Huellas de Noreña

Sobre el progreso del concejo y la impronta de sus gentes a lo largo de la historia

" (...) y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar" (Antonio Machado).

Huellas de Noreña

Huellas de Noreña / José Julián Rodríguez Reguero

¿Y si los historiadores tuvieran razón y los pueblos transitan hacia el futuro por los caminos que sus predecesores hollaron?

Si así fuera, para los noreñenses la primera parte del siglo XIX podría haber sido decisiva. Hablamos de 200 años solamente. Época en la que el poderío del Señor de Noreña-Rey de Castilla llevaba siglos desaparecido y en la que nuestro protector, el Obispo de Oviedo, estaba sometido a las ideas liberales emergentes que limitaron los poderes eclesiales. Fue una buena oportunidad de restarle influencia al incluir el concejo más pequeño en Siero.

Increíblemente la maniobra duró tan solo 6 años y saltaron las costuras cuando las aguas volvieron a su cauce. Noreña, nuevamente como concejo, crece por las tierras a la margen izquierda del río. Terrenos en los que poco más se construirían la carretera carbonera y las vías del ferrocarril de Langreo bajo la mirada aprobadora de Álvaro Flórez Estrada desde el Palacio de Miraflores. Una buena salida para el calzado como luego lo sería para la carne y los embutidos.

Sin embargo, será en la segunda mitad del siglo cuando las huellas se hacen más patentes. El primer personaje que dejó su impronta en el mundo de las ideas fue el médico Dionisio Cuesta Olay (1833) que llegó a ser diputado en las Cortes Españolas de 1873 como republicano federal, pero cuyo prestigio profesional le llevó a ser consultor de la reina Isabel II en su exilio parisino. Hoy queda muy poco de su memoria, puesto que hasta su calle es más conocida como la "calle de arriba".

En esos años vinieron al mundo los dos titanes de la vida política y social de la villa: Pedro Alonso (1856) y Justo Rodríguez (1858).

Pedro Alonso emigrante en Cuba y posteriormente seguidor del Partido Reformista de Melquiades Álvarez, puso su empeño y su patrimonio al servicio de la educación y de la mejora de los servicios públicos de una villa a la que Justo Rodríguez estaba abriendo la puerta del futuro dando los primeros pasos de la industria cárnica al crear la fábrica de La Luz.

Por cierto, una industria en la que el trabajo femenino sería determinante, cuando prácticamente la mujer no tenía participación en la vida pública.

A finales del siglo XIX la vida política, social y cultural bullía en Noreña. Se crea la banda de música municipal. Un año mas tarde se inaugura el Quiosco de la música para ella, rivalizando con el del Bombé. Nacen las asociaciones culturales, el Círculo Católico fue la primera.

Son años de liderazgos, rivalidades y disputas permanentes en torno a la mejor manera de introducir a Noreña en las ideas de la revolución industrial.

Buenas comunicaciones, desarrollo industrial, empleo femenino y enseñanza colocaron a los noreñenses en el buen camino para el gran salto adelante del siglo XX, en el que duplicó su población y materializó sus mayores cotas de progreso en la década de los años sesenta.

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