La gijonesa que susurra a los chimpancés

Marta Marcos, de la mano del Instituto Jane Goodall, estudia el uso de cuevas de estos primates ante climas extremos en Guinea y Senegal

Marta Marcos, junto a dos de los guardias del centro, Blaize y Moussa, en el bosque de Mbargue, al este de Camerún.

Marta Marcos, junto a dos de los guardias del centro, Blaize y Moussa, en el bosque de Mbargue, al este de Camerún. / I. Peláez

I. Peláez

I. Peláez

Estudió Psicología en la Universidad de Oviedo, pero la gijonesa Marta Marcos Nistal (1996) se dio cuenta muy pronto de que "no podemos entender la conducta humana sin antes conocer nuestra historia adaptativa como especie, ni sin valorar las similitudes con el comportamiento animal en general". Por eso, tras cursar la asignatura de Etología, decidió formarse como primatóloga en la Universidad de Barcelona, logrando una beca para colaborar con el Instituto Jane Goodall España (la máxima referencia en el mundo en el estudio de los chimpancés salvajes) para investigar la conducta de uso de cuevas de los chimpancés de sabana en Guinea y Senegal para combatir los climas extremos. "Estudiar chimpancés y otros primates nos puede proporcionar datos sobre la conducta de nuestros antepasados en climas similares; el uso de cuevas en la actualidad nos da pistas sobre sus adaptaciones a climas tan extremos y a entender cómo pueden adaptarse a los cambios ambientales tan repentinos producto de la crisis climática", sostiene la investigadora.

Su primer contacto con estos primates fue en el santuario Sanaga-Yong Chimpanzee Rescue, al este de Camerún. Medio año "muy duro", de intensa actividad desde las cinco y media de la mañana hasta las seis de la tarde. En temporada seca se superaban los 30 grados y hasta las grandes lluvias que llenaban los depósitos tenía que beber agua marrón, filtrada con mallas y gotas de lejía para eliminar patógenos. No había luz y se repetía la misma comida a diario. El pueblo más cercano, a 40 minutos en moto por carreteras de tierra. Letrinas entre serpientes y un cubo para la ducha. Todo mereció la pena. "Durante mi estancia ayudé a coordinar los cuidados de los chimpancés adultos y fui responsable de tres crías que habían quedado huérfanas por el tráfico ilegal. Hasta les hablábamos con gruñidos y golpes en el suelo", recuerda la joven. "La experiencia fue muy dura, pero muy enriquecedora. Pude interactuar, observar y aprender muchísimo de los chimpancés, animales intuitivos y comunicativos; fui capaz de establecer vínculos socioafectivos con ellos", añade.

La gijonesa observa a un grupo de chimpancés en Camerún. Abajo, un ejemplar.

La gijonesa observa a un grupo de chimpancés en Camerún. / I. Peláez

Ahora acaba de retomar el estudio sobre el uso de cuevas en Senegal y Guinea. "Parece que utilizan las cuevas durante la estación seca para protegerse del calor extremo de la sabana y ofrecer un lugar seguro a las crías para socializar y jugar. Parece una iniciativa de las hembras; desde hace unos años se está viendo que la mayoría de las conductas materiales en primates son iniciativa suya", desvela Marcos, sin querer adentrarse más en el estudio.

La joven gijonesa es consciente, y lo comprueba con sus estudios susurrando a los chimpancés, de que "la protección del medio ambiente es una necesidad en sí misma, cada vez más tangible", pues estamos "en un periodo ciertamente crítico para la humanidad". "La defensa de las especies animales y vegetales debería ser algo primordial, además de aportar un gran potencial científico desde una perspectiva etológica", defiende Marta Marcos, que, como muchos otros, teme no poder regresar en mucho tiempo a su país porque "las becas de investigación en estas áreas son mínimas".

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