Tribuna

Un Mundial de fútbol sobre sangre obrera

La celebración en Qatar del campeonato fue el triunfo de la corrupción y del dinero por encima de los derechos humanos

Antón Saavedra

Antón Saavedra

Sin duda alguna hemos asistido –los que hayan asistido física o por medio de la televisión– a lo que se puede llamar el mundial de la vergüenza, porque no solo se ha jugado con balones embadurnados de sangre obrera, sino que también ha sido el mundial de la corrupción y los sobornos; ha sido el mundial de la permanente violación a los derechos humanos, la discriminación a las mujeres y demás colectivos de la bandera de colorines. Ha sido el mundial en el cual los valores universales han sido pisoteados y agredidos, donde los petrodólares compraron los principios deportivos y el juego limpio que la FIFA sigue proclamando a los cuatro vientos. Si a ello sumamos la egolatría existente en la mayoría de los futbolistas, sin un ápice de conciencia de clase obrera de la que proceden mayoritariamente, transformados en estrellas mediáticas de la farándula en la prensa del corazón como nuevos millonarios privilegiados y endiosados, sin ni siquiera darse cuenta de su utilización por el orden capitalista como forma de estabilizar un sistema, poco más habría que añadir para completar el menú.

Ocurre, lisa y llanamente, que los valores del capitalismo han transformado por completo en una industria el arte del fútbol, un deporte nacido como conquista de los obreros y disfrutado durante el día de descanso y ocio de la clase trabajadora en el siglo XIX, y que se ha convertido en el bastión mafioso de la especulación financiera y en el epítome de una sociedad narcotizada a base de goles. Mas claro, el fútbol que llaman moderno –como si en el futbol hubiera algo que inventar, sobre todo para los que hemos visto jugar a los Di Stefano, Pelé, Garrincha, Kubala o Puskas– ha quedado consagrado desde hace tiempo como la mayor cloaca del capitalismo y la gran tapadera de las oligarquías, fondos buitre y "paraísos fecales". Unos mafiosos con barra libre para el fraude que se forran comprando y presionando a los gobiernos de turno, incluso decidiendo hasta quien tiene que ser el campeón de los mundiales.

Pero, vayamos a los hechos que decidieron la celebración de los mundiales del 2022 en QATAR. En efecto, hace 12 años, ante la sorpresa del mundo, el emirato de los sátrapas árabes conseguía que la FIFA le otorgase la sede final del mundial de fútbol. Hasta el mismísimo expresidente de la FIFA –Sepp Blatter– llegaría a afirmar que "la elección de Qatar como sede del Mundial fue un error, y asumo mi responsabilidad como presidente de la FIFA en ese momento", pero sin dejar de culpar de ello al entonces presidente de la UEFA, Michel Platiní, de dicha elección. Todo un entramado de sobornos, de compra de votos a los presidentes de las distintas federaciones nacionales.

Qatar es un Emirato gobernado por una monarquía absoluta, la de la familia Al Thani. El Jeque Tamin Bin Hamad Al Thani tiene una fortuna calculada en más de 350 mil millones de dólares y Qatar posee la tercera reserva de gas y petróleo del mundo. Su población es de 250 mil habitantes, pero tiene una población flotante –trabajadores, inmigrantes y turistas– de más de 2 millones de personas. Esto es, por un lado, los más ricos, y por otro, los más pobres que trabajan sin respeto alguno a sus derechos laborales. Y, es que las democracias suelen ser un obstáculo para celebrar mundiales de fútbol, y no hay mejor socio para la FIFA que un tirano, un sátrapa o una dictadura asesina, entregando, a modo de ejemplo, un mundial al fascista Mussolini italiano en 1934, otro al dictador asesino Videla argentino en 1978 y, ahora, en 2022 a la satrapía de QATAR, donde se hizo uso de una mano de obra esclava.

Las voces que se levantaron siempre fueron acalladas por el peso de los petrodólares, pero la muerte, de, al menos 7.000 trabajadores oriundos de Bangladesh, India, Nepal y Filipinas, que murieron por el calor extremo y las duras condiciones de explotación laboral a las que fueron sometidos en la construcción de los estadios para el Mundial de Qatar, fue ocultada por la autocracia catarí, el dinero de las seis grandes trasnacionales patrocinadores del evento "deportivo", la prensa hegemónica occidental y, obviamente, los cómplices de la masacre, la FIFA.

Un extenso y documentado informe de Amnistía Internacional, realizado a pie de obra, denunciaba ante el mundo que estos inmigrantes que trabajaron en la construcción de los estadios "sufrieron trabajos forzados, con jornadas laborales de 14 y 16 horas diarias, siete días a la semana, a una temperatura de al menos 42 grados, con salarios de mierda y sin vacaciones, con una permanente presión y violencia, de las que la práctica de la "kafala", es decir, la retención por parte del empresario de todos los documentos de identidad del trabajador, es uno de los ejemplos más condenables. Además, muchos de estos trabajadores habían pagado, en sus países de origen, comisiones de hasta 4.300 dólares para ser contratados. 24 organizaciones civiles remitieron a la FIFA una carta en la cual exigían la creación de un programa de indemnización a las familias de los trabajadores muertos o que sufrieron maltratos, pero, aunque algunas selecciones nacionales, como Alemania, Francia o los Países Bajos, junto con varias marcas como Adidas, Coca Cola o McDonalds que no querían que su imagen estuviera relacionada con la violación flagrante de los derechos humanos, la respuesta recibida por parte de la FIFA fue la de que "se centrasen en el fútbol."

El reconocido director técnico alemán Junger Klopp afirmaría que "la copa del mundo en Qatar es culpa de todos nosotros porque empezó hace 12 años cuando se organizó y callamos. No es humano trabajar bajo 50 grados para construir estadios". De su parte el exjugador internacional Eric Cantoná afirmaría que "la forma en que trataron a las personas que construyeron los estadios es horrible. Murieron miles y sin embargo vamos a celebrarlo. No veré el próximo mundial de fútbol. Qatar 2022 no será una Copa del mundo, solo es dinero."

Alguien se preguntará como se conectó Qatar con el fútbol, y la respuesta, a margen de los futbolistas de renombre que recalaron allí para hacer fortuna con sus escuelas futbolísticas, caso concreto de Xavi, exfutbolista del Barsa –uno de los blanqueadores del régimen sátrapa declararía que "Qatar no es una democracia, pero funciona mejor que España"–, fue que el Emir Al Thani y su familia habían fundado en 2005, Qatar Sport Investiments, hasta que encontraron la gran oportunidad para presentar al mundo a Qatar como un país moderno y desarrollado. Es decir, las fastuosas edificaciones que no esconden sino las grandes desigualdades, la opresión y la ausencia de democracia.

Sin embargo, lo que me resulta tan grotesco como infumable es ver al máximo dirigente de la ITUC-CSI (antigua CIOLS), el italiano Luca Visentini, detenido e interrogado por los tribunales belgas, acusado de formar parte de una organización criminal que lavaba dinero negro y recibía sobornos de Qatar. Este sujeto ejerció, nada más y nada menos, de blanqueador de la masacre laboral llevada a cabo en Qatar, cobrando fuertes cantidades de dinero por sus "prácticas sindicales" en nombre de la mayor confederación sindical del mundo. Ojalá nunca más se realice una Copa del mundo en países en los que se violentan los más elementales derechos humanos y valores deportivos.

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