El brutal crimen de Mieres: el autor dejó agonizar a la víctima, que murió por los múltiples golpes en la cabeza y el tórax

Maria del Carmen García no pudo defenderse al estar atada y, según el auto judicial, el asesino tuvo "oportunidades" de llamar a un médico para salvarla

D. H. R., a su llegada al Juzgado de Mieres.

D. H. R., a su llegada al Juzgado de Mieres.

C. M. B.

María del Carmen García murió de los golpes que recibió en el tórax y en la cabeza. El autor de esta brutal paliza, según el auto judicial al que ha tenido acceso LA NUEVA ESPAÑA, "pudo avisar en varias ocasiones" a las fuerzas de seguridad o a un médico. No lo hizo. Dejó a la mujer agonizar mientras la tenía amordazada y con las manos atadas. El langreano D. H. R., treintañero, es el sospechoso de este crimen atroz. Desde el martes, está en la cárcel de Asturias a la espera de juicio.

Contarlo ahora es fácil, pero lo cierto es que la investigación -encabezada por la Comisaría de la Policía Nacional de Mieres, con colaboración del equipo de Homicidios de Oviedo- fue compleja. Muchas preguntas que los policías respondieron con diligencia y rapidez. Menos de 24 horas para encajar todas las piezas.

Jueves, 17.00 horas. Josefina Pozo estaba paseando por el barrio de Santa Marina a su perrita "Brisa". A lo lejos, al fondo de la calle Río Caudal, vio las luces azules de la Policía Nacional. Se acercó, ya había varios curiosos en el entorno del portal. "¿Sabéis lo que pasó ahí dentro?".

Dentro del piso, en la primera planta, los policías hallaron el cuerpo sin vida de una mujer. Tenía signos de haber recibido una brutal paliza, la habían atado y amordazado. La identificaron: María del Carmen García, de 61 años. Pero, ¿quién era realmente?

María del Carmen, natural del barrio obrero, había tenido una vida difícil. Diagnosticada de trastorno mental, a los vecinos les parecía introvertida. Con su primer marido, tuvo un hijo. Se divorciaron tras un suceso trágico que marcó a la familia. Con su segunda pareja, tuvo otro niño. Su hijo menor. La relación de pareja tampoco funcionó; ella y el chaval se mudaron a Ciaño. Allí conocieron a un joven, entonces veinteañero, D. H. R. El sospechoso del caso, ahora en prisión.

Jueves, 20.00 horas. La funeraria de Mieres aparcó en la zona peatonal de la calle Río Caudal, justo delante del portal. Sacaron un cuerpo tapado con una sábana. "¿Pero qué pasó?", se preguntaban en los corrillos de la calle. Alguien terminó por enterarse de que María del Carmen había muerto. "Se veía venir", coincidieron algunos vecinos de los portales anexos.

Se "veía venir", según ellos, porque las broncas en el piso eran habituales. En esa vivienda, tiempo atrás, había fallecido la segunda pareja de María del Carmen. Estuvo unos días muerto sin que nadie se enterara. Legó el inmueble a su hijo, el chaval menor de María del Carmen. Fue entonces cuando la mujer, su hijo y D. H. R. se mudaron a Mieres. Había "ir y venir" de gente. Estaban en el punto de mira de la Policía Nacional por presuntos "trapicheos". Además, realquilaban habitaciones.

Viernes, poco después de la medianoche. Dos "zetas" aparcan delante del portal de la calle Río Caudal. Custodian la vivienda. No se moverán de allí hasta que la investigación se haya resuelto.

Lo cierto es que esa imagen de los coches policiales en la calle resultó una suerte de "déjà vu" para los vecinos. Solo tres semanas antes, hubo un "jaleo muy gordo" en el piso de María del Carmen. Además de la Policía, acudieron bomberos y una ambulancia. Nadie se atrevió a preguntar qué había pasado. Pero todo parecía distinto. D. H. R. ya no estaba en la casa, ya no tenía llaves. De hecho, le veían entrar y salir por la ventana, había un cristal roto. María del Carmen había dicho "basta", quería recuperar su vida. Sí seguía en la vivienda, al menos de forma intermitente, el hijo menor de la mujer.

D. H. R., ya detenido, a su llegada a la Comisaría de Mieres.

D. H. R., ya detenido, a su llegada a la Comisaría de Mieres.

Viernes, 10.00 horas. El barrio de Santa Marina madrugó más de lo habitual. Había corrillos, se hacían preguntas. Surgían teorías para todos los gustos. Pero la verdad de lo que había ocurrido, en ese momento, solo la conocía la investigación.

La principal línea de investigación estuvo siempre enfocada en lo ocurrido en el piso. En una convivencia que estaba "al límite" y que había "explotado" cuando D. H. R. se había quedado sin acceso a la vivienda. Es lo que en criminología se conoce como teorías de la desorganización y de la desigualdad. La primera, apunta a que se producen más delitos en entorno "desorganizados". Unidades de convivencia con roles difusos y "leyes" propias. La segunda afirma que la violencia escala con rapidez en situaciones de falta de recursos económicos y en entornos de delitos "rápidos", como el "trapicheo".

Viernes, 12.30 horas. Un hombre pide un agua en la cafetería que está al lado de la Comisaría de Mieres. Viste polo y vaqueros, tiene la mirada triste.

Es uno de los familiares de la víctima que pasaron por las dependencias para ayudar a esclarecer lo ocurrido en el piso. Afirmaron que D. H. R. había "okupado" la casa de María del Carmen. "Se iba a quedar con todo su dinero. Le decíamos que lo echara, pero no hacía caso; creemos que le tenía miedo", afirmaron. Mostraron su ira y su tristeza por lo ocurrido. "Estamos destrozados".

Viernes, 14.00 horas. Un coche de la Policía Nacional aparca delante de la Comisaría de Mieres. Cuatro policías conducen a un joven, con camiseta naranja, a las dependencias. "Esa hija de p..., que no me grabe", vocifera cuando atisba una cámara que le enfoca. Es D. H. R., ya está detenido.

Permaneció 72 horas en el calabozo. Confirmó lo que la investigación ya sabía: se trata de una persona muy violenta y agresiva. De hecho, insultó a los periodistas cuando salió del juzgado -el lunes- y le condujeron al coche policial. El juez decretó su ingreso en prisión sin fianza. Permanecerá en la cárcel de Asturias a la espera de juicio.

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