Diez años de la salvación del Oviedo

Toni Fidalgo hace memoria: "En 2012 no había facturas ni papeles, guardábamos el dinero del Oviedo en calderos"

"Cuando la familia Slim llegó e iluminó la calle Uría unos cuantos se arrimaron y había codazos por saludarlos", recuerda el expresidente del Oviedo

Fidalgo, ayer en Avilés, con recortes de LA NUEVA ESPAÑA de noviembre de 2012. | Mara Villamuza

Fidalgo, ayer en Avilés, con recortes de LA NUEVA ESPAÑA de noviembre de 2012. | Mara Villamuza / Xuan Fernández

Hace diez años el Oviedo jugó uno de los partidos más importantes de su historia: el de la supervivencia económica. Noviembre de 2012 quedará ya siempre en la retina de todo el oviedismo por la agónica salvación del club gracias a la respuesta masiva de su afición, que provocó un movimiento mundial para comprar acciones de la entidad, y el posterior milagro que llegó del otro lado del charco con Carlos Slim, en ese momento el hombre más rico del mundo. LA NUEVA ESPAÑA comienza hoy una serie de entrevistas y reportajes recordando aquellos momentos. Arturo Elías, ex máximo accionista de la mano de Slim, y Toni Fidalgo, presidente azul en el momento de la salvación, son los primeros protagonistas.

Toni Fidalgo (Avilés, 1952) era el presidente del Oviedo en noviembre de 2012 y fue protagonista directo en la salvación azul y la llegada de Carlos Slim. Recuerda todo al detalle.

–¿Cómo era un día en su vida hace diez años?

–Me levantaba e iba a las oficinas. De allí a El Requexón cuando había entrenamientos. Y por la noche volvía a Oviedo porque tenía mucha cenas, oficiales o extraoficiales, y acabábamos en el pub Picos.

–¿Sentía ansiedad por comandar un club?

–Tenía entrenamiento, porque había vivido en la casa de locos de la Liga, que es como un psiquiátrico.

–Ya había estado en el Oviedo.

–Había estado antes, pero era absolutamente diferente, con Alberto González. Aquello fue una experiencia que no fue seria, no tenía consistencia. Con Alberto, en el plano estrictamente profesional de club, era imposible. En lo personal tuve mucha relación con él, pero en el resto... Me fichó a Lanzarote y me entero por LA NUEVA ESPAÑA. El contrato estaba firmado por mí… Eso no era serio.

 –¿La desaparición en 2012 estuvo tan cerca como parece?

–Estuvimos a horas de desaparecer. Si yo le digo que no a Agustín Caunedo… Había una junta de accionistas, se aplazó al día siguiente puesto que nadie quería representar a los órganos de gobierno. Había conversaciones con Quique Pina y al día siguiente me llamó el Alcalde. El Ayuntamiento era accionista de referencia. Me pidió, como favor, que me hiciese cargo del club. Nadie quería. Si yo hubiese dicho que no, el Alcalde estaba abocado a solicitar la causa de disolución.

 –Visto con el tiempo, ¿a qué achaca la respuesta popular para salvar al Oviedo.

–Todas las aficiones son extraordinarias, pero la del Oviedo tiene acreditada su capacidad. La afición no quería que su club muriese de ninguna manera y tuvimos la fortuna de que la afición nos siguió y creía en el consejo. En cuanto empieza a haber colas y manifestaciones, muevo mis contactos en Madrid. Eso llama la atención. En paralelo, Sid Lowe, por su cuenta, mueve a través de las redes la historia. Todos se precipitó.

 –¿Qué le decían por la calle?

–Me daban las gracias. La gente se paraba y me pedía fotos. Lo tenía asumido como algo normal. No había vivido nunca algo como el Oviedo pese a estar toda la vida en el fútbol. Que toda la grada me cantase ¡Toni quédate!… Lo digo como satisfacción personal, no por presumir. Nos tenían mucho cariño.

 –¿Cómo trabajaba aquel consejo?

–Recuerdo que escribió un artículo muy bonito Pedro Zuazua en LA NUEVA ESPAÑA. Nos faltaba un secretario y en una cena le pregunté a Agustín Azparren si conocía un abogado joven y oviedista. Y al día siguiente llego a las oficinas y veo un chaval guapetón, rubio, apoyado en el mostrador. Me dijo: "Soy Antonio Mijares y si lo estimas conveniente quiero ser secretario". Le dije que encantado, que esto era un Cristo, que no se cobraba. Me dijo: "No me importa, soy del Oviedo y ayudo en lo que haga falta". El consejo, salvo al final de los tiempos, fue una piña, trabajamos con una intensidad tremenda, especialmente Jorge Sánchez.

–¿Cómo estaba el club?

–No existía administrativamente. No había facturas, ni papeles, ni bolígrafos. Los empleados no habían cobrado desde enero y los jugadores tampoco. No había entrenador, ni director deportivo. Teníamos 250.000 euros para fichar once jugadores y no podíamos llevar el dinero al banco porque saltaban todas las alarmas. Tuve que ir a Hacienda y a la Seguridad Social para que nos diesen un margen y nos permitiesen que la sociedad pudiese caminar. El dinero de los abonos no lo podíamos llevar al banco y Vili lo guardaba en calderos. Los escondía debajo de la mesa, o qué se yo. Pero no faltó nunca un céntimo. En esos meses el famoso entorno que luego nos fastidió, estuvo debajo de la mesa… Hasta que el foco de los Slim no iluminó Uría, no aparecieron.

