El joven estudiante de Arquitectura que me fue a ver a la redacción de LA NUEVA ESPAÑA de Avilés hace tres años lo tenía claro y lo sigue teniendo. «Para eliminar el obstáculo que impide tanto a los avilesinos como a la propia ciudad aprovechar totalmente las nuevas posibilidades que brinda el estuario, no basta con esconder, tapar o maquillar el problema; sólo cabe la erradicación de la barrera que lo origina», dijo repitiendo las mismas palabras que figuraban en la pequeña memoria que había preparado para acompañar su boceto.

El anteproyecto de circunvalación ferroviaria que proponía Carlos Rodríguez Marqués, supervisado y avalado por el catedrático de Arquitectura de la Universidad de Oporto Carlos Guimarães, coincide exactamente con el que ahora plantea el Ministerio de Fomento para solucionar un asunto clave para el futuro urbanismo de la ciudad y que, desde 1997, ha dado más vueltas que una noria, provocando los más agrios enfrentamientos entre partidos y administraciones públicas e induciendo las más disparatadas soluciones. Todo ello para que, doce años después, siga sin resolverse.

Lo interesante del asunto será comprobar ahora hasta dónde están dispuestos a aplaudir la nueva solución de Fomento, como la más idónea, los mismos que no le prestaron atención hace tres años. Hay que pensar en que no le prestaron atención; de lo contrario, al tratarse de una solución calcada, estaríamos hablando de un robo de la propiedad intelectual o, en último caso, del secuestro de un concepto.

Carlos Rodríguez, que ahora trabaja en pequeños proyectos por encargo, sigue hablando de su idea e incluso de unir Avilés y Castrillón con un tranvía por la costa. En 2006, el boceto que publicó LA NUEVA ESPAÑA, en medio de un fuerte debate y cuando la Administración mareaba una vez más la perdiz con la solución peregrina de una losa frente por frente de la ría, empezó a dormir en un cajón del Ayuntamiento avilesino. El entonces estudiante de Arquitectura se lo había presentado al concejal de Urbanismo, Alfredo Iñarrea, a la actual alcaldesa y, uno por uno, a los grupos municipales. Pilar Varela, según cuenta el propio Rodríguez Marqués, le llegó a preguntar cómo darían la vuelta los trenes en la estación si la vía acaba allí mismo. Y el aludido respondió que igual que se hace en otros sitios con fin de trayecto: cambiando la cabeza motriz e invirtiendo el sentido de la marcha.

Desde 1997 la eliminación de la barrera férrea había sido el objeto de mayor discusión en la ciudad. Cinco años después, las apariencias, aquella tarde de mayo de 2002, no dejaban lugar a dudas, después de que populares y socialistas compareciesen sucesivamente en el Ayuntamiento de Avilés para anunciar un acuerdo con el que poder por fin soterrar las vías del tren. Sin embargo, fueron las dudas, la desconfianza y el partidismo los que dejaron, desde ese momento, paso al enfrentamiento político. Se habló entonces de una comisión encargada de negociar con el Ministerio de Fomento cómo enterrar los raíles de Renfe y Feve y eliminar la barrera ferroviaria que estrangula el crecimiento urbano en el entorno de la ría. No había otra fórmula mejor para hacerlo o, al menos, no se planteaba.

Pero aquel 10 de mayo, apenas cinco meses más tarde de la mayor movilización de la década en Avilés (29-N), en la que se reivindicó como primer objetivo el soterramiento de las vías, el presidente del PP asturiano, Ovidio Sánchez, compareció sonriente ante los fotógrafos, con su achispado estilo habitual. Y, refiriéndose a las elecciones municipales y autonómicas que se celebrarían al año siguiente, recalcó: «El interés de los ciudadanos debe estar por encima de las estrategias políticas de corto alcance». Santiago Rodríguez Vega, el alcalde que más años ha visto cruzar los trenes por el paso de Larrañaga, sentenció minutos después: «No hay exigencias apriorísticas de nadie».

Ambos partidos, PP y PSOE, coincidieron en abrazar la fórmula del soterramiento como única solución para eliminar la barrera férrea, tal y como se había puesto de relieve entonces al discutirse en el Ayuntamiento los criterios del avance del Plan Urbano.

