Entrevista | Emilio García-Pumarino Ramos Registrador de la propiedad y líder de UCD en Asturias

"No salía con chicas y por mi religiosidad sentía que cualquier acción era pecado"

"De niño me gustaba amoldarme a lo que entendía que pertenecía –una familia y una sociedad conservadora– y no salir de ahí, salvo alguna rebeldía"

Emilio García- Pumarino, en el  salón de su casa  de Oviedo.

Emilio García- Pumarino, en el salón de su casa de Oviedo. / FERNANDO RODRÍGUEZ

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Un joven de la Transición, clave en la UCD de Asturias

Emilio García-Pumarino Ramos (Tineo, 1948) fue un joven clave en la Transición asturiana, como fundador del Partido Social Demócrata, de Francisco Fernández Ordóñez. Fue secretario general de UCD de Asturias y diputado nacional en la legislatura constituyente de 1977 y en la de 1979. Formó parte del Consejo Regional de Asturias y participó en la elaboración del Estatuto de Autonomía. Recibió la Medalla de Plata del Principado en 2011.

Registrador de la propiedad, se licenció en Derecho por la Universidad de Oviedo y en 1972 sacó la plaza a la primera. Ejerció en Luarca, Mieres, Belmonte de Miranda y Gijón, donde permaneció 24 años. 

«Tras la crisis inmobiliaria del 2008 casi no podía pagar los gastos de la oficina y marché a Santander dos años. En enero de 2015 fui a Colmenar Viejo (Madrid), un gran registro, 90.000 habitantes y todo lleno de construcción. Los llamados fondos buitres cogían un bloque de 200 viviendas, se lo vendían unos a otros, lo hipotecaban, cancelaban la hipoteca, volvían a venderlo y todo eso tarifaba», explica.

Se casó en 1982 con María Dolores Morán Paniagua, de quien enviudó en 2016. No tuvieron hijos.

Se jubiló en 2018, con 70 años. «Me falta tiempo. Veo ‘Jugones’, sigo la bolsa y la actualidad. Casi dejé de beber, me puse a régimen, bajé 18 kilos con las inyecciones de Ozempic y llevo poca vida social».

–Nací en 1948 en Tineo. Soy el mayor de cinco hermanos, tres registradores.

–Su padre, Emilio García-Pumarino Pérez, lo era.

–Vino de Barcelona. El apellido García-Pumarino es asturiano, de Vioño (Gozón) y mi abuela paterna era de Aragón y vivía en Barcelona. Tineo fue su primer destino. Llegó sin mucha experiencia con mujeres porque se dedicó a estudiar. Conoció a mi madre, que tenía 19 años, y se casaron.

–¿Cómo era?

–Intelectualmente brillante, muy trabajador y serio, de orden, de derechas. Cuidaba de que la casa y todo funcionara como él quería. Oía música de actualidad y leía historia.

–¿Cómo era con ustedes en casa?

–Nos respetaba, dejaba que actuáramos con libertad y nos exigía que sacáramos buenas notas. No imponía una disciplina férrea, pero regañaba si teníamos algún desliz. Presidía la mesa, comíamos juntos y se iba a trabajar. Era cercano, pero la proximidad era con nuestra madre.

–Hable de ella, Manuela Ramos.

–Murió el año pasado, con 96 años. Era muy afectuosa. Girábamos alrededor de ella, le contábamos nuestros problemas, con quién nos íbamos a casar… Nos animaba, orientaba y defendía ante nuestro padre, si se mostraba muy rígido. Era de una familia acomodada. Le gustaba tocar el piano, nos quiso enseñar y fue imposible: no teníamos oído y la profesora nos pegaba en los dedos con una regla.

–Vivió solo 4 años en Tineo.

–Pero hay dos cosas que influyeron en mi percepción de que la vida es muy frágil, lo que me ha dado resignación ante los acontecimientos. Con 3 años vi a mi abuelo recién muerto y de ahí sé que la muerte significa que nunca vuelves a ver a esa persona. Cuando tenía 6 meses me dieron leche sin hervir de una vaca tuberculosa, me entró una tuberculosis al estómago y al abdomen y estuve a punto de morirme. Cuando me hacen una radiografía de abdomen el radiólogo sale corriendo al ver todos los ganglios calcificados. Mi abdomen fue presentado en un congreso médico.

–¿Por qué no murió?