–¿Qué falta por saber de la llegada de Slim?

–Hay quien especula mil cosas y por otro lado los medallistas de mercadillo. Elías llega al Oviedo porque le apetece. Así de claro. El proceso es el siguiente: Paco González hace la broma con Dani Martínez y Elías pide mi teléfono. Se lo podía haber facilitado Paco González, pero se lo facilita alguien de la Cope (se refiere a Marcos López). Eso fue un sábado. El domingo Arturo Elías me llama, me pregunta que cuál es la situación, que en cierta medida está siguiendo el tema. Le digo que es muy mala. Antes de su llamada, me llamó Javier Aguirre y me dice que si me puede llamar alguien de México. Era alguien del grupo Pachuca, pero no recuerdo quién era. Hablé con él una hora fácilmente.

–Y Elías le devolvió la llamada.

–Me llamó al día siguiente y me dijo que había hablado con el ingeniero (Slim). Me dijo que si valía con un millón y le dije que sí, pero que con dos tenía mayoría. Me respondió: "Te mando dos". Alguien de su banco me contactó y el miércoles me pidieron el número de cuenta. El jueves digo en un acto que el Oviedo tendrá final feliz, porque lo veo venir. Y el día 16 llega a mi casa el papel bancario de la transferencia. Me prohibieron decir nada hasta el 17.

–Y hubo cierto revuelo, ¿no?

–Hay alguien que el día 16 por la noche escribió en sus redes que durante una semana había estado negociando con Elías… En fin. También nos vinieron a ver dos abogados de Quique Pina con dos talones de medio millón cada uno, con cierta mala educación, exigiendo ver el documento que acreditaba los dos millones de euros. Les dije que esto no era una subasta. Ya habíamos salvado la causa de disolución e insolvencia.

–¿Las fisuras con el consejo de aquel entonces empezaron con la primera visita de Elías?

–Elías no tenía interés en venir, nosotros provocamos que viniese. Nos conocimos y le enseñamos la ciudad. Vino Aboumrad y también el hijo de Slim. Ahí empieza lo que digo, cuando el foco iluminó la calle Uría. Ese mismo día, en el palco, ya vi grandes postraciones y alabanzas. A partir del momento que los Slim vienen a Oviedo unos cuantos se arriman. Había codazos por saludarlos.

–¿Usted veía movimientos preocupantes?

–Algo sabía. Me llegó que había habido una cena a la que fue un conocido peluquero (se refiere a Ramiro Fernández) y un licenciado en Educación Física (Marcos López). A los tres días se filtra en un digital que el peluquero iba a ser consejero del Oviedo y Elías me llamó para pedirme explicaciones. Yo no sabía nada. Me dijo: "Toni, ¿cómo vas a meter a este?". No sabía de qué me hablaba. Me dijo que iba a desmentirlo, y lo hizo.

–¿En ese momento se empezó a torcer la relación del consejo con México?

–Ahí empiezo la historia. Pero luego ese grupo fue engordando, con alguno y alguna que está en el club ahora mismo. Elías tenías virtudes, pero también defectos. Creo que se dejaba comer la oreja con facilidad, aunque no sé hasta qué punto se dejaba influenciar. Él siempre decía que tenía confianza. Me sentí un poco decepcionado con él, pero siempre mantuve contacto con él. Antes de dimitir me decía que siguiese.

–¿Qué más cosas sucedieron?

–En ese proceso pasaron muchas cosas. Elías me dijo que quería tener una charla con aficionados y llamé al concejal de Cultura (Jorge Menéndez Vallina) y me dijo que ya se hacía cargo él. El Alcalde estaba en Nueva York. Le dije a Hugo, el de las peñas, que se pusiese de acuerdo con ese concejal, pero nunca le llamó ni supimos nada. Lo que quería era ponerse la medalla del mercadillo.

 –¿No habló nunca más con Arturo?

–Me mandé algún mensaje con él, en tono amistoso e irónico. Tengo buena opinión de él.

–¿Se arrepiente de haber dimitido?

–No, ni de haber entrado ni de haberme ido. Al Oviedo fui de bombero, a apagar fuegos. Yo era un hombre de fútbol, pude echar una mano y la eché.

 –¿Qué se ha hecho mal en estos años?

–Creo que Carso se pudo equivocar en quienes lo dirigían desde aquí. En el fútbol no hay que saber de física o química, pero sí conocer los entresijos. Yo los conocía, porque había sido mi vida. Pero llegó un personaje que ambicionaba eso y no funcionó. Carso se equivocó en los nombramientos, no tenían que haber apostado por cierta gente y todo repercutió después.

–¿Qué opina de los nuevos propietarios? ¿Volvería al Oviedo?

–Pachuca me parece un grupo interesante porque lleva mucho en el fútbol y algo tienen que saber. No volvería, porque no va a ocurrir. Por dos cosas: yo me especialicé en apagar incendios y ahora no hay. Ya me hubiese gustado presidir un club tranquilo sin rebuscar en la trastienda para comprar un bolígrafo.

–¿De quién se acuerda en este aniversario?

–Tengo especial interés en volver a manifestar mi cariño por el respaldo de la afición en aquellos momentos y por el esfuerzo y riesgo patrimonial de mi consejo.

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