Piedad López, la bisabuela mierense que anima a Nadal y quiso ser monja

Piedad López celebra un intenso siglo de vida marcado por una vocación frustrada y el apego a la familia

Piedad López, ayer, celebrando cumpleaños con sus hijas, Ana, Mayte y Marisol.

Piedad López, ayer, celebrando cumpleaños con sus hijas, Ana, Mayte y Marisol.

Piedad López tiene el salón de su casa repleto de fotos de familias. Son muchas, porque retratan todo un siglo de vivencias. El marco más grande, con todo, es el que dibuja la televisión desde la que estos días sigue con emoción los partidos finales de la carrera tenística de Rafael Nadal. "El otro día empezó muy bien, pero en el segundo set tuvo un bajón, aunque luego se recuperó a lo grande, como un campeón". Ahí queda ese análisis para dejar pasmado a cualquiera. Y es que Piedad es alguien especial, incluso hasta el punto, y hay pocos, de empequeñecer los récords de su ídolo deportivo. Esta mierense tiene más años que títulos ha ganado el manacorense (92) y, además, sabe lo que es ser la número uno: "En el colegio era la mejor, la número uno", recuerda con un punto de orgullo. Con 19 años ya estaba dando clases a niñas en un colegio de monjas de Girona. Es solo parte de una intensa vida que acaba de alcanzar el siglo.

Aunque iba para monja, esta bisabuela mierense ha criado a tres hijas y ahora disfrutar de tres nietos y dos biznietos. "Todos me quieren muchos, pero algún mérito tendré yo en ello", apunta con tino. Y es que los cien años de vida que aglutina no le han mermado su capacidad de razonamiento. "Está fantástica. Vive sola y, salvo por los problemas de odio, se mantiene muy bien, aunque tiene que tomar un paracetamol para dormir por culpa de la artrosis". Este último matiz hace que los familiares de Piedad López se crucen benévolas miradas. Todos están pendientes de ella, aunque intentan respetar su espacio. César Estébanez, uno de sus yernos, le lleva a casa cada día el periódico. Tiene que ser LA NUEVA ESPAÑA. "La leo cada día. Me informa y me entretiene". Además, le gusta, como ya quedó claro, seguir los deportes por la televisión. "Además del tenis, me gusta el fútbol y el ciclismo, sobre todo la Vuelta a España y la vueltina". Con el diminutivo se refiere a la Vuelta a Asturias. A su lado, todo resulta pequeño en perspectiva.

Piedad López.

Piedad López. / David Montañés

Piedad López nació hace cien años en Ujo en el seno de una familia humilde. Se crió con nueve hermanos: "Mis padres tuvieron que trabajar mucho para sacarnos adelante. Ahora no sabemos lo que tenemos", subraya. En el colegio destacó como aplicada estudiante y apenas superada la adolescencia se marchó para Cataluña de novicia. "Siempre quise ser monja", reconoce. No lo fue porque estando interna enfermó y los médicos aconsejaron a la familia que lo mejor era traerla de vuelta a Asturias. Para entonces ya estaba dando clases en un colegio y parecía enfocada a ser maestra. Esa vocación nunca desapareció del todo. "Siempre he mantenido una intensa relación con los colegios religiosos de Mieres y, en diversas épocas, acudía casi a diario para ayudar en lo que fuera".

Pepe Zapico, su marido

De vuelta en Mieres, conoció a Pepe Zapico. "Mis padres alquilaban habitaciones en casa y yo no sabía que me pretendía hasta que un día me propuso salir. Le dije que lo primero que tenía que hacer era irse de casa de mi madre". El picador obedeció y un año más tarde se casaron. Desde hace veinte años está viuda.

Piedad vive sola en su casa de la calle Numa Guilhou, con vistas al patio del colegio Santiago Apóstol, donde ve jugar a los niños cada mañana. Recuerda cuando ella, siendo aún muy joven, tuvo que enfrentar a las responsabilidades de la docencia. "Me tocó una clase muy revoltosa, pero me planté y al final todos me decían que se portaban muy bien". Ahora son sus biznietos los que la roban el corazón. "Como estoy un poco sorda, mi biznieta Nora, la pequeña, me mostró un día los subtítulos de la tele y me dijo que, si no podía oír bien, que leyera". Desde entonces aplica la eficaz táctica.

Esta mierense centenaria mantiene una salud impropia de su edad. Defiende incluso su independencia. "Solo acepta que vengan a limpiar un día a la semana. Dice que le quita libertad", señala una de sus hijas. Aunque camina y se desenvuelve sin problemas, es reacia a salir a la calle. Este año ha sido especial y la familia ha ido pasando por su casa para celebrar su cumpleaños. "Otros años nos manda a comer fuera y ella se queda en casa, aunque insiste en pagar", apunta entre risas su yerno Ricardo Díez . "La familia es lo más importante", sentencia Piedad con la autoridad de la experiencia.

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