Un alto funcionario, que otrora ha frecuentado las Cumbres Europeas, me ha dicho que en las conversaciones informales previas hubo un momento, en el nada lejano pasado, que estuvo a punto de haberse arreglado casi todo con un buen acuerdo que era una rectificación parcial de Alemania, y su inefable señora Merkel. Sin embargo, a la reanudación, tras tensa pausa, el portavoz germano les dijo lacónico: «No, en mi país, no se entiende una solución de ajuste que no suponga sufrimiento en el Sur».

Mi amigo me dijo también que a Sarkozy le faltaron agallas en ese instante. Reunió a las delegaciones española e italiana, les dijo que iba a cantar las cuarenta a la canciller, pero ocurrió lo contrario. Vinieron Deauville y demás convergencias del llamado «Merkozy», que, a la larga, le costó la reelección.

En esas estamos, hay un sadismo en todo lo que está ocurriendo, incluida la terapia contra el desencadenante griego. Así, la enemistad despectiva hacia los países sureños de la Merkel supera, en la práctica real, ya la antigua de la conservadora británica señora Thatcher. Insólito ha sido en el Parlamento en el pleno de la semana pasada que ante la preocupación por la crisis de un diputado del CDU de Merkel el comisario Laszlo Andor respondiera: «No busque usted responsables en otra parte. Es la señora Merkel la principal causante».

La situación es que la continuidad de esa política de sadismo confeso puede convertirse en masoquismo, que algunos exportadores alemanes tienen que haber sentido en sus resultados. ¿A dónde conduce ese camino de espinos dolorosos que va gangrenando miembros de la zona euro?

François Hollande, nuevo presidente francés, que no es, en absoluto, un líder carismático, ha puesto el dedo en la llaga y ya es repetitivo, en todos los rincones de la UE, lo que desde el pasado octubre, por lo menos, había dicho Alfredo Rubalcaba: no cabe seguir ajustando sin crecimiento simultáneo y superador de la recesión en la que se hunde la economía europea.

Hay que ajustar, pero mucho más las mentes de la minoría dirigente. Ajustar, por ejemplo, la coherencia interna y moral, para saber que el sadismo y el masoquismo son perversiones en las que el género humano cae pero debiera evitar.