Mangas y capirotes

Lecciones de Qatar: Conclusiones de un atípico Mundial gobernado con mano de hierro que lleva a los altares a Messi

Lionel Messi y Kylian Mbappe en la final del Mundial

Lionel Messi y Kylian Mbappe en la final del Mundial / DPA vía Europa Press

Toni Fidalgo

Toni Fidalgo

Se ha bajado el telón en Qatar en uno de los campeonatos del mundo en principio más singulares y polémicos de los últimos años y deberíamos hacer ya un balance desapasionado, si se puede, para extraer algunas conclusiones de esta última puesta en escena del mayor espectáculo del planeta.

Ha ganado Argentina, vuelve a lograr la Jules Rimet 36 años después, eleva a tres sus entorchados mundialistas y acentúa un poco más su casta indomable y su locura futbolística. Lionel Messi, después de tanto batallar ha llegado a buen puerto y sube ya al altar de Maradona, y ahí están los dos pibes, "el Pelusa" y "la Pulga", emparejados para las discusiones y para la historia. Tiene Lionel el broche de oro que tanto deseaba para su carrera, erigiéndose en el rey del balompié moderno a pesar de sus 35 años. El genio rosarino ha demostrado que podría jugar indefinidamente si dispusiera de una sillita de enea -para sus descansos obligados- al borde del área, aunque en Doha, sorprendentemente, no anduvo parado y sin resuello en un solo minuto, hasta parecer el más joven de los contendientes.

La contrafigura del argentino ha sido Kylian Mbappé, el hijo del trueno, a quien sus "compagnons" y "les enfants de la patrie" no han secundado con el ardor guerreo que demanda su belicoso himno, La Marsellesa. La tercera figura de esta generación de grandes estrellas ya consolidadas, algunas en su última aparición en escena, es Luka Modric, el que más se empeña en alargar sus años de cotización para dinamizar al país que hemos convenido en llamar el Uruguay europeo. El fiestero Neymar no pudo aglutinar a su alrededor a "la canarinha", máxima favorita para los expertos, amnésicos de repente en sus pronósticos. No compareció por lesión Benzema, vigente "Balón de Oro", y Cristiano Ronaldo, mejor que no lo hubiera hecho. Se despidió sin grandeza de la escena internacional, en el banco, como suplente y como meritorio.

No hubo nuevas estrellas emergentes que deslumbraran en este Mundial, acaso promesas de buenos jugadores como Julián Álvarez y Enzo Pérez, asistentes incondicionales del comandante Messi. Quedémonos, pues, en un torneo continuista, de perfil mediano, sin duelos épicos -excepto la gran final- y sin despliegues fascinantes. Tampoco se alumbraron planteamientos técnicos reseñables, estrategias innovadoras o sorprendentes. Apuntemos la mística guerrera de los samuráis japoneses y el espíritu indesmayable de los leones del Atlas, los marroquíes, a la postre la revelación del campeonato, junto al eterno coraje -insistimos- de los argentinos, bien organizados por el sorprendente doctorando Lionel Scaloni. Ello no es óbice para que también afeemos a nuestros primos del Cono Sur algunos excesos en la celebración de sus muchachos. Deplorables.

El arbitraje pasó sin grandes escándalos, con las quejas habituales de los presuntamente agraviados. A mí, particularmente, me gustó el criterio de computar y añadir todas las pérdidas de tiempo. No alargamos por ello significativamente los partidos y erradicaremos de paso, a futuro, esa práctica vergonzosa y generalizada en nuestros estadios de simular lesiones e interrumpir constantemente el juego cuando apremia el final y el resultado está en peligro.

La selección española merece capítulo aparte. Hemos vuelto a las andadas, al habitual tono bajo, esperable cuando nuestros grandes clubes se nutren de figuras extranjeras. Y tampoco el capitán Araña que los manda (mandaba) ha sido capaz de dinamizar el equipo. Tristemente el "tikitaka" ha llegado a convertirse en el hazmerreír de técnicos y comentaristas ("tiki nada"). Eso sí, habrá fracasado la selección, pero Luis Enrique triunfó como "streamer", hasta llegar a creer este nuevo McLuhan que ha descabezado a los medios de comunicación tradicionales. ("Esa primera pregunta no la contesto, y la otra, tampoco"). Le va el guirigay y la bronca, o sea, la marcha, que no era la forma más recomendable para hacer amigos y seguidores de La Roja.

Los españoles que sí han triunfado son los estudios de arquitectura de nuestro país, casi ignorados en los medios deportivos, y en los otros. Tres de los ocho estadios que se han construido en Doha y sus alrededores, ejemplos de buen diseño y de contención constructiva -algunos de quita y pon, como el de los contenedores- son obra de estos profesionales. Empeño en el que les ha acompañado otro notable grupo de compatriotas ingenieros, capaces de recrear en los estadios un ambiente refrigerado, milagroso, en el que los ases de la pelota, todas las selecciones, se han movido como pez en el agua, sin tener que recurrir ni una sala vez a las pausas de hidratación, ya demasiado habituales en los veranos del fútbol español. En esto, quienes auguraron un mundial de fuego para los jugadores se han equivocado. Y a un coste parece que muy asumible para los jeques del petróleo.

Al margen de lo deportivo, no conviene pasar por alto que este atípico mundial del desierto se ha convertido en el evento deportivo más visto del planeta y en la mayor operación de imagen que verán nuestros ojos. El régimen qatarí, la monarquía absoluta del emir Tamin bin Hamad Al Thani, que margina a las mujeres y desprecia las libertades y los derechos humanos, ha quedado legitimado ante el mundo.

Infantino gobernó con mano de hierro y amenazas draconianas toda la organización y no hubo brazaletes arcoíris ni bocas tapadas, tan solo unas genuflexiones difuminadas en las que no se sabía muy bien si los futbolistas alemanes se estaban atando las botas. Es más, el presidente de la FIFA llegó a adornarse con coloristas plumas robadas. "Hoy me siento qatarí. Hoy me siento árabe. Hoy me siento gay. Hoy me siento un trabajador migrante" (se le olvidó lo de mujer). La imagen de Messi entre el emir e Infantino, revestido con el bist –"la bata", dijeron los de la tele- es el mejor ejemplo de esa sumisión y esa pleitesía a los petrodólares.

Colaboraron también las viejas glorias de pasados mundiales, repantingados en los divanes de atrezzo de las tribunas, rendidos a sus obsequiosos anfitriones. Aunque tal vez estas denuncias sean desmesuradas para la llamada diplomacia blanda del fútbol, precisamente en los días en que estallaba el Qatargate, que afecta de lleno al corazón de la Unión Europea, a la vicepresidenta de su parlamento, la griega Eva Kaili, del grupo socialista, y a toda una red de acólitos parece que no despreciable: eurodiputados "progresistas" de Italia, Bélgica y Grecia, además de asistentes, representantes de ONG y organizaciones sindicales.

No hay quien pare a los jeques y a sus dineros.

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