Los populares sostuvieron también que el grado de entendimiento había sido tan elocuente que los socialistas accedían incluso a que la Consejería de Infraestructuras rescatase del olvido el anteproyecto de soterramiento que el PP encargara en 1997 a una ingeniería de León, a fin de utilizarlo como referencia o punto de partida en la discusión técnica. Los cálculos de ese anteproyecto estimaban la inversión por encima de los 9.000 millones de pesetas de entonces (54,2 millones de euros), teniendo en cuenta las indemnizaciones que tendrían que percibir Renfe y Feve por las obras.

Sin embargo, los años que siguieron a aquella reunión hasta la llegada de los socialistas al Ministerio de Fomento sirvieron para escenificar la falta de entendimiento entre los dos principales partidos. Rodríguez Vega llevó a cabo una ofensiva contra el ex ministro Francisco Álvarez-Cascos, al que acusó de no querer recibirlo y de no comprometerse con el proyecto clave de la ciudad. Los populares respondían que el Ministerio estaba dispuesto a que Avilés se acogiese al mismo plan que permitió a otras 40 ciudades españolas, entre ellas la vecina Gijón, enterrar sus vías.

Aun así, entre tiras y aflojas, el soterramiento tardó todavía más de dos años en enterrarse como proyecto viable. Hizo falta que a Álvarez-Cascos le sustituyese Magdalena Álvarez y pasasen unos meses para que el Principado, primero, y el Ayuntamiento, después, mantuviesen públicamente que era imposible enterrar las vías por razones técnicas. Descartado el soterramiento, había que vencer, no obstante, la resistencia de las compañías del tren a eliminar las vías, fuese cual fuese la fórmula elegida. De manera que ahí empezó un nuevo replanteamiento del proyecto, coincidiendo, además, con el anuncio del Niemeyer en las inmediaciones de la ría. Luego, se sucedieron propuestas de lo más heterogéneo.

Por ejemplo, el Principado y el Ayuntamiento plantearon, en enero de 2006, como novedad, entre cuatro soluciones, una losa en el frente ribereño del parque del Muelle. Todas ellas, salvo el soterramiento que se volvía a incluir pero a título decorativo, tenían la particularidad de mantener las vías a la vista. En el caso de la losa, que desencadenó críticas feroces por el temor a su fuerte impacto visual, el trazado férreo discurriría como hasta ahora, sólo que cubierto por una plataforma urbanizada, al igual que el tramo de la calle del Muelle que separa el parque del camino de hierro que siguen los trenes y la ría.

Otra de las soluciones que se proponían era que los trenes de Renfe circulasen por encima de las personas a través de un viaducto y que la línea de Feve discurriese a la velocidad de un tranvía urbano (el llamado tren-tran). En ese supuesto, habría que adelantar la estación de la avenida de los Telares a las inmediaciones del viejo matadero, es decir, a la entrada de Avilés.

Una cuarta opción sería la de mantener el trazado actual para los ferrocarriles de mercancías, incluyendo el tren-tran en el caso de Feve y adelantando la estación hasta los terrenos del viejo matadero. En ese caso se trataría de restringir los horarios de circulación de los trenes para que molestasen lo menos posible. Se decidió formar una comisión.

Cuando, al poco tiempo, el secretario de Estado de Infraestructuras, Víctor Morlán, viajó a Avilés para visitar el lugar y habló de integración del ferrocarril en vez de eliminación de la barrera férrea, había que ser muy iluso para no entender que la cuarta era la opción elegida. Dos años después, a un mes de las elecciones, Magdalena Álvarez firmaba con el Principado un protocolo para poner en marcha una nueva comisión y llevar adelante el propósito de «integrar el ferrocarril». Eso fue todo.

Así se ha perdido el tiempo hasta ahora que el nuevo ministro, José Blanco, se ha propuesto sacar las vías de la ciudad por la variante de la N-632. La noticia ha traído como primeras reacciones el asombro del joven arquitecto de Piedras Blancas que adelantó la idea, una nueva discusión entre los partidos representados en el Ayuntamiento de Avilés y la perenne incertidumbre que aflige a los avilesinos en estos casos. ¿Será la que ahora proponen una solución definitiva para hallar una salida al laberinto de la barrera ferroviaria? o ¿se tratará una vez más de ganar tiempo perdiéndolo hasta las elecciones con algo que no prosperará, hasta comunicarles definitivamente a los espectadores que la función ha terminado y que las vías seguirán donde están? Nuevamente, vuelta a los estudios, trámites, protocolos... etcétera ¿Les suena la música?