Obituario

Conchi rompe su silencio

El adiós a una entreguina tan admirada como querida

Melchor Fernández

Melchor Fernández

La vida de Conchi Blanco Braña puso ayer un repentino punto final a lo que llevaba años siendo un verdadero sinvivir, pues la había poseído una de esas enfermedades que, al anular la mente de quienes las padecen, borran a la persona. Todos los que la conocimos pensamos que alguien que tanta alegría había repartido no merecía un final tan triste. Pero una especie de destino cruel parecía dispuesto a ensañarse hasta el final con ella y los suyos: su muerte vino a coincidir con un hecho que en otras circunstancias la hubiera hecho muy feliz, pues su hija Celia había dado a luz un día antes a Adriana, que sería la tercera de sus nietos.

Conchi había sido durante su juventud y madurez una de las mujeres más admiradas de El Entrego. El blimeín Alberto supo conquistarla. Si lo primero que resaltaba en ella era su belleza, cuando uno la conocía se daba cuenta de que era tan guapa por dentro como por fuera. Ella podía afirmar que nunca decía una mentira, y era verdad. Esa era una de sus cualidades, pero tenía muchas más. Siendo, como era, cumplidora de las obligaciones que le imponían sus creencias –fue siempre una persona religiosa–, no dejaba por ello de ser contagiosamente alegre. Y, por si no fuera bastante, cantaba de forma espléndida. Al timbre precioso de su voz, que se hacía reconocer entre cientos en medio de las interpretaciones colectivas, se añadían un oído estupendo y un buen gusto innato. Y, por si ello fuera poco, se las sabía todas, comenzando por las asturianas. Quien, en los antípodas de esas cualidades, se atechó centenares de veces bajo el generoso despliegue de su talento musical puede dar fe de ello.

Conchi nació en el seno de una familia estupenda, que regentó una droguería que se convirtió en una de las tiendas más prestigiosas de El Entrego, y fue hermana de José Manuel (Chema), que supo hacer del amor por su pueblo una fuerza eficaz de cara a su pasado, rescatando conocimientos olvidados, o a su futuro, inventando fiestas como la de Les Cebolles Rellenes, o impulsando la creación del Museo de la Minería. Conchi, por su parte, supo crear con Alberto una familia que se hizo definitivamente admirable con la llegada de Celia. La cruel enfermedad que acabaría con su vida pudo aplicarle en estos últimos años el peor castigo posible, como fue sumirla en un silencio ominoso, pero quienes formamos parte de su entorno vital y afectivo, ya fuéramos familiares o amigos, sabemos que su voz quedará entre nosotros como una inseparable compañía. Y que cuando, por ejemplo, suene el comienzo de una de sus canciones preferidas, "Carromateros", de Sergio Domingo, sintamos que es su voz la que entona la preciosa melodía que eleva hasta la plenitud la belleza de la letra: "Albores de la mañana, / tu casa van descubriendo. / Pronto vengo a despertarte, / cariño, si estás durmiendo". Porque, en el recuerdo de quienes la quisimos, Conchi ha roto para siempre su silencio.

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