Homenaje al químico Gabino Carriedo, el profesor mayúsculo

El catedrático de la Universidad de Oviedo, "un entusiasta de la docencia", recibió un tributo en forma de libro tras su jubilación

Por la izquierda, Alejandro Presa, Javier García, Gabino Carriedo, Susana  Fernández, decana de la Facultad de Química de la Universidad de Oviedo, y Pascale Crochet, directora del departamento de Química. | Fernando Rodríguez

Por la izquierda, Alejandro Presa, Javier García, Gabino Carriedo, Susana Fernández, decana de la Facultad de Química de la Universidad de Oviedo, y Pascale Crochet, directora del departamento de Química. | Fernando Rodríguez / Javier Sámano Lucas

Javier Sámano Lucas

De las clases de Química de Gabino Alejandro Carriedo, Alejandro Presa recuerda la pulcritud de la pizarra. Los átomos perfectamente dibujados, la caligrafía inteligible, la disposición armónica de los esquemas. Nada en las lecciones del catedrático Carriedo, "un entusiasta de la docencia", era accesorio. El amor por el detalle estaba presente también en sus explicaciones, "a las que no les sobraba ni una frase", recuerda su exalumno, "eternamente agradecido" al profesor que le descubrió "con lógica y sencillez" los secretos de la química.

El vínculo entre pupilo y maestro es tan robusto que llegaron a trabajar codo con codo en diversos proyectos en la Universidad de Oviedo hasta que Carriedo decidió colgar este curso la bata blanca y Presa, junto al también colaborador de Carriedo Javier García, decidió editar un libro en su honor, "Homenaje al profesor Gabino Alejandro Carriedo".

Síntoma de que "había unanimidad sobre la conveniencia de asistir a sus clases", como asegura Presa, la sala de grados de la Facultad de Química se llenó hasta la bandera para despedir a Carriedo. El catedrático de Química Orgánica e Inorgánica se retrotrajo a su juventud, a aquel año 1970 en el que empezó sus estudios universitarios en Valladolid, para explicar su método de enseñanza. Confesó que empezó "despistado" la carrera, "más pendiente de la gimnasia que del magnesio", y fue el hecho de tomar conciencia de que "había perdido una oportunidad de oro de disfrutar del aprendizaje en la universidad" lo que le descubrió una máxima que marcaría para siempre su carrera docente: el objetivo no es aprobar, sino aprender, "pues si uno aprende, aprueba seguro", sintetiza con aplastante lógica.

La modestia de Gabino Alejandro Carriedo, que hizo "sudar tinta china" al editor Javier García para convencerle de la conveniencia de homenajearlo con un libro, es proporcional a su facilidad para simplificar los secretos de la enseñanza en axiomas incontestables ("la curiosidad es la madre del interés", "hay que entender bien para explicar bien", "hay que saber cuándo y dónde borrar la pizarra"). Sin embargo, a García también le sobra elocuencia para definir con una palabra a su colega: Profesor, con "p" mayúscula.

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