de lo nuestro Historias Heterodoxas

La fatalidad de dos carabineros

La desgracia del teniente coronel Andrés Luengo y del comandante Norberto Muñoz, fusilados en Turón durante la revolución de 1934

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Entre los libros de registro de la parroquia de Turón se conserva una nota con la lista de sepultados en el cementerio de la localidad "durante la revolución marxista de octubre de mil novecientos treinta y cuatro que duró desde el día cinco al diecinueve": El día cinco leemos los nombres del brigada de la Guardia Civil don Eugenio Hernández Gómez, comandante del puesto, y los guardias don Arturo Martín Sánchez y don José Barrientos, que murieron en el asalto a la casa-cuartel. Después siguen las víctimas de los fusilamientos de los días nueve y catorce.

El nueve fueron inhumados el padre pasionista Inocencio de la Inmaculada y ocho hermanos de la Doctrina Cristiana: Cirilo Bertrand (así está escrito), Aniceto Adolfo, Augusto Andrés, Benito de Jesús, Benjamín Julián, Julián Alfredo, Marciano José y Victoriano Pío. Con ellos, dos carabineros: el teniente coronel don Manuel Luengo (con su nombre equivocado, como veremos más abajo) y el comandante don Norberto Muñoz.

Por último, el catorce, tras el segundo fusilamiento fueron enterrados el ingeniero director de Hulleras de Turón Rafael del Riego, el jefe de Guardas Jurados Cándido del Agua y el empleado César Gómez.

Antes de continuar con lo que les quiero contar hoy, déjenme aclarar primero algún dato sobre los nombres de los frailes que, como seguramente saben ustedes, no se corresponden con los que figuran en sus partidas de nacimiento, sino que son los que ellos eligen más tarde para la vida religiosa.

Debo decir que en la placa que puede verse en la entrada del cementerio de Turón uno de ellos está equivocado ya que figura como Anacleto Adolfo cuando en realidad quiso llamarse Aniceto Adolfo, tal y como figura en el documento de los enterramientos. Y que, al contrario, en el documento hay un error con el apellido de Cirilo Bertrán (bautizado como José Sanz Tejedor), que como dije más arriba aparece como Bertrand. Parece que este fraile no anduvo muy acertado en la elección de su apellido porque en otras partes también se le cita como Beltrán.

En fin, las circunstancias que condujeron a la muerte a estos religiosos pueden leerse en diferentes estudios y yo mismo las he traído aquí alguna vez. Sin embargo, nadie se ha referido a los dos carabineros que los acompañaron en aquella noche fatídica: don Andrés Luengo Varea y don Norberto Muñoz. Y eso lo que quiero hacer ahora.

El Cuerpo de Carabineros se había formado en 1829 con el objetivo de impedir el contrabando en las provincias fronterizas con Francia y Portugal y las zonas costeras, aunque también desempeñaron otras funciones de vigilancia que en algunos casos coincidían con las de la Guardia Civil; sin embargo, tuvieron mejor consideración que ellos porque solían actuar con más mesura y sus métodos eran menos expeditivos.

La desgracia de estos dos hombres comenzó el día 6 de octubre de 1934, cuando una de las tres columnas mineras que se adentraron en Oviedo fue detenida por los disparos de los carabineros desde su comandancia, en la casa que hacía esquina entre las calles de la Magdalena y Marqués de Gastañaga. Eran unos 500 insurrectos que iban dirigidos por Diego Vázquez Corbacho, un militar ceutí, sargento de Infantería, que había intentado levantar al Cuartel del Milán Nº 3 antes de unirse a los revolucionarios. Al día siguiente, tras un feroz combate en el que los revolucionarios contaron doce muertos y cuarenta y nueve heridos, después de rendir por fin este cuartel fusilaron a uno de sus dos comandantes, llevándose con ellos hasta Mieres al teniente coronel don Andrés Luengo Varea y al otro comandante, don Norberto Muñoz.

Mieres era entonces la capital de la revolución y aquí además de habilitar una cárcel para los detenidos en la propia villa también se destinaron otros lugares para recibir a religiosos y presos especialmente relevantes traídos desde la capital, como el canónigo de la Catedral, Pedro Gómez; el secretario del Instituto General y Técnico, Pedro González; el ex gobernador de Burgos José Cuesta, y el concejal de Oviedo Arturo Calzón.

