Arquitectura personal (y 2)

"La muerte de mi padre cambió mi proyecto de vida y dejé Valencia"

"Riopedre me llamó para la Consejería e impulsó muchas mejoras en la educación en Asturias, pero le sobró la tercera legislatura"

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Alberto Muñoz González (La Isla, Colunga, 1958), licenciado en Filosofía por la Universidad de Valencia, fue profesor en el siglo XX (en los institutos de Ribadesella, El Piles y Trubia), y en el XXI, administrador (jefe de servicio de Ordenación Académica, jefe de servicio de Personal de la Consejería de Educación y director general de Personal). En 2011 regresó a la enseñanza como profesor de Filosofía en La Ería, en Oviedo, y al año siguiente le nombraron presidente del Consejo Escolar del Principado de Asturias y lo ejerció hasta 2019.

–Quería ser profesor.

–Pensé que quedaría en Valencia porque el catedrático Sergio Sevilla, con el que había hecho el proyecto de tesis, me avalaba, pero coincidió con la muerte de mi padre por un cáncer de próstata, los ingresos familiares bajaron mucho, tenía la mili pendiente y no me podía mantener en Valencia. Cambió el proyecto de vida.

–¿Tenía novia?

–Sí, pero la mili nos separó demasiado.

–¿Qué tal la mili?

–Cómoda, en A Coruña, en una residencia de oficiales. Aproveché para preparar las oposiciones de Educación en un ambiente nada propicio. Tuve buena relación con los oficiales porque estaba en la parte lúdica de su vida y eran gente maja... Les recordaba a sus hijos.

–Se licencia en 1984 y...

–Rafa Callejón y yo cogimos una sidrería en Tereñes, él en cocina, yo en barra, a porcentaje con el dueño. Lo pasé muy bien.

–"La hostelería es muy esclava".

–Había un ambiente muy sano, de gente del pueblo, muy maja, que por las noches se empeñaban en pagar rondas. Recuerdo haber puesto filas de cubalibres. Cerrábamos a las 2 o las 3 de la mañana y luego bajábamos a la fiesta que hubiera en Ribadesella. Abríamos a las 10 de la mañana. Fue mi primer verano sólo de trabajar y disfrutar. En septiembre empezamos los dos en el instituto. Muchos alumnos se sorprendieron al ver que el primer día de clase cambiamos la barra por la tarima.

–¿Tuvo inquietud política? Eran los años del PSOE.

–Nunca milité en nada, pero siempre me identifiqué con una redistribución de la riqueza, la consolidación de un Estado del bienestar con Sanidad y Educación públicas de calidad, no exclusivas.

–Eso es socialdemócrata.

–Aún lo soy, pero me identifico más con la ideología que a la práctica de los partidos.

–Pasó tres años en Ribadesella.

–En 1987 saqué las oposiciones y me incorporé al Instituto El Piles, en Gijón, donde estuve cuatro años, los tres últimos de jefe de estudios.

–¿Qué diferencia ve entre sus primeros alumnos y los últimos?

–Los contextos son distintos. Empecé en Ribadesella y con pocos alumnos, buenos críos, y nunca tuve un problema de disciplina. Mi último año de profesor fue en 2013, en La Ería, un instituto de ciudad, muy grande, y tampoco tuve problemas. Disfruté mucho de mi profesión. Me reía y estaba relajado en clase porque recordaba profesores del instituto que nos generaban mucha tensión, que sacaban a dar la lección por sorpresa. En tensión no se aprende.

–¿Algún cambio de actitud en los alumnos?

–Sí, en La Ería encontré alumnos cuyas expectativas para estudiar eran muy altas y peleaban por sacar mejor nota, preocupados por la de corte para entrar en la Facultad, para ser médicos.

–¿Cómo era dar Filosofía, una asignatura un poco marciana?

–Sí, supone un nivel de abstracción alto y, a lo mejor, la edad es temprana para eso. Pero si la explicas bien al final les gusta. La historia de la filosofía es un recorrido y vislumbras algo cuando acaba el curso. Mientras dura el curso parece un catálogo de autores que van diciendo ocurrencias a lo largo de los siglos. Esto pasa en un año, que es poco tiempo, y en un curso, segundo de Bachillerato, en el que hay mucha tensión porque los profesores queremos que aprendan lo más posible y ellos quieren sacar la mejor nota.

