Indy, contra los nazis y la nostalgia

El arqueólogo, en plena búsqueda. | LucasFilm

El arqueólogo, en plena búsqueda. | LucasFilm / Franco Torre

Franco Torre

Franco Torre

La nostalgia es mala compañera para ir a un estreno. Que se lo digan si no a los fans de "Star Wars". En la comparación entre lo viejo y su continuación, reedición o revisión siempre perderá lo nuevo. Sobre todo si el material de partida se sitúa en ese período pretendidamente mágico entre mediados de los setenta y mediados de los noventa, veinte años de auge del cine popular y un período especialmente fértil en la creación de iconos cinematográficos. Pasó con la citada "Guerra de las Galaxias" en sus múltiples derivadas, pasó con "Parque Jurásico" y la nueva trilogía, con "Blade Runner" y su (por otra parte estimable) segunda parte y, por supuesto, pasó cono "Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal". Solo un visionario como George Miller logró escapar de esta tendencia con su abrumadora "Mad Max: Fury Road", incontestable obra maestra y una de las experiencias cinematográficas más intensas y poderosas de lo que va de siglo.

"Indiana Jones y el dial del destino" no alcanza esas cotas ni propone la revolución que ejecutó Miller, descabalgando al protagonista original para abrazar un renacimiento total de la saga. No es, a día de hoy, una opción viable: la identificación entre Harrison Ford y el mítico arqueólogo es demasiado intensa. El camino que toma el filme es otro: el de plantear un cierre digno de la saga y respetuoso con su legado, restañando las heridas de su fallida cuarta entrega sin renegar de ella y recuperando el aroma de las tres primeras entregas. Y eso lo logra plenamente.

Indy, contra los nazis y la nostalgia

Ford con Phoebe Waller-Bridge. / Franco Torre

James Mangold, el cineasta que toma el testigo de Steven Spielberg en la dirección, es consciente del peso iconográfico del personaje dentro de la historia del cine, y evita cometer el error de recrearse en un imaginario que devoró, literalmente, "Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal". Su aproximación es cauta al inicio, con un prólogo ambientado en 1944 en el que un Ford rejuvenecido por obra y gracia del CGI trata de arrebatar la lanza de Longino a los nazis. La factura, en este caso, es impecable, sin pecar en excesos digitales ni errar al traducir los movimientos del octogenario intérprete a su rejuvenecido "yo" (algo que lastró, sin ir más lejos, una operación similar con Robert De Niro en "The Irishman").

Indy, contra los nazis y la nostalgia

Ford, rejuvenecido con CGI. / Franco Torre

Esa introducción, en puridad una lograda microaventura más del arqueólogo, sitúa el filme en las coordenadas correctas, y permite a Mangold abordar, desde ese pie, su retrato crepuscular del héroe, un terreno que no le es para nada ajeno tras experiencias tan gratificantes como "Cop Land" o "Logan". Su Indiana Jones es un hombre abatido y que afronta una jubilación solitaria tras haber perdido a todos sus seres queridos (o eso cree) y también su ímpetu. En sus clases, aquellas que en otro tiempo estaban llenas de jovencitas enamoradas, los alumnos se duermen. Es 1969 y los exploradores ya no hollan la tierra, sino que viajan al espacio. Pero la llamada de la aventura reclamará a Indy una vez más, de nuevo enfrentado a una carrera contrarreloj para hacerse con un artefacto legendario con poderes místicos antes que los nazis. Casi nada.

Indy, contra los nazis y la nostalgia

Boyd Holbrook / Franco Torre

¿Es "Indiana Jones y el dial del destino" mejor que las tres primeras entregas? No, ni lo pretende. Hay cotas que son imposibles de alcanzar, y comparaciones que se perderán siempre. Pero es una estupenda película de aventuras de vocación pulp, con sus persecuciones, sus misterios y sus pérfidos villanos que quieren conquistar el mundo. Tiene ritmo, humor y una trama bien hilada pero que no estorba al desarrollo de la acción. Y además, tiene a Indiana Jones, al que regala un final de una ternura infinita. Y eso, señores, no es ningún handicap.

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