Para desgracia de los dos carabineros ya no había espacio y fueron llevados hasta la Casa del Pueblo de Turón, donde ya estaban encerrados los tres sacerdotes de la localidad; los hermanos de La Salle y un fraile pasionista que había subido a decirles misa; un vigilante y su hijo; tres guardas jurados que se habían resistido a entregar sus armas; los dos hijos del corresponsal de "Región", don César Gómez, y cuatro ingenieros de la Sociedad Hulleras de Turón.

En la noche del 9 de octubre trece de los detenidos fueron sacados del grupo con la disculpa de que iban a colocarlos como escudos humanos frente al enemigo, aunque en realidad los condujeron al cementerio para ser fusilados. Eran once religiosos y los dos carabineros, pero a la hora de subir a una camioneta junto a los revolucionarios que los acompañaban, no cabían todos y se decidió dejar en tierra a dos curas de la parroquia junto a su compañero, que no había sido llamado porque estaba enfermo.

Antes de dejar la Casa del Pueblo, el teniente coronel y el comandante fueron despojados de sus correajes y de los demás objetos que llevaban por los miembros del Comité Silverio Castañón y Fermín López. Aunque en la versión que dio más tarde la Guardia Civil se dice que este hecho se produjo en el mismo cementerio y que el comandante Norberto Muñoz al ver que quien le había quitado el correaje no sabía ponérselo le dijo: "Voy a tener el gusto de enseñarle cómo se coloca el correaje" y se lo colocó el mismo antes de abrazarse a su compañero para gritar: "¡Viva España!"; después, ambos se volvieron de frente al pelotón y saludando en posición de firmes les dijeron: "¡Ya pueden tirar!".

Resulta aventurado intentar conocer los motivos por los que los catorce fusilados de Turón fueron elegidos para la muerte entre los otros detenidos a los que no se molestó. Con respecto a los del día catorce podemos pensar que César Gómez pagó así el ser la voz pública de los derechistas de Turón, mientras que en Rafael del Riego solo se vio el simbolismo de representar al odiado capitalismol porque estaba al frente de la mayor empresa del valle. De hecho, cuando todo terminó y se produjo la exhumación de los cadáveres, algunos mostraban señales evidentes de que sus cráneos fueron machacados con mazas cuando ya estaban muertos, mientras que el cuerpo del ingeniero había sido respetado.

Por su parte, el jefe de Guardas Jurados Cándido del Agua, a juzgar por una noticia que recogemos de la prensa de mayo de 1925 ya era una persona con muchos enemigos: ese año había sido juzgado por disparar hiriendo gravemente a dos jóvenes tras una riña multitudinaria en una taberna de La Veguina. En su defensa, Cándido alegó entonces que "hubo de defenderse tenazmente ante lo repetido de las acometidas y el número de las personas que sobre él se abalanzaron", mientras sus adversarios manifestaron que aquello solo había sido "una de sus habituales genialidades".

Respecto a los hermanos de la Doctrina Cristiana, estoy convencido de que su muerte tuvo mucho que ver con el caso de abusos sexuales que se había producido en la primavera de 1933 en el colegio Santiago Apóstol de Mieres. El culpable de estos hechos nunca fue juzgado y sus compañeros de Turón, aunque no habían tenido nada que ver con el suceso, no pudieron escapar a los rumores que se extendieron por todo el Concejo asegurando que todos los hermanos de La Salle compartían la misma conducta.

En cuanto a los carabineros, tal vez se trató de una represalia por la resistencia que habían mantenido en el asalto a su cuartel causando la muerte de muchos insurrectos, o simplemente se les eligió por su graduación, en un momento en el que el Comité de Turón debía demostrar su fuerza.

Después, la historia siguió su curso: estos fusilamientos fueron condenados por todas las organizaciones que firmaron la Alianza Obrera; por otro lado, el sargento Vázquez se convirtió en una figura clave en los combates de Oviedo y cuando le llegaron noticias de que el General López Ochoa había utilizado a revolucionarios presos como escudos humanos en Avilés, hizo lo mismo en su intento de tomar el cuartel de las Pelayas con los guardias civiles, militares y religiosos que había detenido. Terminada la insurrección fue condenado a muerte y ejecutado el 1 de febrero de 1935.

Respecto al cuerpo de carabineros, cuando Francisco Franco se levantó en 1936 con casi todo el Ejército contra la República, ellos se posicionaron mayoritariamente por el orden social que habían jurado defender y jugaron un papel importante en la organización de las fuerzas obreras contrarias al alzamiento militar, por ello el 15 de marzo de 1940 se decretó su disolución y pasaron a formar parte de la Guardia Civil.

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