El emocionante relato de una adolescente que tocó fondo y venció al suicidio con el apoyo de una doctora del HUCA: "Tú me llenaste de esperanza"

"Elisa, gracias, en definitiva, por ayudarnos a recordar y poder decir, en años, cuándo fue la última vez que ingresamos, la última autolesión, el último intento de suicidio, la última toma de medicación, la última crisis, la última recaída..."

El emocionante relato y agradecimiento de una adolescente asturiana que se enfrentó al suicidio y la enfermedad mental y ganó con el apoyo de una doctora del HUCA

El emocionante relato y agradecimiento de una adolescente asturiana que se enfrentó al suicidio y la enfermedad mental y ganó con el apoyo de una doctora del HUCA

Claudia García Calso

Claudia García Calso, avilesina de 17 años, fue paciente de Psiquiatría del HUCA. Empezó su tortura personal en febrero de 2020 y ahora, recuperada, escribe con serena madurez esta emocionante, a la par que sobrecogedora, carta de agradecimiento a la doctora Elisa Seijo, coordinadora de la Unidad de Hospitalización Psiquiátrica Infanto-Juvenil, que la ayudó a ver de nuevo la luz.

Elisa, tú me llenaste de esperanza

Querida Elisa:

Te conocí en un momento muy difícil, un día inolvidable de febrero de 2020. Soy esa niña asustada del box 13 de observación en el HUCA. Y tú fuiste esa mujer que me dio la mano, y después, tras meses de lucha y dudas, un diagnóstico. Aún resuenan en mi cabeza tus palabras: el cuidado y el detalle de cómo me explicaste el trastorno de conversión por depresión mayor y ansiedad que se escondía en lo profundo de mi ser; y cómo las convulsiones que sufría lo disfrazaban.

Querida Elisa, soy la adolescente a quien llenaste de esperanza cuando estaba vacía. Usaste palabras que me impregnaron de fuerza, y que me tatué poco después: "Hay luz en toda oscuridad y oscuridad en toda luz".

Pero soy una de esas miles de personas –muchas adolescentes– que buscan ayuda en un mundo roto y que tuvieron el gran honor de pasar por tu sabiduría.

Soy esa niña que ingresaron un 23 de octubre de 2020, perdida, con ideas autolíticas graves, sentada en ese sillón de la planta quinta. Con miedo de abrir los ojos. Tú te sentaste, con aplomo, seguridad y amor, mucho amor, en el alféizar de la ventana azul dispuesta a resolver un caos de mil cabezas.

Tú te sentaste, con aplomo, seguridad y amor, mucho amor, en el alféizar de la ventana azul dispuesta a resolver un caos de mil cabezas

Podría decirse que nuestra relación era de amor-odio, porque siempre deseaba no volver a verte, pero volvía y sonreía al verte, sabía que estaba en el sitio correcto. Te odié cuando te fuiste de vacaciones el verano de 2021 y me dejaste en nivel 0 con una sonda puesta. Me enfadé tanto, que a la semana del alta volví a verte. Fui difícil, la liaba mucho, en todos los sentidos de la palabra, rompí mis promesas, me rompí a mí misma, pero aun así creé mi lugar seguro, medía mi ansiedad con un semáforo y aprendí a meditar antes de actuar. Pero tú sabías bien que ese odio se convertiría en amor y en seguridad.

Hay muchas cosas que he decidido olvidar de esos meses alternados en tres complicados años. Pero a ti no, ni a tu ayuda, ni cada una de tus palabras. Te tomaste el tiempo de conocerme y de cuidarme aun teniendo otros cientos de pacientes. Me hacías sentir única y escuchada. Te tomaste el tiempo de conocer ese lado de mí que amaba la lectura, la pintura, los atardeceres, la psicología.

Hay muchas cosas que he decidido olvidar de esos meses alternados en tres complicados años; pero a ti no

Creamos un vínculo. Tal es así que había días que no pasabas a verme por saturación de trabajo porque confiabas en que yo estaría bien. Otras veces te sentabas media hora en aquel sillón y hablábamos de literatura, actores guapos o de cómo en un futuro yo haría mi residencia de psicología allí contigo, simplemente para huir del caos que te esperaba fuera de aquella habitación.

Jamás olvidaré el último día que te vi, un 2 de febrero de 2022. Me abrazaste. Hicimos una "pinky promise": nunca nos volveríamos a ver. Sabías que ésa era la última vez. Yo también. Y así se acabaron todos esas bajadas de nivel que me ponías por no querer hacer manualidades, los libros de 600 páginas que me leía en dos días, los llantos y las risas, las reuniones de buenas noches, los porcentajes de las comidas y las horas de reposo, mis discusiones con las enfermeras o historias de amor clandestinas con otras chicas, las riñas por hablar a través de aquel enchufe de la 550, los baños bajo llave, las películas de los domingos o el periódico de las 12, las llamadas de 5 minutos del deseado nivel 2, los talleres para decorar tu puerta, las millones de partidas del Uno, o ese canal 35 que nos ponía Europa FM. No os voy a echar de menos.

No tengo palabras para agradecer tu constancia y la confianza que depositaste en mí. Igual tú me podrás llegar a olvidar con la masa de niños y niñas que llegan a esa quinta planta del Hospital Universitario Central de Asturias, en esas cinco habitaciones de paredes blancas con una cama y un sillón, además de los diez ingresados en pediatría porque no tienen espacio en un sitio con mayor atención. Pero yo no, no te olvidaré.

Lucharemos para que esto cambie, para que la sanidad otorgue mayor importancia a nuestra salud mental

Aprecio haber sido de los pocos afortunados que tuvieron acceso a una atención médica mayor. Gracias a eso, a mí, a mis padres, a mis médicos y a mis amigos, yo salí adelante, igual que muchas personas más. Y lucharemos para que esto cambie, para que la sanidad otorgue mayor importancia a nuestra salud mental, amplíe esa planta para que más jóvenes como yo puedan tener la oportunidad de salir adelante a pesar de las dificultades.

Elisa, una vez más, gracias. Gracias por formar parte de mi historia de superación. Una historia que te aseguro que será contada y que todavía no ha acabado de escribirse. Gracias de parte de todos nosotros, todos los que pusimos nuestras manos en el árbol de la sala común. Ninguno te olvidará, porque tu don más especial es hacer huella y ayudar.

Gracias, en definitiva, por ayudarnos a recordar y poder decir, en años, cuándo fue la última vez que ingresamos, la última autolesión, el último intento de suicidio, la última toma de medicación, la última crisis, la última recaída.

Queda mucho, pero falta muy poco.

Y a quien me esté leyendo y lo estés pasando mal –padre, madre o adolescente– te traslado un último mensaje: las heridas siempre van a estar ahí, pero algún día dejarán de doler y volveréis a vivir. Confía en personas como Elisa.