Entrevista | Javier Fernández Sebastián Catedrático emérito de Historia del Pensamiento Político

Javier Fernández Sebastián, catedrático emérito: "El Gobierno actual, como el del Frente Popular, demoniza a la oposición y polariza"

"Los nacionalismos y cierta izquierda reproducen estereotipos denigratorios de España lanzados por los protestantes en la Edad Moderna"

Javier Fernández Sebastián en la biblioteca de la RAE

Javier Fernández Sebastián en la biblioteca de la RAE / Cedida Lne

Luis Ángel Vega

Luis Ángel Vega

Javier Fernández Sebastián, catedrático emérito de Historia del Pensamiento Político de la Universidad del País Vasco, ofrece este lunes en la Junta General una conferencia junto al constitucionalista Javier Tajadura sobre "El tiempo y el constitucionalismo". Autor de "Historia conceptual en el Atlántico ibérico. Lenguajes, tiempos, revoluciones" (Fondo de Cultura Económica) y miembro del Foro de Ermua, ve "preocupante" la situación del país. Aunque considera que los paralelismos en la historia son peligrosos, sí que ve alguno entre el Gobierno actual y el del Frente Popular de 1936: "Coloniza otros poderes, demoniza a la oposición y cultiva sistemáticamente la polarización".

–Es pionero de la historia conceptual en España. ¿Qué es y qué le atrajo de esta disciplina?

–Hace tiempo observé que el historiador común y corriente, poco atento a los cambios de significado de muchas palabras que usaban ya nuestros antepasados y seguimos utilizando en nuestro tiempo con sentidos muy diferentes, atribuía a los actores políticos y sociales del pasado maneras de entender el mundo que les eran completamente ajenas. La historia conceptual se esfuerza por aproximarse a los sentidos que aquellas gentes atribuían a las palabras que usaban y a las prácticas a ellas asociadas, en lugar de proyectar sobre los "habitantes" del pasado nuestras propias nociones y valores. Estoy convencido de que todo historiador, independientemente de su campo de estudio y de la época sobre la que trabaje, debiera poseer un mínimo de conocimiento histórico-conceptual. Eso le ayudaría a combatir anacronismos y a no transmitir errores de bulto.

–¿Atribuimos ideas a las gentes del pasado que no estaban en su mente? ¿Los catalanes de 1717 eran secesionistas? ¿Los comunistas y anarquistas de la guerra civil eran demócratas?

–Así es. Este tipo de distorsiones deliberadas son especialmente frecuentes en política. La manipulación sistemática de la historia lleva a los secesionistas catalanes, por ejemplo, a proyectar sus deseos hacia atrás, atribuyendo a quienes lucharon en Cataluña a principios del siglo XVIII a favor de la candidatura del archiduque a la corona de España unos propósitos que en realidad les eran totalmente ajenos, como la independencia de una "nación" catalana inexistente en el sentido moderno de la palabra nación. Y lo mismo sucede en los otros casos que menciona. Obviamente, ni los comunistas ni los anarquistas de los años treinta del siglo XX eran para nada "demócratas", si entendemos por democracia un régimen liberal basado en el respecto al pluralismo y a la división de poderes.

–¿Es posible una verdad histórica universalmente aceptada?

–A mi juicio no es posible, ni siquiera me parece deseable, fijar ciertas "verdades históricas" como definitivamente cerradas, indubitables, exentas de toda controversia. La historia ha de mantenerse abierta a la revisión, ya sea en razón del hallazgo de nuevas pruebas documentales o de la aplicación de renovadas perspectivas y nuevos métodos que nos permitan iluminar tales o cuales episodios del pasado con una luz distinta. Ahora bien, lo que sí es exigible a todos los historiadores es que, a la hora de desarrollar sus investigaciones, sean ecuánimes y veraces, esto es, que dejen a un lado sus anteojeras ideológicas, incluido cierto exhibicionismo moralista y corrección política retrospectiva hoy en boga entre los "historiadores militantes". Un historiador digno de tal nombre debiera esforzarse por entender las motivaciones de todos los actores del pasado en sus contextos, en lugar de atender sólo a aquellas fuentes que, al coincidir con sus propios prejuicios, le reafirman en sus convicciones. Debiera estar abierto a dejarse sorprender por la documentación histórica y no distorsionar jamás sus interpretaciones de los hechos para hacerlas encajar en el lecho de Procusto de sus preferencias.

La amnistía envilece el Estado de Derecho hasta límites difícilmente soportables, es una componenda tóxica

–¿Es la historia un arma de guerra política?

