Miguel Ángel Zapater, un bajo de paso largo que llegó a Oviedo con su familia en 1980

El cantante cumplió recientemente 35 años de carrera mientras representaba "Il tabarro" y "Gianni Schicchi" en el teatro Campoamor

Miguel Ángel Zapater, esta semana, en la Fuentona del Campo.

Miguel Ángel Zapater, esta semana, en la Fuentona del Campo. / David Cabo

Chus Neira

Chus Neira

En octubre de 1988 Miguel Ángel Zapater tuvo un papel como solista en una versión orquestal de la ópera "Genoveva", de Schumann, en el Auditorio Nacional. Aquel hito figura en su biografía como el debut del que se cumplen ahora 35 años, justo cuando acaba de cantar el doble papel de Talpa /Simone en el díptico de Puccini "Il tabarro" / "Gianni Schicchi" en el Campoamor. Pero si este bajo ceutí en el DNI, aragonés en los genes y vecindad ovetense desde la adolescencia sigue hoy en los escenarios, recorre teatros de medio mundo y vuelve a Oviedo con la maleta tras las giras, es, sobre todo, gracias a otro encuentro, aquel mismo año, unas semanas más tarde, cuando Montserrat Caballé le eligió a él de entre los alumnos de la Escuela de Canto de Madrid.

Durante su infancia, Zapater (Ceuta, 1964) y su familia se habían movido por España al compás de los destinos de su padre, músico militar, clarinetista. Él fue su primer profesor, el que le enseñó solfeo, armonía y, también, a tocar un instrumento que durante mucho tiempo le acompañó en las giras y le ayudó a preparar papeles en las habitaciones de los hoteles. Que el hijo no iba dedicarse a las bandas y los desfiles empezó a notarse en Huesca, cuando con solo seis años vinieron a buscarle al colegio para el coro de la Catedral y aquella voz de tiple, "un sopranito", entró a cantar con los mayores. Se confirmó a los pocos años. El niño creció, le cambió la voz y Ángel Zapater tuvo que rendirse a la evidencia de que a su hijo le había salido un bajo, esa era la voz que llevaba dentro, una tesitura poco frecuente.

Miguel Ángel Zapater, un bajo de paso largo

Primera ópera con Montserrat Caballé, «La Fiamma», de O. Respighi, en el Gran Teatro del Liceo, Barcelona, diciembre de 1989. / Iván Martínez

Al nuevo destino paterno, Oviedo, Miguel Ángel Zapater llegó con 16 años y muchas ganas de cantar. Entró en el coro universitario, hizo un buen grupo de amigos y cuando el director, Luis Gutiérrez Arias, mudó al Coro de la Fundación Príncipe de Asturias, él también se cambió. Así que en 1981, en la primera edición de los Premios, protagonizó también su debut en el Campoamor, aunque detrás del escenario, durante la ceremonia, en aquella primera versión de los galardones que todavía no había separado el concierto de la gala.

La mili, en Tenerife, le valió para poner distancia y concluir que quería dedicarse a cantar. "Lo tenía muy claro", dice ahora al echar la vista atrás. Hizo las pruebas para ingresar en la Escuela Superior de Canto de Madrid, las sacó, logró entrar también en el Coro Nacional para sufragarse los estudios e inició, así, una carrera profesional que en aquellos primeros años también le puso en contacto con otro grupo de estudiantes asturianos, como Lola Casariego, María José Suárez o Begoña Tamargo.

Miguel Ángel Zapater, un bajo de paso largo

Debut en el Campoamor en septiembre de 1989, fotografiado con el que entonces era su representante, Carlos Caballé. / Iván Martínez

En esas estaba Miguel Ángel Zapater, que ya había debutado en el Auditorio Nacional con su papel en "Genoveva", cuando Monserrat Caballé vino a la escuela. Todo el mundo quería cantar para la soprano. Al término del recital, los estudiantes se agolpaban en el escenario. La profesora de Zapater, Isabel Penagos, le animaba: "¡Venga, Miguel Ángel, sube al escenario!". Y ahí fue cuando la Caballé empezó a preguntar: "¿Cuántas sopranos tenemos?, a ver, vale, ¿y usted?". "Yo soy bajo", contestó Miguel Ángel, y a la cantante le brillaron los ojos y le pidió que cantara y, como sucedería siete años después, "Il lacerato spirito" de "Simon Boccanegra" fue su talismán, su caballo de batalla. La gran dama de la lírica nacional se deshizo en elogios de sus graves y le auguró un futuro en los cuadros del Metropolitan con la seguridad de que la agencia de su hermano Carlos llamaría a aquel cantante y ese mismo curso empezaría el periplo profesional de aquel muchacho.

