Velando el fuego

Los nuevos okupas

Javier García Cellino

Javier García Cellino

Podría escribirse un relato largo, un ensayo extenuante o, si se prefiere, una Historia Interminable (nada que ver, eso sí, con el viaje de Bastian), sobre la falta de pudor (prefiero usar este término más piadoso) que algunas personas, en este caso algunos políticos, son capaces de enarbolar con tal de ofrecer una imagen que proyecte sobre ellos un halo de dignidad del que sin duda se encuentran muy alejados.

Bastaría con consultar las hemerotecas o los manuales al uso o, sin más, detenerse en las páginas de los diarios o en las entrevistas de los medios de comunicación y demás instrumentos informativos para comprobar que el sofoco, el sonrojo o el bochorno están cada vez más de moda. Se miente sin pudor alguno, se tergiversan los hechos como si de un juego de magia se tratara, o se abraza la charlatanería con auténtica devoción. (Al charlatán los hechos no le importan y solo presta atención a sus objetivos y a los resultados que consigue por ese medio).

Hace unos días leí que a Giorgia Meloni, nada menos, le ha dado por reivindicar a figuras como Antonio Gramsci o Pier Paolo Pasolini. Era lógico que de súbito se me aparecieran escenarios ficticios pero que, visto lo anterior, pudieran convertirse pronto en secuencias reales en donde (fue el primer pensamiento que me salió al paso) cualquier fuerza de ultraderecha de pronto se dedicara a loar a personajes de la talla de Lorca o Margarita Xirgu, pongo por caso.

Y como quiera que la imaginación es un corcel presto siempre a desplegar sus hélices, me vi envuelto en una ficción en la que lo más granado del franquismo de nuestro país no cesaba de aplaudir al paso de Lorca, María Zambrano, Picasso, Maruja Mallo, Rafael Alberti, Clara Campoamor, Antonio Machado o Cernuda, por citar solo algunos ejemplos que acuden prestos a la memoria.

Al igual que hay edificios que, sin necesidad de entrar en ellos, se observa pronto la solidez de sus estructuras, la armonía de sus líneas, el fiel ensamblaje de todos elementos, hay otros en que basta con observarlos a lo lejos para darse cuenta de las humedades y los desconchones que recubren el pavimento. Son inmuebles oxidados, alzamientos falsos, urbanizaciones condenadas a la desaparición.

Del mismo modo, este intento de la ultraderecha europea de construirse un pasado cultural reivindicando a figuras progresistas presenta numerosas grietas desde el comienzo, pues la organización de un sistema cultural nunca fue una prioridad de la derecha. De ahí que a falta de tradición filosófica y política, se actúe apropiándose de personajes que representen un símbolo de la nación, con la finalidad de consolidar un esquema ideológico, sin que importe en realidad el relato que lo sustente.

El estado del edificio no interesa nada a estos nuevos okupas. Da igual que amenace con venirse abajo, que esté declarado en ruinas o que en su letrero ideológico ponga "Se vende", o "Se traspasa". Lo importante para ellos es presentarse en sociedad con un "rostro aceptable". No hace falta insistir en que el asunto de la hegemonía cultural es un tema decisivo, no solo en Italia sino en toda Europa, aunque haya formaciones como Vox que aún no han entendido que su ola censora (la prohibición de obras y actos culturales) agranda aún más su narrativa fascista.

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