Los 90 años del cura de Vegadali

Fernando Canellada

Fernando Canellada

Alberto Torga y Llamedo cumple hoy 90 años. Navetu de Vegadali, cura desde 1956, jubilado como capellán de emigrantes en la alemana Nürnberg, el retorno a su tierra en 2007 ha agrandado su figura en la Iglesia asturiana y entre sus paisanos, que el pasado año le tributaron un homenaje.

Con una vitalidad inagotable, después de que en septiembre le colocaran un marcapasos en un corazón tan grande como su corpulencia, ha enviado, de su puño y letra, más de seiscientas postales navideñas a amigos del mundo entero. Sin dejar de atender a las parroquias que se lo piden ni de acompañar a las familias que lo necesitan. Abrumador e irreductible, se le percibe, en ocasiones, más germano que asturiano.

Alberto Torga no necesita presentación. Don Blas, su padre espiritual en Valdediós y después párroco de Nava, lo disuadió para que dejara el ajedrez y optara por la Teología. Sus condiscípulos lo describen como la mejor cabeza eclesial de su generación.

Con una memoria sin medida, con 1.400 páginas en dos tomos de sus recuerdos, la coherencia entre su sacerdocio y el gozo de vivir es el motor de su vida. Con visión ecuménica, siempre está dispuesto a celebrar una boda interconfesional en cualquier idioma europeo. Ha sido un espíritu esperanzador y decidido de la transición eclesial y política española, como reflejó en cientos de artículos e incontables asambleas. Nunca ha tenido miedo y, en otro tiempo, pagó un precio por su coherencia y honestidad. Si Roma imprime carácter a los eclesiásticos, Alemania, adonde llegó en 1975, también. Torga ha sostenido y sostiene batallas memorables, como seguir consagrando el vino en la misa "por todos" frente al cambio litúrgico de Benedicto XVI. Y junto a grandes cualidades, tiene defectos que certifican su condición humana. Su amigo del alma José María Díaz Bardales siempre le recriminaba que, "como todos los del Real Madrid, era de derechas", para carcajada general de quienes los escuchaban.

Incómodamente conciliar, optó por el camino de Holanda en 1966 cuando dejó Asturias después de pasar por Onís, Tapia, Boo y Gijón, con una escapada a Argentina. Desde aquellos años a hoy ha mostrado sobradamente su condición de viajero incansable. Tres mil kilómetros por Europa el pasado verano con sus sobrinos lo acreditan. Disfruta de la vida que Dios ha puesto en sus manos, y de las cosas buenas que la tierra asturiana nos entrega para nuestro alimento. Desde la amistad, el respeto, la admiración, el agradecimiento y el cariño, nos impresiona la ternura con la que habla de sus padres y la serenidad con la que describe momentos complicados de su vida.

Ejemplo digno de respeto, es admirable la libertad de espíritu de este sacerdote cabal, asturiano universal que, como a Josef Ratzinger antes de ser Papa, se le identifica por su boina.

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