–Los médicos de Oviedo no daban un duro por mí y mi madre me llevó a "La gota de leche", un hospital infantil de Gijón. La única manera de curarme era con penicilina. Mis padres la negociaron, de estraperlo, en un barco en el Musel. Nací en una España aislada y difícil.

–¿Ambiente de casa?

–Bueno. Llegábamos del colegio y estudiábamos hasta que íbamos a dormir, con la parada de la cena. No jugábamos ni salíamos a la calle. Para parar de estudiar, mi hermano y yo decíamos a nuestra madre que teníamos hambre y por eso tendemos a ser gordos.

–¿Eran creyentes?

–Mi madre era supercatólica y mi padre era católico.

–Infancia en Cangas del Narcea.

–Durante 12 años. Allí empecé con los estudios. Siempre he querido a mis profesores. Doña Carmen me hacía las preguntas y yo lo llevaba muy preparado para ver su alegría. A los 8 o 9 años me enteré de que los Reyes Magos eran los padres y llevé una profunda decepción, me sentí engañado, me cabreé con mis padres y llegué al convencimiento de que me iba a faltar ánimo para tener creencias inmutables.

–¿Qué rapacín cree que fue?

–Sencillo: me gustaba estudiar, quedar bien y que no me superaran, salvo en el deporte que era totalmente negado. Me gustaba amoldarme a lo que entendía que pertenecía -una familia y una sociedad conservadora- y no salirme de ahí. A la vez tenía algo de rebeldía.

UCD fue un engaño, un partido utilizado por las élites para guiar la Transición

–¿Por ejemplo?

–En casa se leía "Región" y mandé un artículo al director, Ricardo Vázquez Prada, que era duro. Lo firmé como Ringo, por los Beatles. Decía que la juventud española estaba maltratada, que nadie atendía nuestras aspiraciones. La publicó en última con gran relevancia y añadió "esperemos que mande más artículos". Cuando dije a mis padres que el artículo era mío me prohibieron que volviera a escribir a la prensa. Se me coartó una afición literaria.

–Llegó a Oviedo adolescente.

–Y estudié debajo de casa, en Los Maristas. Ahí hicimos amigos, conocimos gente, jugamos al fútbol. Quería ser el primero de la clase, pero encontré dos competidores muy importantes, por desgracia ya fallecidos: Ángel Arias, ingeniero, y Francisco Pol, arquitecto. Tuve que esforzarme mucho. Me ayudó un profesor de latín que llamaban Nerón, un hombre gordo, fuerte, que gritaba y nos dio unas clases maravillosas. Disfruté mucho de las traducciones.

–¿Qué adolescente fue?

–Quise ser hermano marista porque me gustaban la religión y la enseñanza, pero mis padres me lo quitaron de la cabeza. No salía con chicas. Tenía una religiosidad tormentosa, en cualquier acción sentía que cometía pecado. Llegué a confesarme tres veces en un día y la última vez el cura me despidió con cajas destempladas.

–¿Cree ahora?

–Apenas. No practico, ayudo a la parroquia y las pocas veces que tengo problemas entro en una iglesia y pido ayuda. Cuando murió mi mujer, para poder comulgar, confesé pecados, a mi juicio horribles, y el cura no les dio importancia. Creo en una religión que castigue al pecador y también por eso fui abandonándola. Dudo que exista el más allá.

–Siga con su adolescencia.

–En 1962, cuando mataron a Kennedy temí una guerra mundial y acepté con estoicismo que podíamos morir todos. Leía historia y política, oía música moderna y seguía la actualidad aunque trascendiera la mentalidad conservadora.

–¿Quería ser registrador de la propiedad?

–Quise estudiar Filosofía y Letras, por la filosofía, por escribir y porque veía la carrera más abierta y divertida que Derecho, a la que me obligaron mis padres. Ya licenciado, quise ser abogado del Estado y luego notario y todo me lo quitaron de la cabeza. Mi padre quería que fuera registrador de la propiedad, que es de lo más aburrido que hay en el mundo, aunque luego me gustó dedicarme plenamente a la carrera durante cuarenta y dos años.

–Derecho, 1965-1970.

–Empecé a ir con los amigos, al salir por la mañana, a "Casa Manolo", a "Casa Lito", a "Marchica". Llegaba a comer con 5 vinos peleones encima. Ponía discos de Raimon, de Serrat y de Víctor Jara -que, por rojos, tampoco gustaban a mis padres- y a las cinco empezaba a estudiar hasta las nueve. Todos los días. Luego paseaba, mi único ejercicio, que mantengo.

–¿Y las chicas?

