crucial como el tiempo desperdiciado en fiestas que han agotado su vigencia, no está exponiendo nuestra credulidad, sino que denuncia la cantidad de estudios con aval científico que carecen de sentido. Esta morralla alcanza conclusiones obvias, con la excusa de abordar asuntos esenciales. Según un informe de la Kangaroo Court University de Melbourne, la mitad de las publicaciones con vitola académica no merecen ni el papel en que ya no se escriben. Su trivialidad no elimina el dilema esencial, por lo que conviene recordar que el mejor momento para largarse de la fiesta es una hora antes de que empiece. Minuto arriba, minuto abajo, que dirían en Australia.

Suscríbete para seguir leyendo