La violencia es incompatible con la democracia. La pobreza, también. La resignación, asimismo. En democracia, la mano tendida para el saludo marca la frontera de una persona, el límite infranqueable sin su permiso explícito para el beso o el abrazo. En democracia, sólo se puede abuchear a quien también se puede aplaudir, pero no vale limitar los abucheos y dejar únicamente en pie los aplausos.

El comportamiento de las personas que el miércoles zarandearon en Barcelona a parlamentarios autonómicos violenta la democracia. La existencia de cinco millones de parados violenta la democracia (derecho constitucional a «un trabajo digno»). Los ejecutivos que cobran cien veces más que un trabajador medio sin arriesgar su dinero violentan la democracia. Rescatar bancos, no admitir la cancelación de la hipoteca por entrega de la casa y desahuciar a mansalva (derecho constitucional a la vivienda) violenta la democracia. El gobierno de los mercados violenta la democracia. Los paraísos fiscales violentan la democracia. Presentar a una persona que va a ser juzgada por corrupción a la Presidencia de una comunidad autónoma violenta la democracia. No hay democracia sin meritocracia.

Ante los graves -y sobre todo importantes- acontecimientos del miércoles, se insiste en que «no todo el movimiento 15-M es culpable». No puede haber «todo el movimiento» donde no hay nada. Ni rostro ni rastro, sólo una espuma tejida por la desigualdad. De ahí que tampoco pueda morir. Incluso la sagaz Aguirre dice primero que son insignificantes, los acusa después de totalitarios y más adelante les copia su propuesta básica de listas abiertas.

Cuando se enseñaban humanidades, se podía hablar de la caja de Pandora. Por fortuna ya hablamos inglés, y entendemos la expresión sajona «the cat is out of the bag». Cuando el gato está fuera del saco, no hay forma de volverlo a meter, aunque sí de arremeter contra él.

¿El helicóptero de Artur Mas le servirá también para llegar antes al hospital donde ha recortado la atención a los ciudadanos? Fulgurante y fugaz, el 15-M desnudó las contradicciones entre la práctica y los principios democráticos. Ha avergonzado a los gobernantes, ha modulado el discurso político y ha contagiado a los votantes desde la paz y la paciencia. Saltar de la manifestación a la confrontación desnaturaliza su apuesta, pero Aguirre sólo los desafía porque sabe que es más fácil gobernar sobre Telemadrid que bajo el microscopio implacable. Mientras no se resuelva la desigualdad, la indignación seguirá vigente, aunque los «indignados» no hayan estado a la altura.