Cristina dio un volantazo al patriarcado: "Ni mi madre me quería en las ambulancias"

La sierense, una de las primeras mujeres en trabajar en el transporte sanitario en Asturias, anima a las jóvenes: "Que no duden de que son fuertes y pueden aprovechar las experiencias duras para aprender"

Las Rompetechos del 8M: Cristina Martínez, conductora de ambulancias

Juan Plaza

Elena Fernández-Pello

Elena Fernández-Pello

Cuando Cristina Martínez empezaba a conducir ambulancias, allá por el año 1998, algunos de los hombres que iban a ser sus compañeros se negaron a trabajar con ella. Decían que las mujeres no eran capaces de desarrollar el mismo trabajo, que carecían de la fuerza física necesaria para hacerlo o que cuando estuvieran con la regla eso las debilitaría. Algún médico le espetó, sin miramiento alguno, "que mejor estaría en casa".

No suena nada bien, pero Cristina lo cuenta con naturalidad y asegura guardar un buen recuerdo de aquella etapa de su vida. "Yo normalizaba esas cosas y, aunque hace años que no trabajo en las ambulancias, sigo manteniendo una amistad muy fuerte con un grupo de antiguos compañeros", comenta.

Pese a todos los prejuicios iniciales, recuerda que la única vez que un hombre tuvo que socorrerla en el trabajo fue en un incidente "con un paciente que estaba puestísimo de todo. Me agarró y un compañero tuvo que reducirlo, retenerlo contra el suelo. Me quedó una sensación de impotencia… Me culpaba y pensaba continuamente: ¿Por qué no pude salir yo sola de esa situación en ese momento? ¿Por qué no supe reaccionar?". Ahora, con más perspectiva, sabe ser más indulgente consigo misma.

A Cristina, que ahora tiene 44 años, que nació en Siero y aprendió de su padre –que fue minero–, a procurar los primeros auxilios, hasta su madre la desanimaba: "Ni ella quería que estuviera en la ambulancia. ‘Tú tienes que ser administrativo’, me decía. Era muy mayor, falleció hace años. Que tenía que ser administrativo, que qué iba a pensar la gente de mí trabajando con tantos hombres…".

Pero Cristina se empeñó y lo hizo. Empezó trabajando como voluntaria en el asilo de Pola de Siero, luego de auxiliar de enfermería, y se incorporó a la Cruz Roja. "Ahí me entró el gusanillo de las ambulancias: íbamos a conciertos, con los bomberos…", evoca, y aquello le gustaba. "Era ahí donde ayudabas en primera instancia. Había que tener muchos reflejos, ser empática, saber dar tranquilidad a una persona que había tenido un accidente, teníamos que estar supercoordinados", explica.

Empezó como "correturnos", con los reemplazos. Se había formado como técnico de emergencias y coordinadora de emergencias sanitarias, el primer grado lo hizo en la Cruz Roja y el siguiente en Asetra. "Éramos dos mujeres en la plantilla. Hicimos el curso cuatro, una se descolgó, la otra pasó a Arriondas y quedamos dos, una fue a Ribadeo y yo me quedé en Asturias. Hacía Oviedo, Gijón, Navia… Donde me mandaran. A veces era un infierno llegar a los sitios. Te decían el nombre del usuario, ibas preguntando hasta dar con él…", relata. Y cuando por fin lo localizaban no siempre era fácil acceder a las viviendas. "Una vez tuvimos que dejar una ambulancia, porque no pasaba, ir con una camilla y volver", refiere.

Cristina empezó con una parte de los compañeros, de la familia y hasta de los usuarios en contra: "Mucha gente me decía: ‘No, no, tú no me cojas, que me caigo’, pero eso también les pasaba a las auxiliares de enfermería. Los hombres no querían que una chica los lavara. Aunque también había gente superdulce, y gente que te decía: ‘Vaya cojones que tienes’". Cristina no está muy acuerdo con eso: "De cojones nada, éramos como los demás y nos habíamos formado como ellos. No hacíamos ni más, ni menos".

Cristina Martínez, en la plaza Mayor de Gijón. | Juan Plaza

Cristina Martínez, en la plaza Mayor de Gijón. / Juan Plaza

Se acuerda bien su primer servicio –como para olvidarlo–: "Fue en Cruz Roja, yo no conducía, iba como técnico de emergencias sanitarias, con un médico y una enfermera, a un accidente en Pola de Lena; un choque entre una moto y un coche, había un bebé, cuando llegamos había fallecido. Lo estuve recordando muchísimos años, cerraba los ojos y veía la cara del bebe". Al regreso a la base le dio un bajón de azúcar, que remontó con un Colacao bien cargado y Nocilla que le prepararon los compañeros.

Aunque al principio recelasen de su capacidad física para desempeñar el trabajo, Cristina cumplió. Más que fortaleza física, por lo que cuenta, lo que realmente se necesita en ese trabajo es fortaleza mental. "Tienes que intentar no llevártelo a casa y al principio te lo llevas", admite. "Te planteas muchas cosas, muchas...", dice. Para afrontarlo de la mejor manera, y para poder ayudar a las víctimas y a sus familias, hay que formarse y prepararse.

A Cristina un accidente y una lesión en una vértebra la retiraron hace diez años de la ambulancia. Ahora trabaja como operadora, pero aquel gusanillo del que hablaba al principio sigue ahí. Asegura que si la salud se lo permitiera volvería sin pensárselo. "Retomé los estudios, empecé en Cerdeño una FP en técnico de emergencias, me gusta tanto como para estudiar aunque ya no pueda volver a conducir. A lo mejor puedo formar a otras personas... En el 2000 hice de formadora para gente que iba en las ambulancias y para Protección Civil", comenta.

Hoy, en su clase, más de la mitad de los alumnos son mujeres y ella confiesa que al verlas se siente "muy orgullosa". "No solo son chicas jóvenes, son chicas de mi edad también, que no trabajaron nunca o que quieren reciclarse. A mí me presta mucho verlas allí", confiesa. Ella es toda una veterana, incluso un ejemplo. Cuando se incorporó a las clases, la profesora se la presentó a sus compañeras con estas palabras: "Esta es una de las primeras, de las que se perdió en Navia" –efectivamente, lo corrobora, cuando empezaba se perdió en un servicio en Navia–. La relación con los compañeros varones ha cambiado mucho en los 26 años transcurridos. "El trato de los hombres es muy diferente, ahora nos tratan como iguales", afirma.

Cristina deja un mensaje para las jóvenes: "Que no duden que son fuertes, que tiren para adelante. No es una profesión fácil, es dura, pero se aprende muchísimo de los pacientes y de los compañeros. Puedes transformar las experiencias duras, a mí me hicieron mejor, más fuerte. No es Disney; que vayan preparadas, que tampoco es ‘Urgencias’ ni ‘Anatomía de Grey’. El olor de la sangre en el asfalto caliente no se te olvida jamás, pero es muy gratificante pensar que has ayudado a que una vida siga, o que has ayudado, aunque no siga, a veces es así. Hombres o mujeres, tenemos que ser fuertes".

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