–Le gustaba dar clase, pero en seguida empezó a meterse en la estructura, a ser jefe de estudios... cosas peores que ser presidente de la comunidad de vecinos.

–Fue de causalidad. En toda mi vida profesional solo estuve tres años de profesor normal, uno de prácticas y dos al final. La mitad de mi carrera la pasé en la docencia, y la otra mitad, en la Administración. En 2000 me incorporé a la Consejería de Educación. Tuve la suerte de estar en distintos sitios, lo que es un estímulo porque la rutina empequeñece. Me ofrecieron la jefatura de servicio de Ordenación Académica y me pareció un reto en el que aprendí mucho sobre legislación educativa. Cuando pasé a Personal aprendí normativa y procedimiento de adscripción a los centros, y en la dirección de Planificación, Centros e Infraestructuras, un año, y fue otro aprendizaje más. De la gestión me gusta la planificación y mejora de procesos. Me gusta poner orden.

–Estuvo en los años de José Luis Riopedre.

–Fue quien me llamó y estuve con él hasta que llegó Ana González. Cuando salieron, por decirlo así, él y María Jesús Otero, se fusionaron mi Dirección de Planificación de Personal y le sumaron Infraestructuras.

–¿Qué opina de Riopedre, condenado en el "caso Marea"?

–Transformó e impulsó muchas mejoras en la educación en Asturias. Venía de ser jefe de programas educativos y trajo muchas ideas transformadoras que se llevaron a cabo. Estuvo tres legislaturas, dos de ellas francamente buenas. La tercera le sobró.

–¿Se notaba algo?

–Yo, en absoluto. Me enteré de que lo habían detenido en un hotel de Madrid para un congreso y me sorprendió. Yo no tenía nada de contacto con compras y gastos. Nosotros hacíamos nombramientos, ceses, bajas y jubilaciones.

–Estuvo casado.

–Sí, 28 años, no tuvimos hijos. Estoy separado desde hace ocho.

–La mayor parte de su vida la pasó en Oviedo.

–Sí, vinimos en 1989. Ahora llevo cinco en La Fresneda.

–¿Qué tal cree que le trató la vida hasta ahora?

–La vida me trató bien y yo también me porté bien con la vida. Me siento afortunado. Hice lo que me gustó y disfruté con ello.

–Se jubiló anticipadamente.

–Con 61 años.

–¡Con lo bien que lo pasaba!

–Era muy tentador pasarlo mejor. Llevaba siete años en el Consejo Escolar y era el momento de otro cambio. Mi último destino fue en el instituto de la Laboral de Gijón, pero decidí no incorporarme. Ya no tenía 30 años. Hice lo que el 90% de los profesores.

–¿Qué tal de jubilado?

–Hago muchas cosas a las que hasta ahora no pude dedicarme con intensidad.

–Por ejemplo.

–Empecé a estudiar música, que siempre me llamó la atención. Sobre todo, el lenguaje musical. Me parecía muy interesante que los sonidos pudieran tener una grafía, pero no sabía lo que era una corchea, una negra. Recibo clases de acordeón desde hace cuatro años e intento que suene medianamente bien. Cuando voy a Nueva a ver a mi madre llevo el acordeón y cantamos "Chalaneru", "No hay carretera sin barru" y "Asturias, patria querida"...

–¿Y la fotografía?

–La tengo abandonada. He hecho algunas buenas e intento ordenar la colección. Este mes saldré un poco al monte con la cámara cargada. Me compré una bicicleta eléctrica y es genial. Hace poco fui a Pedroveya y quedé para subir a los Lagos. Hago natación, piragua y acabo de comprarme un kayak de mar. Tengo un grupo de amigos con la tertulia "Gastropoético", que quedamos para cenar y leemos poemas propios y ajenos. Y leo "El río de cenizas", de Javier Reig, que nació en Cangas de Onís y es muy simpático.

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