Opinión | Crítica / Teatro
Canción del desarraigo
Un emocionado doble canto nostálgico bajo la sabia dirección de Miguel G. Expósito
El teatro del TEG es como el licor macerado en barrica que se ofrece al público ya destilado, tras un arduo trabajo artesanal a fuego lento. Aunque de antemano puede resultar chocante representar juntas dos piezas diferentes, la brillante, sabia y acertada dirección de Miguel Expósito consigue darles unidad y ofrecer un único canto nostálgico y emocionado al fracaso y al desarraigo. "Gris de ausencia" es un delicioso trabajo coral en el que una familia de emigrantes argentinos retornados a su Italia natal, vive atrapada en un galimatías lingüístico fruto de la búsqueda de identidad. Cada uno ha optado por un idioma y son incapaces de entenderse en esta maravillosa metáfora del choque cultural que conlleva la emigración. El abuelo (estupendo Filiberto Blanco), sólo habla cocoliche y sobrevive aferrado a su acordeón, llorando por volver a Buenos Aires. Su hijo Chilo (magistral Manuel Pizarro) representa la resistencia y la no integración y en el polo opuesto, su hermano Dante (Mariano Alfonso) y su mujer Lucía (Martina Bueno) ya sólo entienden italiano. Los elementos desestabilizadores serán la breve visita de Frida (Ana Pérez) y la llamada de Martín, auténtica crisis paroxística de incomunicación, en la que Martina nos sobrecoge con su impotencia por no poder entender a sus hijos. El desenlace final sucede en apenas unas décimas de segundo, en las que el rostro de Pizarro refleja con sutil profundidad el desconcierto, desasosiego y angustia por no recordar el nombre del Riachuelo bonaerense, y constituye el punto de inflexión que supone la claudicación. "El acompañamiento" es un "Esperando a Godot" trufado con "La señorita de Trévelez", un poema triste y a la vez tragicómico sobre el fracaso existencial. El recital interpretativo con el que nos obsequian Mariano Alfonso y Manuel Pizarro es algo fuera de serie. Tuco (Pizarro), es un hombre desesperado que se aferra a la última oportunidad para cumplir su sueño de convertirse en cantante de tango, y Sebastián (Mariano), es un hombre gris y pragmático, que vive conforme con su suerte. Pizarro compone un D. Quijote alucinado, lleno de tics nerviosos, con la mirada febril de los soñadores y la euforia y la rabia por la incomprensión de los enajenados. Sebastián, con la asombrosa naturalidad y ternura de Mariano Alfonso, va a ir descubriendo el fracaso de sus sueños de libertad e independencia, al sentirse atrapado en un miserable y rutinario trabajo de quiosquero, pasando de la resignación al desengaño. Su gran vis cómica consigue geniales momentos de humor fruto de la confrontación entre la realidad y el deseo, la cordura y la enajenación. Un duelo entre dos grandes actores, que nos conquista y deja un sabor agridulce entre un público encandilado que aplaudió a rabiar. El TEG vuelve a triunfar con su teatro de alta calidad en el Filarmónica.
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