Miguel Ángel Zapater, un bajo de paso largo

Cártel del debut en La Scala de Milán, en el papel de Sparafucile en Rigoletto, en enero de 1995. / Iván Martínez

Ese otro debut profesional fue en marzo de 1989, en el Teatro de la Zarzuela, haciendo el Sparafucile en un "Rigoletto" que cantó Alfredo Kraus y que retransmitió televisión española. Era la primera vez que cantaba en el escenario, con la orquesta en el foso, vestuario y escenografía. Actuar no fue nunca un problema. "La parte más dramática siempre ha estado en mí", explica, "no es que haya sido el payaso de casa, pero siempre me gustó actuar, representar personajes, leer teatro, y cuando preparo un personaje, siempre me interesa leer obras que estén inspiradas, imaginarme la escena". Tuvo, además, la suerte de tener en la Escuela de Madrid a uno de los mejores profesores, el director de escena José Luis Alonso. Y quizá fue esa vena dramática la que le dio el primer premio junto a la soprano coreana Sung-Eun Kim en el concurso internacional "Operalia", impulsado por Plácido Domingo. Era la tercera edición del premio, la primera vez que se disputaba en Madrid, y Zapater, que había confirmado al propio Plácido Domingo que llegaría a tiempo para la final, haciendo hueco entre los ensayos en Londres con la London Symphony Orchestra, volvió a atacar "Il lacerato spirito", pero no como un trámite. Mientras otros concursantes se limitaron a cantar, Zapater llevó al gesto, al movimiento, el desgarro de Fiesco al perder a su hija María. "No se trataba solo de cantar. Vienes de una situación dramática y a mí me gustaba incorporar eso. Ha muerto tu hija. Yo hice un par de movimientos. Luego Emilio Sagi me lo contó, que aquella interpretación, meterme en el personaje, me había dado el primer premio".

Por efímera que pudiera ser, esa victoria le dio sus quince minutos de fama internacional, aunque en aquella época ya había cantado con Caballé, Carreras o Pons, en el Liceu, en Peralada, en la Scala, en el Staatsoper de Viena, en Tokio con Muti, con Sir Collins Davis...

Miguel Ángel Zapater, un bajo de paso largo

Como Príncipe Gremin de «Evgeni Onegin», en los camerinos del Campoamor, en 1998. / Iván Martínez

En toda esa carrera y la que vino después, Oviedo, la ciudad en la que conoció a su mujer, profesora de violonchelo, y donde establecieron su residencia, ha sido una constante guadianesca, con 19 intervenciones en la Temporada de Ópera, que podrían haber sido más pero tampoco arrojan un mal saldo. El debut en el Campoamor, al margen de aquella primera ceremonia de los Premios, fue en septiembre de 1989 con otro "Rigoletto", a los pocos meses de cantarlo en Madrid y, curiosamente, con el mismo barítono, el inglés John Rawnsley, en la vieja época de cinco títulos en cinco días, cuando la compañía checa venía con todos sus decorados a la ciudad, se ensayaba por la mañana y por la tarde se representaba, casi como en las óperas de repertorio de Viena, que también conoció.

Miguel Ángel Zapater, un bajo de paso largo

En el centro, debajo, en el papel de Simone en «Gianni Schicchi», que acaba de estar representando en Oviedo. / Iván Martínez

Las 18 veces restantes que Miguel Ángel Zapater cantó en el Campoamor incluyen esta última sesión doble de Puccini que finalizó ayer, en el primer y el segundo reparto, y se extiende por títulos como tres "Bohèmes" (1993, 2000 y 2008), el estreno de "Il Duca d’Alba" (2015), "Samson et Dalila" (2014) o aquel sonado "Cazador Furtivo" ("Der Freischütz") con escena a cargo de Pilar Miró.

Miguel Ángel Zapater, un bajo de paso largo

Pietro en «Simon Boccanegra», con Plácido Domingo, en el Teatro Real de Madrid, en 2011. / Iván Martínez

A punto de cumplir sesenta años, Zapater se encuentra en forma y con ganas de cantar. Lo siguiente será un "Falstaff" en Lisboa mientras prepara ya una gira de conciertos para esta temporada en la que le gustaría saldar una deuda pendiente con su ciudad, cantar en el Auditorio Príncipe Felipe. La otra, puestos a pedir, sería interpretar el "Don Quichotte" de Massenet, un papel de bajo que ha estudiado pero con el que nunca ha debutado. Largo, seco de carnes y con esa barba blanca que se ha dejado para el más anciano de los herederos que se disputan la herencia de Buoso Donati, tal parece que ha llegado hasta aquí para arremeter contra esos molinos. Y que lo escuchemos.

Suscríbete para seguir leyendo