–Desde antiguo sabemos que la historia puede ser utilizada como un arma política. Tengo la impresión, sin embargo, de que en el mundo –y particularmente en la España– actual, con el auge de las "políticas de la identidad" y de la llamada "memoria colectiva", el pasado se ha convertido en un campo de batalla. Y, lo que es más grave, determinados sectores están empeñados en politizar de nuevo la historia, hasta el punto de pretender consagrar ciertas versiones del pasado –por ejemplo, eso que llaman "memoria democrática"– como una nueva ortodoxia, en la que no faltan candidatos a nuevos inquisidores. Ahora bien, al establecer ciertas versiones del pasado como dogmas intocables y pretender constreñir, acallar, incluso impedir el debate entre historiadores –y entre ciudadanos que piensan distinto o tienen distintas memorias familiares– mediante una especie de censura previa, no sólo dañan la democracia, sino que le hacen un flaco favor al conocimiento histórico.

–Le he escuchado defender el valor formativo de la historia.

–En efecto, a mi modo de ver la historia tiene un gran valor formativo, no solo informativo. Hablo, por supuesto, de una historia limpia y honesta, sin activismos ni sectarismos. A través del descubrimiento de mundos anteriores muy distintos, los estudiantes tienen la oportunidad de acceder a una conciencia histórica enriquecida, abierta al encuentro con lo diferente, en vez de exportar al pasado anacrónicamente las mismas ideas, las mismas tensiones y los mismos conflictos que atraviesan la sociedad actual.

–¿Valora la sociedad española las instituciones que se ha dado?

–Una sociedad moderna como la española debiera valorar en su justa medida las instituciones que hemos construido históricamente y que hemos heredado, cuidarlas, mejorarlas y procurar su fortalecimiento. Todo ello, sin renunciar a la crítica y a la autocrítica, pero sin regodearse tampoco en victimismos y visiones caricaturescas. Y en este punto los nacionalismos supremacistas catalán y vasco, con su tradicional hispanofobia, han encontrado buenos aliados en determinados sectores intelectuales, pretendidamente de izquierdas, anclados en visiones "excepcionalistas" de la historia de España que reproducen viejos estereotipos denigratorios lanzados durante la temprana Edad Moderna por la propaganda protestante. Conviene trascender el ensimismamiento en la historia nacional, para interesar a los alumnos y a los ciudadanos cada vez más por la historia global, la europea y la de los mundos ibéricos.

–¿Ve preocupante la deriva actual? ¿Es la amnistía la causante de la polarización actual?

–Por desgracia me temo que hace tiempo se han encendido las luces de alarma. Desde luego, la amnistía envilece el Estado de Derecho hasta límites difícilmente soportables. Nunca se había visto a un presidente dispuesto a conceder la impunidad a unos delincuentes a cambio de un puñado de votos para mantenerse en el poder. Es difícil imaginar una componenda más tóxica y degradante para la vida pública. Y para más inri esta ley, redactada a la medida de sus beneficiarios y contra la opinión mayoritaria de los españoles, se está tratando de imponer a la ciudadanía apelando nada menos que a la "reconciliación". ¿Cabe un caso más flagrante de bulo y de posverdad que este? Lo más grave no es que los políticos mientan, sino que la verdad y los hechos hayan dejado de importarles: su único objetivo es aferrarse al poder y para eso no dudan en difundir toda clase de bulos, al tiempo que se rasgan las vestiduras contra los "bulos" de los demás.

–¿Ve paralelismos con otras épocas de la historia española?

–Los paralelismos históricos suelen ser peligrosos, pues las situaciones que se comparan, pese a parecer similares, en el fondo pueden ser bastante distintas. Por ejemplo, en algunos aspectos la coyuntura actual guarda algunas inquietantes similitudes con la España republicana de la primavera de 1936. Por fortuna, sin embargo, las diferencias son más importantes. En cualquier caso, el gobierno actual, como el de los tiempos del Frente Popular, incurre en prácticas divisivas, coloniza los otros poderes, demoniza a la oposición y cultiva sistemáticamente la polarización. No sólo tilda a la oposición de "fachosfera", como si la mitad del país fuera una caterva de peligrosos ultraderechistas, sino que ahora parece haberse propuesto "meter en cintura" a los periodistas críticos y a los jueces que se atrevan a molestar al ejecutivo. En conjunto, aunque me gustaría equivocarme, creo que la deriva política en la España actual es muy preocupante.

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