Taller de flamenco a las diez y media. De diez a once taller de risoterapia y después de capoeira. Le siguen en la agenda una charla sobre software libre a la una de la tarde, taller de relajación de una a dos y debate sobre la reforma de la ley electoral. Y ya después de comer, a partir de las seis, espectáculo clown, actuación musical, cadena humana en el muro de San Lorenzo, asamblea ciudadana, cacerolada y para terminar, lectura narrativa y proyecciones.

No, no es una jornada cualquiera en la Universidad Popular, ni el programa de uno de los centros municipales de Gijón, ni el adelanto en rueda de prensa de la «Semana negra». Lo que acabo de transcribir es la agenda de actividades del movimiento 15-M en Gijón para el pasado miércoles 25 de mayo. Toda una batería de propuestas en las que, a excepción de la cadena humana o la cacerolada, cuesta detectar la indignación de aquellos que decidieron, para alegría de muchos de nosotros, plantar cara a las injusticias del sistema. Esas por las que tantos se sienten, y con toda la razón del mundo, mercancía en manos de políticos y banqueros.

Y es que ya hace días que la reivindicación de los acampados gijoneses, y según las crónicas que retratan lo ocurrido en otros lugares de España también la reivindicación de otros campamentos, amanece al ritmo, por ejemplo, del taller de capoeira o del taller de estiramientos. Actividades que tratan de cubrir las horas de la jornada para los que acampan hasta la llegada de la asamblea ciudadana, que aun con el paso de los días sigue congregando cada tarde, por ejemplo aquí en Gijón, a varios centenares de asistentes. Y eso, a pesar de que en algunos momentos, las reuniones, foros donde se ponen en común temas tan importantes como el derecho al trabajo o a la vivienda, se ven asaltadas por intervenciones de personas, que por ejemplo, te cuentan un cuento con moraleja o comparten con los presentes las propiedades energéticas del agua. Cuestiones respetables, sí, pero más propias de otro contexto.

Sin embargo, y a pesar de lo que podrían empezar a ser síntomas de agotamiento, del riesgo a «morir en el intento», aquí en Gijón, como en el resto de España, no se ha levantado el campamento. Pero, ¿por qué? ¿Por qué no se sigue diseñando desde internet, lugar en el que nació la convocatoria, el siguiente paso del movimiento?

Pues principalmente por el miedo colectivo a ver cómo se extingue el levantamiento; a sentir que lo ocurrido el 15-M y los días que le siguieron fue sólo un «momento» y no un «movimiento». Pero no es la única respuesta. También están los egos. Porque el ego ecológico, rojo, asambleario, también es ego y hay muchos a los que les cuesta dejar de sentirse protagonistas, actores primeros del suceso. Les cuesta soltar la batuta y ya de paso el megáfono cuando se les da el turno de la palabra y se encienden como grandes oradores ante un público que aplaude por primera vez sus parlamentos. Son ellos y éste es su movimiento. Y finalmente ¿Por qué no se levantan los acampados? Pues porque algunos han caído en la trampa de los políticos y los medios. Han consentido a sus demandas, que ya desde el primer día les exigía puntos concretos, propuestas, manifiestos? y en esa búsqueda urgente, acelerada del consenso, han dejado en un segundo plano, casi a la espera, la verdadera fuerza, la verdadera grandeza de este movimiento, que ha sido demostrar la capacidad organizativa, de respuesta y de protesta de una sociedad consciente de que se le está tomando el pelo. Y en eso sí que hay acuerdo. Lo demás puede acabar por convertirse en la confección de un programa detalladísimo en el que miles de personas, vegetarianos, antitaurinos, mileuristas o pensionistas, difícilmente se van a poner de acuerdo. Mejor será consensuar sólo unos mínimos, no se vaya a morir la protesta por mantener en pie un campamento.