Tribuna

Desde Portugal

Visualmente, el país vecino es limpio y claro y las fachadas manuelinas de blanco y granito dan la combinación deseada de cualquier mirada

Desde Portugal

Desde Portugal / Avelino Mallo

Avelino Mallo

Avelino Mallo

Todos los años vengo a Portugal para recibir durante unos días los efectos de la susurrante habla de los portugueses. Su suave y remisa entonación me produce tal cosquilleo, que cuerpo y espíritu se sienten gratificados.

Llegados a la Pousada, la tarjeta de recibimiento nos trasladaba saludos… y en letra cursiva ponía: Preparámos um miminho para sí…verifique no minibar! La neverita nos endulzaba con un bizcocho relleno de chocolate y cubierto de frutas que, la verdad, nos mimó o «amimosó» la tarde.

Como a los pájaros dormidos e inmóviles en sus nidos a los que de vez en cuando el aire les murmura y acuna, no arrollando sino arrullando, recepcionistas y camareros suelen tratar de continuo a sus clientes. ¡Melodiosa dulzura! ¡Muito obrigado!

Siempre pensé que los padres con niños tenían que hablar alto porque los chiquillos así lo hacían, hasta que observé en Portugal que incluso muchos niños hablan, juegan, hasta se gritan en voz baja, para no molestar. Nunca reparé si un crío pudiera ser elegante o si esa cualidad se les pudiera atribuir; de ser así, los niños aquí serían elegantes porque se persiguen y se pelean haciendo un ruido mínimamente invasivo al objeto –se supone– de no ser reprendidos.

Un aspecto a copiar directamente de nuestros vecinos –y este sí que nos sería realmente necesario y barato–, es la facilidad con la que aprenden y dominan idiomas como inglés, español etc... A esto ayuda que en la TV nacional, cualquier programa o película de otro país, no lo silencian y lo doblan a su idioma como en España, sino que respetan la voz y el volumen del habla en el que están realizados y se limitan a subtitularlo al portugués. Leer en portugués y oír en otra lengua les permite cotejar palabras y jugar con los idiomas de manera inconsciente, sin esfuerzo y desde los primeros pasos en la lectura. Grave error de España, si no que se lo pregunten a Núñez Feijoo o a mí mismo.

Tampoco sé a ciencia cierta si Portugal es consciente de que vive en un marco sensorial y en una espiritualidad distinta y distante por ejemplo a la nuestra. No solo el oído puede tomar nota de ese cambio; también los aromas, los sabores y sobre todo la vista y el tacto que se ven alterados para mejor, al mirar sus hechuras y tocar con los pies sus suelos. Visualmente el país es limpio y claro y las fachadas manuelinas de blanco y granito dan la combinación deseada de cualquier mirada. Las aceras de Portugal son un inmenso mosaico de pequeños adoquines de piedra caliza o basalto de diferentes colores, muy grato de pisar. Para abaratar costes y aprovechar recursos, el Marqués de Pombal mandó reutilizar los muros y piedras de los escombros de las construcciones venidas abajo tras el terremoto en Lisboa de 1755 y convertirlos en adoquines para asfaltar las aceras de las calles. De ahí partió la base para el mundialmente conocido como empedrado portugués y que tanto se popularizó a partir de mediados del siglo XIX.

Parece que en este país todo ha sido hecho a mano y no a máquina, elaborado con esos tiempos que requiere un producto íntegramente artesanal y confeccionado con unas maneras y unos sentidos que funcionan sin ruidos, sin hojarasca, sin esnobismos, es decir, de manera depurada.

Las autopistas también te susurran, no tienen baches ni grietas y te deslizas en tu vehículo con una suavidad inusitada. El firme es completamente distinto a los españoles. Aquí los asfaltos de betún y la roca granítica finamente molida hacen que el viaje sea seguro y reparador; no en vano los portugueses son de los mejores canteros y camineros del mundo.

Dejamos atrás la atractiva ciudad de Viseu y ponemos rumbo al norte donde esperamos el mismo trato y a ser posible probar su sabroso arroz de tamboril ¡Hasta la vista!

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