–En una ocasión las ocho de Derecho me rodearon: "Emilio ¿por qué no hablas con nosotras?". No supe que decir: "tengo que hacer, marcho a estudiar". Era y soy tímido con las mujeres. Cuando empecé a practicar me gustaron mucho más.

–¿Dónde aprendió política?

-En los libros. Fue determinante «No fue posible la paz», de José María Gil Robles, análisis de su actuación en las Cortes Republicanas. Leía a Marcuse y los estructuralistas franceses, «Triunfo», «Cambio 16» y «Cuadernos».

–¿Tuvo actividad política?

–Fui delegado de cuarto curso de la Facultad de Derecho, al margen del SEU, porque me lo pidieron los compañeros. En el estado de excepción de 1968 detuvieron a unos cineastas que habían venido a dar una conferencia. Eran del Partido Comunista, lo que yo no sabía. Monté una asamblea y acordamos una huelga general, la primera en Derecho. Al salir, dos policías de paisano me detuvieron, me esposaron, me llevaron a la jefatura, me quitaron los apuntes y cuando dije «tengo derecho a que me deis un recibo» uno me arreó dos bofetones y dijo: «no tienes derecho a nada, eres una mierda y te vas a quedar en el calabozo».

–Qué raro sería para usted.

–Quedé en shock. Me interrogó el comisario Ramos, jefe de la brigada política social, convencido de que era del Felipe, una unión de comunistas y católicos. Sabían por un confidente del PC que yo no quería ser comunista, pero había dicho que contaran conmigo para cualquier acción que ayudara a derribar a Franco.

–¿Y eso?

–Yo creía que el desarrollo económico, que había hecho Franco, con una clase media, 600 y pisos, necesitaba un desarrollo político que Franco paraba. Creía en los tecnócratas del Opus.

–Estuvo detenido 24 horas.

–Entretanto hicieron un registro en casa, mi abuela tuvo un ataque de nervios, asustaron a mis hermanos... Los catedráticos de universidad llamaron al gobernador civil. Ramos no dio importancia a mi actividad y me soltaron.

–¿Y sus padres?

–De turismo por Andalucía. Cuando llegó a casa mi padre corrió por el pasillo, llegó a mi cama -estaba durmiendo- y me arreó dos bofetadas. Hablaron con Ramos, quien les tranquilizó diciendo que yo tenía una intoxicación de lecturas, que esperaba que me pasase, pero durante 10 años un policía iba anualmente a comprobar que seguía en el mismo domicilio.

–¿Cómo le afectó?

–Volví a la línea recta, me disgusté por defraudar a mis padres. Mis amigos de la facultad, todos de derechas, me miraban raro. Dimití de delegado y me dije «no me volveré a dedicar a la política hasta que sea dentro de un partido político que me proteja».

–¿Lo mejor de Derecho?

–Ignacio de la Concha, en Historia; José Luis de los Mozos, en Civil; Juan Luis de la Vallina en Administrativo y, sobre todo, Aurelio Menéndez, en Mercantil, quien me ofreció una estancia en Bolonia y trabajar en el bufete de Rodrigo Uría, pero ni lo vi claro ni quería mi padre.

–¿Lo siguiente?

–No hice la milicia universitaria porque era negado para las pruebas físicas. Mi horrible mili fue un enero bajo cero en el Ferral, incapaz de marcar el paso, ambiente macabro, un capitán chusquero y un teniente que se hacía el progresista y me pedía que hablara de Marcuse a una compañía con 80% de analfabetos. Un pariente de mi padre me destinó al gobierno militar de Oviedo, de plantón, abriendo el ascensor y el despacho a un general.

–Luego fue a Madrid a preparar oposiciones.

–En una residencia ruidosa y luego solo a un piso. El día era: 8 horas para dormir; 2 para comer y 14 para estudiar. Así dos años. Saqué el número 2 a la primera.

–¿Cómo volvió a la política?

–Me impactó la Ley de Reforma Política de Adolfo Suárez, de diciembre del 76. Quería que la transición de la dictadura a la democracia se hiciera en paz. Venían a Asturias buscando gente que representara el Centro. Me reuní con Ignacio Camuñas, liberal, y luego con Arturo Moya, enviado de Francisco Fernández Ordóñez, que quería hacer un grupo socialdemócrata. Ambos entraron en la UCD.

–¿Cómo se decidió?

