Opinión | Un millón

La lucha de casas en España

Los alquileres de vivienda suben y su oferta se cubre a velocidad de espermatozoide. Se hacen casting de inquilinos como nos enseñó a "Gran Hermano" (el piso compartido televisado) al entrar el siglo. La iniciativa privada desarrolla una pequeña industria de falsificación de nóminas para que sean más atractivas a los arrendadores. Dada la escasez de viviendas en las grandes ciudades (y medianas, según su proximidad al sol y a la costa), se ofrecen cuevas que habría rechazado un troglodita a precios que no puede aceptar un camarero.

Sin embargo, enciendes la radio y el problema es que los propietarios no cobran. Lo dicen anuncios que van inmediatamente antes y después de los informativos en los que hablan de jóvenes que han encontrado un puesto donde trabajar y no hallan una casa en la que descansar. Un inquilino puede no pagar la renta, pero no es el problema mayoritario; lo que pasa es que el miedo del propietario es más comercial que el del inquilino. El miedo a que no nos paguen es un sobrecoste que se suma al precio de la desconfianza de no cobrar. Con la desconfianza sacan muchos beneficios los bancos, y con el miedo, las aseguradoras, que son lo mismo. En la publicidad de las emisoras el arrendador gana la batalla del relato al arrendatario, vencedor en las noticias. La publicidad, incluida la del miedo, siempre está cerca del deseo. Las noticias dan miedo porque se basan en la realidad.

Hay una lucha de casas en la sociedad española y la van perdiendo los alquilados porque la propiedad está mucho más consagrada que el uso. Durante décadas se ha favorecido que un español sea propietario, que se convierta en un pequeño accionista de España que se diría en términos de patriotismo popular. Esa política ha favorecido la subida continua del precio de la vivienda y ahora, a través de los pequeños propietarios (no solo de los fondos buitre), la del alquiler a través de un rentista, que tiene casa y miedo y vota. Un gran país, Mariano.

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