El plácido transcurrir a través del tiempo

En la segunda noche del Ballet Nacional de Rusia en Oviedo, después de llenar el Campoamro y triunfar el día anterior con “El Casccanueces”, era el momento de representar “El lago de los cisnes”. Esta cumbre del ballet continúa transmitiendo su fuerza y belleza. Se dice que por los clásicos no pasa el tiempo, pero es que son ellos, los clásicos, los que transcurren plácidamente por el tiempo.

Después de un fallido intento en 1877, el éxito como ballet de esta pieza no llegó hasta poco después de la muerte Tchaikovsky cuando en 1895 el ruso Lev Ivanov (2º y 4º acto) y el marsellés Marius Petipa (1º y 3º acto) crearon una nueva coreografía. La esencia de la obra está en el segundo y tercer acto.

Serguei Radchenko, director y fundador de la compañía, al que vi bailar en el Bolshoi “el torero” con la mítica Maya Plisetskaya en la producción de “Carmen”, trata de proyectar en sus espectáculos fervor y lealtad hacia los clásicos. “El lago…” que vimos fue una versión abreviada, veloz y escueta, aunque lo sustancial fue representado. Esta formación lleva a sus espaldas una larga gira y a veces da la sensación de rutina.

La elaboración del segundo acto estuvo cuidada en el concepto visual y estético por lo que resultó atractiva y bien ejecutada, pero no alcanzó el mensaje poético. Los corazones de Odette (Maria Klyueva) y Sigfrido (Nurlan Kinerbaev) no latieron al unísono. En el cisne negro, Klyueva logró matices interesantes aunque sin la efervescencia que se requiere. En los emblemáticos e imprescindibles “fouettés” de la coda empezó con brío y gran velocidad pero no los concluyó.

En general, si no entramos en detalles, me pareció que el público disfrutó premiando con aplausos durante toda la función, ya que asumiendo el rango de la agrupación es un montaje digno con una lectura correcta. En una platea se encontraba Viengsay Valdés una de las grandes intérpretes del “El lago de los cisnes”.

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