–Discutí con Carlos Díaz Varela, abogado, casado con mi hermana Cristina, si liberalismo o socialdemocracia. Los dos éramos partidarios de una economía de mercado, pero yo defendía que, en determinados momentos, pudiera intervenir el Estado, por colapso del capitalismo, alta desigualdad social y para recaudar impuestos y pagar la sanidad y la educación. Fundamos el Partido Socialdemócrata Asturiano y después vinieron Adolfo Barthe Aza, el que más movilizó, y su mujer Mercedes; Antonio Suárez Estrada, en Avilés, Ricardo Pedreira, economista.

–Y entraron en UCD

–El grupo de más importancia y trayectoria era el democristiano de Luis Vega Escandón, quien encabezó la lista de 1977. Luego apareció Javier Vidal, liberal, que sigue en política, ahora en Foro. El gobernador civil Aparicio Calvo-Rubio, organizó que yo fuera de número dos y Madrid metió a Ricardo León Herrero, primo de Ignacio Herrero, dueño del Banco Herrero, que dejó fuera a Vidal.

–¿Qué aportaba usted?

–Una profesión difícil de conseguir y 29 años. Pedí la excedencia y perdí dinero. Los diputados no cobrábamos. Calvo-Sotelo pagó 1.500 pesetas por votar sí cuando entramos en la OTAN. Me gustaba organizar. Recorrí Asturias creando grupos locales para las municipales en 1979.

–Por entonces conoció a María Dolores Morán Paniagua.

–Era secretaria en el gobierno civil, tenía 24 años. Yo salía con 6 o 7 chicas lo que era para ir a una discoteca, a una boite, tomar un cubalibre, besarlas o cogerlas de la mano. Me di cuenta de que la quería, porque me entraron celos cuando la vi acompañada de un chico. Los celos son una ayuda del amor, si no son enfermizos. Fuimos novios dos años. El gobernador me animó y nos casamos en 1982, cuando dejé la política. Seis años después dejó de trabajar y se dedicó a mí: me vestía y me peinaba. Cuando murió en el 2016, tuve que aprender a peinar mi poco pelo. Yo pasé cuatro anginas de pecho en 2000, fumaba 35 pitillos al día, bebía, me pusieron un stent y ella tenía una salud de hierro.

-¿Qué pasó?

–Un cáncer de ovario la mató en dos años, los que la cuidé yo. De vez en cuando salgo con alguna chica, a tomar una copa y hablar, pero no quiero ninguna relación seria. La soledad no me disgusta.

–Ganó todas las elecciones internas en los 6 años de UCD.

–La política se me daba bien.

–¿Por qué?

–No hay que temer a nadie y hace falta arriesgar. Lo importante es saber qué quiere el que está enfrente, adivinarlo, sin decirle tú lo que tú quieres de él. Doy impresión de que le tengo cariño a la persona, aunque no lo sienta.

–¿Su momento estrella?

–No quería quitar a Luis Vega de número uno, pero tampoco reconocerle un peso que no tenía. Paseando por la Castellana con Antonio Checa, mi secretario general, se nos ocurrió proponer a Rafael Calvo Ortega que encabezar la lista por Asturias. Pasamos por delante del Ministerio de Trabajo, dijimos quiénes éramos y si podíamos ver al ministro y nos recibió. Aceptó y ayudó a Asturias.

–Cuando UCD rompió...

–Fernández-Ordóñez pasó al PSOE y con él mucha gente que cenaba conmigo. Yo no quise: quería volver al registro y sentía que traicionaba a aquella gente que animé a ser alcalde de UCD. Me ofrecieron ir a AP y al CDS. Nunca volví a la política que me sigue interesando y cabreando. Quise que me olvidaran.

–Conclusión.

–UCD fue un engaño, un partido utilizado por las élites -llámese Juan Carlos, Torcuato o Suárez- para guiar la Transición.

–¿Qué tal le trató la vida?

–En la línea ortodoxa, de acuerdo con mi familia y mi estatus social conservador, me trató bien. Tuve una profesión buena, sin apuros económicos y una mujer excelente: fuimos felices sin divorcio ni aventura extramatrimonial. Pero Ignacio de la Concha me dijo en quinto de Derecho «en esta vida no todo está en disfrutar, en comer, beber bien, tener una buena profesión; esta vida se va a determinar por lo que tú hagas» y me queda el resquemor de si hice lo suficiente. Estoy de acuerdo con mi vida, me resigné, la acepto y estoy contento con ella, pero ¿y si hubiera seguido en política o estudiado filosofía o con la rebeldía de la detención o sido Marista?

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